Las entrañables misericordias
en el sueño de Lehi
Contenidos
El caminante perdido
Las entrañables misericordias en el sueño de Lehi comienzan cuando “me pareció ver en mi sueño un desierto oscuro y lúgubre.” (ver.4) Lehi ya está en la visión, y ve la condición del mundo. Le atribuye dos adjetivos. Oscuro en cuanto a su luz y lúgubre en cuanto a la impresión que producía. Lúgubre es un lugar profundamente triste. Lehi ve el estado de un mundo caído.

Esta condición de desierto oscuro y lúgubre es la de Jerusalén en tiempos de Sedequías. Lehi es un ciudadano de su tiempo. Nefi nos dice de su padre…” mientras iba por su camino, mi padre Lehi oró al Señor, sí, con todo su corazón, a favor de su pueblo. (1Ne1:5).
Su padre estaba al tanto de la situación preocupante de su país. Aun con sus propios problemas, reconocía el panorama del momento y su trayectoria futura. En cierta forma Lehi me recuerda a Amulek, “soy también hombre de no poca reputación entre todos los que me conocen; sí, tengo muchos parientes y amigos, y también he logrado muchas riquezas por medio de mi industria”. (Alma 10:4)
La prosperidad de Lehi nos muestra a un hombre de su época. Informado y pendiente de lo público, presiente la tragedia y por eso ora intensamente. La misma escena del caminante absorto en el paisaje tormentoso de su presente se repite en el inicio de su visión, “…me pareció ver en mi sueño un desierto obscuro y lúgubre.” (ver.4) La encrucijada de Jerusalén, se traslada a la visión.
La vida oscura y lúgubre de Jerusalen
La vida en Jerusalén era oscura, amenazada por el Norte con Siria y al Sur con Egipto. Lúgubre porque perseguían y mataban a los profetas. Ellos advertían que una alianza con Egipto, sus antiguos dueños, sería nefasta. ” … confías en esta vara de caña astillada, en Egipto, sobre la cual si alguien se apoya, le entrará por la mano y la traspasará. Tal es Faraón, rey de Egipto, para con todos los que en él confían.” (Isaías 36:6)

Igual que Lehi, ahora nos parece ver una situación similar. Quizás no con igual geografía, pero sí con situaciones que nos hacen caminar absortos. Demasiados andan así, sin reconocer que van en dirección a un edificio a gran altura desde donde no se ven detalles claramente. Nuestra civilización se ha elevado demasiado como para reconocer la orografía de un desierto oscuro y lúgubre.
La confianza en la altura de los muros de Jerusalén ocultaba la realidad. Logró que muchos no vieran el panorama que Lehi profetizaba.
Lehi escucha a los enviados del Señor, no a los exaltados. Éstos no atendían a los profetas ni reconocían el peligro de ser destruidos por los enemigos del Norte. La aparente fortaleza de las murallas, los tranquilizaban.
Ya es un logro para cualquiera atesorar una imagen correcta de su condición en el presente. Pero muchos, en este desierto, acabamos por admitir su peculiar ambiente. A no aceptar otra cosa que no sea semejante al entorno.
El hombre del manto blanco
Muchos hablan de su vida y de su condición como caminante. Con ese tono acorde con el desierto oscuro, se mimetizan con el aspecto del mundo. Pero pocas conclusiones van más allá de una descripción del paisaje y su implícita aceptación. No siguen el consejo «…desecharás las cosas de este mundo y buscarás las de uno mejor.» (DyC 25:10)
Al principio, Lehi aun no tenía una idea clara de su situación. Solo le parecía ver, porque quizás, aun en esa oscuridad, encontrara aspectos conocidos. Pero ocurre algo que cambia todo.

