Cada uno de los reinos, incluido aquel sin gloria de los hijos de perdición, detallados en la sección 76 es una descripción de la misericordia y justicia divinas. Hay un delicado equilibrio entre ambas, incluso en los reinos más oscuros.
Los hijos de perdición.
El primer reino descrito es el único sin gloria.
«Y el que no puede obedecer la ley de un reino telestial, no puede soportar una gloria telestial; por tanto, no es digno de un reino de gloria. Por consiguiente, deberá soportar un reino que no es de gloria.» (DyC 88:24)
Este reino es de difícil acceso. Los reinos extremos del plan de salvación son exigentes en la admisión de sus habitantes. Las condiciones son rigurosas.
«Así dice el Señor concerniente a todos los que conocen mi poder, y han llegado a participar de él, y se dejaron vencer a causa del poder del diablo, y niegan la verdad y se rebelan contra mi poder.» (31)
El Salvador puso muy difícil el acceso a este Son cinco condiciones necesarias para escapar de su redención (tan poderoso es para salvar).
Teniendo en cuenta que «…en sus ordenanzas se manifiesta el poder de la divinidad» (DyC 84:20) todos aquellos que las reciban, deben cuidarse «sí, y cuídense aun los que son santificados.» (DyC 20:34). Los santos por tanto, son candidatos para estar en cualquiera de los reinos y conocer todas las luces o las tinieblas. Tal libertad, solo es accesible a los que «conocen todos los misterios ocultos de [su] reino desde los días antiguos» (7)
Crucificándolo para sí mismos
Se mencionan algunos requisitos más para estos candidatos.
«habiendo negado al Santo Espíritu después de haberlo recibido, y habiendo negado al Unigénito del Padre, crucificándolo para sí mismos y exponiéndolo a vituperio.» 35
En el caso de Caín, el tomo a uno a semejanza de Cristo, Abel, y lo mató para sí mismo. No por defensa, sino por lucro y despecho. Por lo tanto crucificarlo para sí mismo, es participar en el vituperio de la muchedumbre frente a Pilatos prefiriendo a Barrabás.
Cain conocía a Dios, actuó en contra de la luz y se rebeló con violencia. El Señor le dice «serás llamado Perdición; porque también tú existías antes que el mundo.»
Es necesario comprender bien este reino sin gloria (pero con leyes) para poder entender a los demás. La descripción que realizan estos dos versículos es una detallada imagen de la rebelión en los cielos. Para ser un hijo de perdición aquí, se necesita alcanzar el mismo nivel de conocimiento y rebelión de allí.
Una imagen opuesta
Lo que vemos en estos versículos (31 y 35) es una imagen especular de la salvación pero en negativo. En ese contraste notamos el increíble poder de salvación de Cristo. El Salvador ha rodeado el acceso al reino de la segunda muerte de enormes obstáculos. Superarlos requiere de una obcecada rebelión contra Dios.
Esa dificultad para ser un hijo de perdición, no sería posible si él no hubiese tomado los sedimentos de la amarga copa. Las heces de levaduras muertas, que son la causa de la fermentación del mal en el corazón del hombre. Son las cadenas del infierno. Al apurar la copa y sus heces, no solo nos libró de las cadenas, sino que las rompió. Romper esas cadenas significa librar, sin condiciones, al género humano de la muerte.
Esa segunda milla, no esperada, asombró al cosmos. Los muros de la condenación retrocedieron hasta el límite mínimo posible. Tengo la impresión que nadie, excepto el Padre, esperaba que él removiera el poso para el último trago. Para poder solicitar el perdón por aquellos que «…no saben lo que hacen» (Lucas 23:34)
El universo exacto
Doblegar la férrea justicia de un universo exacto. Tornear su madera milenaria para acoger a una criatura extraña. Aplacar sus justas demandas contra nosotros; aspirantes oscuros, débiles, imperfectos, desobedientes. Eso debió ser más difícil que pasar un camello por el ojo de una aguja. Pero nada es imposible para Dios.
Sin embargo muchos se empeñan en que, si existe, demuestre su poder o existencia contradiciéndose. Le exigen el perdón absoluto, que no es otra cosa que la indiferencia absoluta hacia su obra. Prefieren aquellos advenedizos que devoran la herencia familiar al Ulises errante que regresa con su justicia. Muchos exigen a Ulises una hospitalidad absoluta.
