El puente desde Onida parte desde la orilla tranquilizadora que un «yo creo», frase esta última que nos sitúa en el terreno común de otras creencias y en el de las suposiciones.
Personalmente hay aspectos del evangelio en que puedo sostener un «yo sé» sencillo, pero no por ello menos nítido.
Sin embargo la vida es un campo grande y espaciosos, y la ciudadela del alma siente el asedio de este universo predador en todos sus flancos. No tenemos suficientes «yo sé» para cada torre y para cada almena. Hemos de reconocer, que aun estando en la plenitud del evangelio, hemos de acudir de forma humilde y constante al sencillo «yo creo» de nuestra fe.
Jacob
A menudo me sorprende encontrar las dudas de mi juventud, aquellas que creí vencidas, retornar con un vigor acrecentado. Entonces vuelvo a recuperar mis antiguos «yo sé» y aun así empuñar mis «yo creo». Pocos de nosotros están exentos de esta batalla.
Uno de ellos es el profeta Jacob. En sus escritos nos relata el intento inútil de un personaje llamado Sherem en destruir su fe, ya que «…yo en verdad había visto ángeles, y me habían ministrado. Y también había oído la voz del Señor hablándome con sus propias palabras de cuando en cuando; por tanto, yo no podía ser descarriado.» (Jacob 7:5)
Sin embargo en sus ultimas palabras de despedida, Jacob nos muestra que su conocimiento no le exime de la contienda que nos es común a todos, del asedio de los hechos sobre el relieve agreste de la tierra, «..nuestras vidas también han pasado como si fuera un sueño, pues somos un pueblo solitario y solemne, errantes, desterrados de Jerusalén, nacidos en la tribulación, en un desierto, y aborrecidos por nuestros hermanos, cosa que ha provocado guerras y contenciones; de manera que nos hemos lamentado en el curso de nuestras vidas.» (ver. 26)
En definitiva, la mayor parte de nuestro tiempo, la mayoría de nosotros, nos sostenemos más por la fe que por un conocimiento certero. Aun cuando desearíamos (yo desde luego) estar en el lado de Tomás quien toco un costado resucitado «…Porque me has visto, Tomás, has creído; bienaventurados los que no vieron y creyeron.» (Juan 20:29)
El cerro de Onida
Creer sin ver es una actividad de construcción con materiales que no pertenecen a este mundo. Por eso es tan difícil describir el edificio de la fe. Y por eso es tan difícil para los ricos construir un puente desde Onida.
En Onida encontramos una respuesta al misterio de la fe, esa sustancia extraña a nuestro mundo.
El profeta Alma, al salir a su ministerio, predica a los zoramitas, pero estos no lo escuchan, sin embargo «…después de trabajar mucho entre ellos, empezaron a tener éxito entre la clase pobre» (ver.2)
“Y mientras Alma estaba enseñando y hablando al pueblo sobre el cerro Onida, fue a él una gran multitud compuesta de aquellos de quienes hemos estado hablando, de aquellos que eran pobres de corazón a causa de su pobreza en cuanto a las cosas del mundo.” (Alma 32:4)
Las cosas del mundo en las que eran pobres esos zoramitas eran especialmente sus ropas, “pues he aquí, éstos eran echados de las sinagogas a causa de la pobreza de sus ropas.” (ver.2)
Esa pobreza de ropas me recuerda siempre la pobreza de nuestras “pruebas periciales” ante el juicio del mundo. Recuerdo vivamente cuando era joven y me preguntaban por el paradero de las planchas de oro, un tema recurrente que me perseguía sin tregua. Yo me sentía obligado a seguir la dirección de la pregunta.
Como es de suponer, terminaba en un embrollo del que salia muy pobre de ropas ya que no podía vestir decentemente, para un público descreído, ningún argumento sin usar la fe como tejido.
Aun hoy, después de multitud de estudios brillantes sobre el Libro de Mormón, no podemos aportar una prueba pericial de su autenticidad, sino pruebas circunstanciales. Y estas no bastan para un mundo alejado de la buena fe.