“Y aconteció que vi a un hombre vestido con un manto blanco, el cual llegó y se puso delante de mí”. (ver.7)
Ponerse ante él, sugiere que Lehi estaba inmóvil, no como en la vigilia donde iba por su camino. Ahora, su situación confusa le impide moverse en una dirección. El hombre con un manto blanco, le mandó que lo siguiera y eso hizo que Lehi cambiase de estado.
Mientras camina, aprende algo de ese lugar:
¡Las condiciones no cambian!
“Y aconteció que mientras lo seguía, vi que me hallaba en un desierto oscuro y lúgubre” (ver.7). En realidad ese mensajero no tiene intención de conducirlo a un lugar en concreto. Camina sin darle instrucción alguna. Su propósito es llevar a Lehi a una conclusión No solo parecía ser, sino que verdaderamente todo ese lugar era lúgubre y oscuro. Y a un estado del alma “…después de haber caminado en la obscuridad…” (ver.8), el de un corazón quebrantado.
Entonces la misión del hombre del manto blanco termina. Lehi está preparado para alcanzar conocimiento.
El caminante quebrantado
“…empecé a implorarle al Señor que tuviera compasión de mí, de acuerdo con la multitud de sus tiernas misericordias. (Ver.8)

El hombre del manto blanco ya no está, pero le ha mostrado dos cosas. La naturaleza del mundo y la triste condición humana. Y lo hace después de caminar en la oscuridad por el espacio de muchas horas.
Esa misma escena se produjo en la vida de Lehi en Jerusalén”…llegaron muchos profetas ese mismo año, profetizando al pueblo que se arrepintieran, o la gran ciudad de Jerusalén sería destruida” (1 Nefi 1:4). La situación en el fondo es la misma.
En su vigilia, su prosperidad y la seguridad que brinda Jerusalén son quebrantadas por sus meditaciones. Lehi sigue a los profetas y ora con todo su corazón por su pueblo. Su pueblo, incluye a el mismo y su familia.
En su visión sigue al hombre del manto, un manto que simboliza un llamamiento divino. Camina durante un tiempo, y ora por alcanzar la misericordia de Dios. Busca Las entrañables misericordias en el sueño de Lehi.
El punto crucial
El momento decisivo en el sueño de Lehi y de nuestra vida es llegar a una comprensión de la realidad y nuestra situación.

Esto que parece sencillo, es sumamente difícil. Algunos deben llegar a “la hiel de amargura y [ser] ceñido con las eternas cadenas de la muerte” (Alma 36:18) para reconocer su estado. Y entonces exclamar “¡Oh Jesús hijo de Dios ten misericordia de mí…!”.
Otros necesitan caer de un caballo y perder la vista. O ser tragados por una ballena y desde su interior comprender que “Los que siguen vanidades ilusorias su propia misericordia abandonan... ” (Jonás 2:8-9)
Multitudes en ese desierto oscuro y lúgubre tratan de acomodarse lo mejor posible. Así, sin esperanza, crean su propia ley en ese entorno: “en esta vida a cada uno le [toca] de acuerdo con su habilidad; por tanto todo hombre [prospera] según su genio, todo hombre [conquista] según su fuerza; y no [es] ningún crimen el que un hombre [haga] cosa cualquiera” (Alma 30:17).
He escuchado palabras parecidas de personas, que al cabo de caminar toda su vida, concluyen de forma triste con una declaración de derrota.
Aun así hay innumerables concursos de gentes honorables y justas. Todos ellos se apremian a fin de llegar al sendero que conduce al árbol. Pero no invocan… compasión [hacia ellos mismos], de acuerdo con la multitud de sus tiernas misericordias. Consideran que ese desierto es lo único que hay y son vencidos por el entorno.
Consideran al hombre del manto blanco un intruso en sus planes.
Reconocer la realidad
En cuanto a este asunto de percibir nuestra situación en este mundo recuerdo una escena de la película Gladiator dirigida por Ridley Scott.