Y es que «la buena disposición de su voluntad tocante a todas las cosas pertenecientes a su reino.» requiere que se haga su voluntad.
Así que la gran pregunta no es ¿Por qué Dios permite tanta injusticia en el mundo? sino más bien ¿Cómo es posible que la misericordia se extienda incluso en el vacío absoluto?
La primera pregunta nace del nihilismo, de los vencidos de brazos caídos, que se acomodan al desierto oscuro y lúgubre. Estos, que en nombre de los hombres se alzan como oráculos. De aquello que no formaron, de aquellos a quienes no crearon y por quienes reclaman una liberación que no pagaron. Como campanas para sí mismos, se felicitan de su fino criterio, de su gran sensibilidad y se preguntan ¿Qué Dios podría forjar un bronce como el suyo?
La segunda pregunta surge al «Mirar hacia él en todo pensamiento; no dudando ; no temiendo.» (DyC 6:36)
Donde su gusano no muere
«Por tanto, a todos salva él menos a ellos; estos irán al castigo perpetuo, que es castigo sin fin, castigo eterno, para reinar con el diablo y sus ángeles por la eternidad, donde su gusano no muere y el fuego no se apaga, lo cual es su tormento;» (44)
En este versículo describe un aspecto fundamental de este lugar, la ausencia de tiempo. Para entenderlo hay que compararlo con otros reinos y sus condiciones.
La divinidad tiene su gran movimiento en el giro. “…por tanto, sus sendas son rectas y su vía es un giro eterno..” (DyC 3:2). En su radio está toda la humanidad y la condición de su obra es la de ser eterna.
Esta escritura. por sí sola, nos daría como resultado un movimiento circular y una creación plana. Sería un plan cerrado, el mismo que enseñaba la apostasía. Un Dios estático, inmutable, sin pasiones, hierático. Una salvación acabada en sus hechos, consumada en sus ideas y sin futuro. Una reino encerrado en una botella.
Pero las escrituras de la restauración añaden otra dimensión: el tiempo.
Cuando nos dice «el mismo que contempló la vasta expansión de la eternidad» (DyC 38:1) no describe un reino acabado, sino con una historia pendiente que se expande en el tiempo..
Al leer “…y lo mismo en tiempos pasados como en los venideros; por tanto, la vía del Señor es un giro eterno.” (1 Nefi 10:19) encontramos que el Señor añade a su plan ese eje del tiempo (t). Ese eje proyecta la obra de Dios como un acto permanente en el tiempo y su salvación como una idea en permanente crecimiento. Ésta se expande continuamente a semejanza con la hélice del DNA.
Sin embargo en el reino oscuro que describe versículo 44 destacan palabras sin movimiento. Perpetuo, eterno, sin fin… Asemeja esta descripción a una imagen estática, a un círculo sin tiempo. Ese gusano que no muere perpetua la muerte y a sus vencidos en un paisaje sin estaciones ni rotación.
Sin tiempo
Esta idea, de la ausencia de tiempo en ese reino sin gloria, también la vemos en la descripción del espacio en ese reino.
«por consiguiente, no comprenden el fin, la anchura, la altura, la profundidad ni la miseria de ello, ni tampoco hombre alguno, sino los que son ordenados a esta condenación.» (48)
Vemos cómo el Salvador identifica las tres dimensiones del espacio «la anchura, la altura, la profundidad». Pero cuando debería sumar el tiempo como magnitud, que sí está presente en escrituras relacionadas con otros reinos, aquí lo hace con la miseria.
Siendo la miseria en nuestro mundo, una condición del alma, sin embargo allí es una magnitud de su espacio. Por eso cuando esta visión se ha manifestado a alguno «enseguida lo cierro otra vez; por consiguiente, no comprenden» (47)
Y no comprendemos porque nuestro mundo admite la suficiente gloria para ser «concedido al hombre un tiempo para que se arrepintiera; sí, un tiempo de probación,» (Alma 42:4) y así recluir la miseria a una condición del alma y no del mundo.
Pero estos hijos de perdición, ajenos al tiempo, no pueden cambiar su espacio. Así, la miseria forma parte del tejido circundante, es una dimensión de su espacio. Por lo tanto, el arrepentimiento es incompatible con la geometría de su reino. Aquella ira desatada en la contienda de los cielos queda inmóvil y perpetua en su interior, como una llama esculpida en piedra.