Somos un pueblo con un gran mensaje, pero no tenemos demostraciones, solo el experimento de Alma 32. Ser pobre en este mundo, también consiste en vivir sin las vestiduras de este mundo, en estar desposeídos de sus relatos o de las teorías con que se viste la mayor parte de la humanidad.
Esa es una clase de pobreza de ropas. Los santos de los últimos días tienen una posición de vanguardia, pues aunque nuestras vestiduras son decentes, no se nos admite en la sinagoga como a aquellos zoramitas. Porque admitimos la fe en la palabra como fuente de conocimiento y vestidura y como decían aquellos…«No es razonable que venga tal ser como un Cristo…»por lo tanto vestir sus ropas es también cargar su cruz.
Supongo, estimado lector, que también habrá sentido esa pobreza de ropas en alguna fase de su vida. Quizás usted y yo hayamos estado alguna vez en Onida. Aun siendo jóvenes… o sobre todo en esa etapa.
Las palabras oscuras
Las palabras de Alma en Onida, son palabras “oscuras”. Utilizo este adjetivo en el sentido de que no son visibles a simple vista. Vienen con su pabellón (DyC 121) que las oculta del ojo natural, y solo viste a quienes se consideran desnudos en el mundo. Es difícil sentirse pobre y desnudo cuando se tiene todo lo necesario, por eso Alma reconoce que «…benditos son aquellos que se humillan sin verse obligados a ser humildes» (ver. 14)
Las palabras de Alma proceden del pabellón que cubre su morada oculta, llevan el sello de procedencia. El evangelio viene de ese lugar y nos habla de cosas que no se ven y que son verdaderas. Y eso es un contrasentido para cualquiera que quiera ceñirse ese atuendo y ser aceptado en las “sinagogas” del mundo. Es necesario ser pobre para entender eso, por lo que “…está bien que [seamos] echados de [nuestras] sinagogas, para que [seamos] humildes y [aprendamos] sabiduría; “(ver.12)
He llegado a apreciar moderadamente lo que antes me mortificaba. Sí, esa situación de tracción y compresión. De desear ser uno más de la sinagoga, pero ser despreciado por la pobreza de mis ropas. De alguna forma el ser forzado a ser humildes, nos hace ser sabios, al menos sabemos nuestra condición, “…se habían visto a sí mismos en su propio estado carnal, aún menos que el polvo de la tierra…“ (Mosíah 4:2) Llegar a esa conclusión, para algunos, puede requerir una vida entera, incluso con el auxilio de la vejez.
Podemos disfrutar de ese momento doloroso donde, en el cáliz de nuestro interior, el Señor convierte nuestra agua en vino, donde multiplica nuestros pocos panes y peces.
Relacionarse con el pabellón oculto requiere estar en Onida, y en ese lugar los ropajes suntuosos son incompatibles.
La materia oscura y refinada
Podemos ver una actitud de humildad en esos investigadores de la materia oscura del universo, esa materia desconocida que representa el 96% de todo lo que existe, al reconocer que no saben lo que buscan, que no saben qué es, que no pueden ver. De alguna forma, a su manera, en sus palabras, en sus gestos, doblan la rodilla aunque no confiesen a Cristo.
De la misma forma, los humildes zoramitas de Antonium lo eran sin conocer a Cristo, humildes a pesar de su deseo en ser admitidos en la sinagoga. Alma se da cuenta “Veo que sois mansos de corazón; y si es así, benditos sois.” (ver.8)
Esta materia oscura y refinada es ajena a nosotros, no conocemos su constitución, ni su procedencia. Es muy grande y gracias a ella existimos. No se hubieran formado las estrellas ni nuestros cuerpos sin su influencia. Sin embargo no interactúa con nosotros. Esa indiferencia es casi insultante en el ánimo de aquellos de ropas suntuosas.