En ésta el ejército germano empieza a prepararse para la batalla. El mensajero romano enviado a parlamentar vuelve decapitado sobre su caballo. La respuesta es clara, el general Máximo declara: han dicho que no.
Las tropas del emperador Marco Aurelio, comandadas por el general Máximo se preparan para el ataque.
Quinto, un oficial experimentado mira a sus enemigos y le comenta a Máximo.
– Hay que saber cuándo se es conquistado
Máximo le responde
– ¿Lo sabrías tú?… ¿y yo?
El general Máximo sabía la dificultad en percibir nuestra propia situación, cuando nos sentimos fuertes y la sangre fluye con energía. Cuando creemos que nuestro brazo puede cambiar el curso de los acontecimientos. Cuando creemos que no necesitamos las entrañables misericordias como en el sueño de Lehi.
Benjamin o el caminante quebrantado
En el reinado de Benjamín, encontramos a este tembloroso rey. Los días de su energía han pasado, pero tiene las palabras de un sabio. Alguien con un conocimiento perfecto de nuestra situación.

El citó a su pueblo para que escuchasen las que iban a ser sus últimas palabras como su rey y director. Su pueblo era gente justa «Y plantaron sus tiendas alrededor del templo, cada hombre con la puerta de su tienda dando hacia el templo, para que así se quedaran en sus tiendas y oyeran las palabras que el rey Benjamín les iba a hablar;”( Mosíah 2:6)
¿Nos identificamos con ellos?, podemos vernos aparcando en el centro de estaca, o asistiendo al templo, con nuestros trajes y corbatas, juntos como familia. Un pueblo fiel que va a escuchar la conferencia general.
Pero el tema de la conferencia de Benjamín, trata de un asunto importante. Va a mostrarles cuál es su estado ante Dios y su justicia. Va a mostrarles que en cuanto a su naturaleza mortal, son caminantes perdidos en un desierto oscuro. Son un pueblo conquistado al igual que esos germanos, ignorantes de su destino “…os digo que si sirvieseis a aquel que os ha creado desde el principio, y os está preservando día tras día, dándoos aliento para que podáis vivir, moveros y obrar según vuestra propia voluntad, y aun sustentándoos momento tras momento, digo que si lo sirvieseis con toda vuestra alma, todavía seríais servidores inútiles.”(Mosíah 2:21).
Benjamín, el hombre del manto blanco

Quizás alguno de ellos, buenos ciudadanos de Zarahemla, no comprendieron en un primer momento tan negro diagnóstico, pero no se ofendieron.
Sé que en más de un lugar, donde se expusiera una idea semejante a esta, habría quejas. Algunos creemos todavía en nuestra propia justicia, que la obra avanza por el poder de nuestro brazo. Créanme lo digo por propia experiencia. Nuestro rey tembloroso, no deja lugar a dudas. “¿Podéis decir algo de vosotros mismos? Os respondo: No. No podéis decir que sois aun como el polvo de la tierra” (Mosíah 2:25).
Benjamín es el hombre del manto blanco y no endulza la realidad a su pueblo. Les hace caminar por sus palabras, como si fuesen la descripción de un desierto. Su pueblo al igual que Lehi, no se ofende, no pide explicaciones. Su pueblo le sigue en sus palabras y a través de ellas, él consigue lo mismo que aquel mensajero en la visión de Lehi.
“…miró a su alrededor hacia la multitud, y he aquí, habían caído a tierra, porque el temor del Señor había venido sobre ellos. Y se habían visto a sí mismos en su propio estado carnal, aún menos que el polvo de la tierra. Y todos a una voz clamaron, diciendo: ¡Oh, ten misericordia, y aplica la sangre expiatoria de Cristo para que recibamos el perdón de nuestros pecados…!” (Mosíah 4:1 – 2)
Sí, Benjamín es un hombre con un manto blanco para su pueblo.
La oración del caminante

Esa es la oración unánime del pueblo pidiendo misericordia, a aquel que puede liberarlos de una batalla perdida de antemano. Fueron conducidos en un desierto oscuro que hasta entonces solo creían verlo. Entendieron la situación y no tardaron mucho en hacer convenio con ese mediador. Ese intercesor que al igual que en la película, fue muerto por sus enemigos.
Al contrario de ocasiones futuras, los nefitas, esta vez, no necesitaron ser tragados por un gran pez para poder ver desde la oscuridad de su vientre.
Otro rey, David, también aprendió a ver con claridad nuestro escenario: “porque él conoce nuestra condición; se acuerda de que somos polvo. El hombre, como la hierba son sus días; florece como la flor del campo, que pasa el viento por ella, y perece, y su lugar no lo conoce más” (Salmos 103:14-16). Pero también David probó el fruto del árbol…”Mas la misericordia de Jehová es desde la eternidad y hasta la eternidad sobre los que le temen, y su justicia sobre los hijos de los hijos” (Salmos 103:17)
El primer conocimiento