A diferencia, aquí fluimos en el tiempo en una senda recta, en el giro eterno del plan de salvación. Acumulando con el tiempo el bagaje de nuestras obras.
El sentido de la orientación en las escrituras
(un inciso)
A menudo intentamos comprender y maniobrar por las escrituras con la orientación de una mundo terrestre. Arriba, abajo, derecha izquierda etc. Nuestro lenguaje se desenvuelve en ese mundo. El lenguaje poético por ejemplo, no es lógico. No obstante nos hace descubrir emociones y un conocimiento extraño. Desplaza de cierta forma nuestro sentido común a un lugar distinto y cambia nuestra forma de pensar.
Las escrituras comprenden relatos de otros lugares, «…los misterios ocultos de [su] reino». Como exploradores, hemos de estar dispuestos a invertir nuestra lógica en ocasiones. No podemos movernos de la misma forma con gravedad que sin ella. Al adentrarnos en las escrituras cambiamos de entorno. Necesitamos usar el alma para entender. Muchas veces el pecho. Las escrituras nos enseñan a conocer nuestro cuerpo de forma distinta. Cuando nos dice «haré que tu pecho arda dentro de ti» (DyC 9:8) no es lenguaje poético. Es el lenguaje de «[su] obra extraña» (DyC 95:4) realizando en nuestro interior un «acto extraño» (DyC 101:95)
Los gradientes de gloria.
En los reinos de gloria, se distinguen tres de forma general. No obstante, sabemos que hay muchos más dentro de cada uno. El Padre ha sido muy cuidadoso en proporcionar el clima que cada uno de nosotros puede aguantar.
No todos los cuerpos pueden soportar la vida a 5.400 metros de altitud. Es necesaria una adaptación para el mal de altura. Vivir en una selva amazónica requiere ser capaz de soportar temperaturas y humedad extremas, así como parásitos desconocidos. Igual que los climas en la tierra requieren cuerpos adaptados para soportarlos los mundos de gloria también.
Sin embargo el reino de los hijos de perdición es el cero absoluto de la redención. Son los 8.000 donde la muerte viene lentamente. Es el techo de la salvación. Ellos «volverán otra vez a su propio lugar para gozar de lo que están dispuestos a recibir, porque no quisieron gozar de lo que pudieron haber recibido.» (DyC 88:32) Ese mundo está fuera de la atmósfera de Cristo.
Sin Cristo y sin Dios
Ese «volver otra vez a su propio lugar» significa obtener lo que un solo brazo puede frente a un Universo hostil. Volver a la indigencia después de renunciar a la herencia y al anillo de Israel. Despreciando el capital acumulado por el linaje de Elohim, el más grande, durante muchos giros eternos.
Y así, como en el destierro romano, expulsado a los tenebrosos bosques de Germania. Sin las leyes que vilipendio, sin los magistrados a los que engaño. Sin la toga viril ni el anillo de la casa que desprecio. Aun tiene en su dedo la marca de ese anillo que vendió por nada. No escuchará más las palabras de Cicerón ni la poesía de Virgilio. Estará sin Plinio, sin Tácito ni Suetonio sin Hipatia. Perdiendo el nombre familiar de tribu que lo acompaño desde el nacimiento.
Perdido todo lo que Roma consiguió en mil años. Ahora solo tiene un brazo en la nieve, la lluvia y la hostilidad que lo rodea. Ahora sabe del frío de ahí fuera, ahora conoce que el mundo siempre le fue hostil, predador y agreste. Que el Universo nunca le quiso, que siempre conspiró para su destrucción.
Ahora sabe que tan solo el amor de su Padre le «[preservaba día tras día, dándole aliento para que pudiera vivir, moverse y obrar según su propia voluntad]» (Mosíah 2:21). Y el recuerdo de ese amor ahora, es «una una llama de fuego que asciende hasta Dios para siempre jamás y no tiene fin.» (1 Nefi 15:30)
A semejanza de aquellos nefitas
«…el Espíritu del Señor ya ha dejado de luchar con sus padres; y están sin Cristo y sin Dios en el mundo; y son echados de un lado para otro como paja que se lleva el viento.» (Mormón 5:16)
«Los reinos de gloria, sección 76»