También la fe es así, casi podría decir que pertenece a ese orden de cosas.
El puente desde Onida
La fe es asunto inaprensible (adjetivo, que no puede ser cogido). Al igual que la materia oscura, sabemos que está ahí por la influencia que produce en nuestras vidas y cuando intentamos definir qué es nos encontramos con dificultades.
De la misma forma que esa materia es el esqueleto del Universo, lo que ha moldeado su forma y las propiedades de estrellas y planetas. La fe, aun siendo inaprensible, ha dado forma a la humanidad, a pesar de haber sido echada de las modernas sinagogas de nuestra particular tierra de Antonium.
No habríamos podido desarrollar la época de la razón sin el sustrato de la fe, quien ha dado una osamenta consistente a la poderosa musculatura de nuestro mundo.
Desde este cerro, que es la humildad en Onida, Alma preparó a los zoramitas que lo desearon para obtener la fe.
“Y ahora bien, como decía concerniente a la fe: La fe no es tener un conocimiento perfecto de las cosas; de modo que si tenéis fe, tenéis esperanza en cosas que no se ven, y que son verdaderas.” (ver.21)
La materia de la fe
“Sí, hay muchos que dicen: Si nos muestras una señal del cielo, de seguro luego sabremos; y entonces creeremos.” (ver.17)
Alma usa la fe como a una azada, la describe en su utilidad no en su constitución. La describe como la fuerza que aparta la tierra para poder plantar, es una actividad agrícola. La fe no es razonable, pero hace hueco en nuestra vida real, apartando a un lado a la razón…para tratar con las cosas invisibles…con las palabras del otro lado. No es razonable tal cosa.
La fe es una habilidad de los cielos y pertenece a ellos. Nuestro lenguaje, orientado a objetos visibles, le cuesta tratar con ella. Por eso habla de ella en parábolas.La naturaleza de la fe, de ese puente que nace en Onida, se la describe mediante palabras escondidas, “porque de cierto os digo que si tuviereis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: Pásate de aquí allá, y se pasará; y nada os será imposible.” (Mateo 17:20) ¿Por qué esta comparación? Teniendo en cuenta que quien la hizo, ahora camina por un pavimento de oro puro del color del ámbar, en un mundo concreto, me pregunto ¿Puede medirse? ¿Tiene fuerza? Sin embargo no podemos definirla porque es algo “oscuro”.
“…conforme a vuestra fe os sea hecho.” (Mateo 9:29). A una mujer cuya hija yacía atormentada… “Oh mujer, grande es tu fe; hágase contigo como quieres. Y su hija quedó sanada desde aquella hora.” (Mateo 15:28)
La fe en su pureza
El profeta Jacob, nacido en el desierto y educado en él. Nos habla de la fe de una forma no “contaminada”. “Por tanto, escudriñamos los profetas, y tenemos muchas revelaciones y el espíritu de profecía; y teniendo todos estos testimonios, logramos una esperanza, y nuestra fe se vuelve inquebrantable, al grado de que verdaderamente podemos mandar en el nombre de Jesús, y los árboles mismos nos obedecen, o los montes, o las olas del mar.” (Jacob 4:6) He aquí como el resultado de una fe inquebrantable, puede modificar las cosas que vemos.
La fe, recurso independiente
Como aprendemos en Onida, nuestra disposición es crucial para obtenerla. Nuestra forma de tratar con lo invisible, nuestro ángulo de entrada, nuestra esperanza, nuestras vestiduras…todo ello influye en su detección.
Siendo estudiante, tendría unos diecisiete años, sentado en los escalones de un edificio junto a unos amigos, tuve la ocasión de dar mi testimonio. No comencé a testificar diciendo «yo sé» hablé sencillamente de mis creencias, casi sin detenerme a formular lo que decía.
Me levanté, me despedí y me fui. Mientras caminaba temía recibir a mi espalda alguna burla. Pero solo había silencio.
Una sola partícula, como un grano de mostaza dio inicio a la restauración.