En esa jornada triste, que es la vida sin esperanza, Lehi acude a la fuente que conoce de compasión y misericordia. No reclama un trato especial. No se irrita, ni se queja, ni exige justicia o una explicación, sino misericordia en su condición de caminante de los lugares desolados.
Lehi no se rebela contra lo que podría haber considerado una situación injusta para alguien como él. La rebelión siempre está a la mano. En un momento oscuro como ese muchos “no venían a Jesús con corazones quebrantados y espíritus contritos, antes bien, maldecían a Dios, y deseaban morir. No obstante, luchaban con la espada por sus vidas.” (Mormón 2:14)
Si Lehi no hubiese caminado en el lugar desolado y no hubiese elegido la oración. No habría anhelado las tiernas misericordias, no las habría conocido. El primer conocimiento que recibe Lehi y cada uno de nosotros, en nuestra condición de caminantes, es la de nuestra triste situación por hacerlo en un desierto oscuro y lúgubre. Este es un conocimiento doloroso. Reconocerlo y anhelar algo mejor es vital para salir.
El caminante dichoso
“Y aconteció que después de haber orado al Señor, vi un campo grande y espacioso. (ver.9)

El campo espacioso es distinto al desierto lúgubre. Es fértil y no es estrecho, es grande. Esa respuesta a su oración, no es la solución, sino la visión, el conocimiento de su realidad. Lo primero que ve Lehi es un árbol, “sucedió que vi un árbol cuyo fruto era deseable para hacer a uno feliz” (ver. 10)
Aun cuando hay otras muchas cosas, Nefi nos explica que su padre es una de esas personas que “… su mente se [halla] absorta a tal grado en otras cosas que no [ve]…” otras. (1 Nefi 15:27). Nefi ve el árbol estando sentado y reflexionando. Lehi después de caminar horas en la oscuridad. Es un caminante sediento que encuentra el agua del oasis y después, una vez que bebe, repara en que hay palmeras y dátiles.
Todos los conversos hemos sido como Lehi. Nos absorbe en un principio la impresión de hallar ese árbol y no vemos otros detalles, como la administración de la iglesia o el sendero de su ministerio. Siempre está antes una impresión en nuestro ánimo, en nuestra alma.
Esa visión hace, que un hombre venda todo lo que tiene para comprar un terreno, que no vale el precio pagado (Mateo 13:44). Quizás actuando por alguna loca imaginación de su corazón. Sí, esa persona no razonable, tal como aquellas que esperaban en la antigüedad “que venga tal ser como un Cristo” (Helamán 16:18)
El viaje iniciático
Aun siendo un caminante de sitios lúgubres, Lehi no se adapta a ese desierto. Es un buscador de los lugares deseables como lo fue Abraham.
“En la tierra de los caldeos, en la morada de mi padre, yo, Abraham, vi que me era necesario buscar otro lugar donde morar y hallando que había mayor felicidad, paz y reposo para mí, busqué las bendiciones de los padres. (Abraham 1:1-2).

Abraham camina buscando una morada y su derecho al sacerdocio, “Busqué mi nombramiento en el sacerdocio conforme al nombramiento de Dios a los padres…” (ver.4). Considera que el mundo de los caldeos, el de su padre, es oscuro y lúgubre.
En su corazón preexiste ese árbol y busca su fruto, así lo declara, “habiendo sido yo mismo seguidor de la rectitud, deseando también ser el poseedor de gran conocimiento, y ser un seguidor más fiel de la rectitud…” (ver.2)
Y lo encuentra “llegué a ser un heredero legítimo, un Sumo Sacerdote, poseedor del derecho que pertenecía a los patriarcas.”(ver.2)
Esos viajes nos llevan al conocimiento, el mayor de todos, el de sus tiernas misericordias. En todas las dispensaciones los ha habido. En la nuestra, buscábamos Sion, un lugar como el de Abraham. Lehi viajó para recibir su tierra de promisión, así también Amulek y Jared.
Buscar ese fruto siempre nos propone dejar nuestra morada o condición oscura para obtener la tierra de promisión. Pero antes, hay que atravesar, los lugares lúgubres de nuestra alma.
Las entrañables misericordias en el sueño de Lehi
Para aceptar el evangelio y su plenitud uno debe de tener antes la condición de caminante quebrantado. De que ahí donde moramos, no está ese pan, esa tierra, ese derecho o ese fruto.

Aprender de las escrituras requiere componer la escena y recrear las emociones de sus actores. Es en ese revivir cuando escudriñamos los sentimientos y nuestro corazón se implica. Tomar en serio lo que se lee es vivirlo y confiar que en ese proceso, recibiremos más.
Introducirnos en el sueño de Lehi y leer las conmovedoras palabras de Abraham no puede dejar indiferente a un espíritu que busca.
Lehi, sin la ayuda inestimable del hombre del manto blanco, no habría adquirido la condición de caminante contrito, nunca habría encontrado el árbol, nunca lo habría visto. Porque no habría quebrado su visión del mundo por otra mejor.
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Invito al lector en «El árbol de la vida en el sueño de Lehi» a caminar hacia el árbol, a probar su fruto. Veremos a Lehi y a Saríah como padres. La iluminación de la escena. Lehi el observador, la voz del sacerdocio. Donde muchos ven un edificio singular, unos pocos ven un árbol deseable para ser feliz.
Artículos del proyecto «El sueño de Lehi» |
(1) El sueño de Lehi, el caminante |
(2) Las entrañables misericordias en el sueño de Lehi |
(3) El árbol de la vida en el sueño de Lehi |
(4) Mapa del sueño de Lehi caminando hacia el árbol |
(5) La barra de hierro y el sendero en el sueño de Lehi |
(6) El edificio grande y espacioso en el sueño de Lehi |
Muy revelador, a mi parecer todo lo que he leído gira alrededor del despertar de nuestra esencia, esa esencia con la que todo ser humano nace, y que con el tiempo, entorno, influencias etc vamos enterrando bajo capas de enseñanzas puramente «humanas»olvidando por completo nuestra procedencia divina, y esa conexión que tenemos con ella por medio de la oración y la fe; y es por ese olvido, por lo que el hombre del manto blanco para muchos es inexistente,quizás mi razonamiento sea algo abstracto, pero es mi humilde opinion.
Si ese hombre del manto blanco se empeña en mostrarnos las cosas como son y nosotros en justificarlas para intentar mejorar nuestra condición. Pero al final nos damos con la realidad. Esta visión de Lehi es una lección increíble. Gracias Virginia por visitar teancum. Te animo a seguir con el proximo articulo «Arbol de la vida, el padre y la madre en el sueño de Lehi » saldrá hoy mismo 4-02-2018
Un sorprendente articulo
Me ha hecho reflexionar sobre mi propia condicion ante el mundo y ante Dios
Gracias por compartir este Maravilloso estudio de las escrituras
Gracias Nati por participar en teancum.
El sueño de Lehi refleja con todo detalle la naturaleza de la vida. Una vez leido, si meditamos en él, descomprime en nuestro interior toda la enseñanza que contiene.
Me ha encantado aprender la diferencia entre “me pareció ver” y “vi que me hallaba”. Ciertamente las escrituras y las palabras de los profetas nos llevan a esta conclusión. Al recibirlos, recibimos a Cristo también. Entonces, nuestros ojos ven el árbol, sí, y en nuestra mente reposan las solemnidades de la eternidad.
La traducción del libro de Mormón es directa de las planchas por el don de Dios. Con esa asistencia hemos de leer con cuidado porque no hay nada accesorio. Las palabras están ahí con un motivo incluso cuando se disculpan por ellas. Gracias Juan por seguir con Teancum
David te has superado, estoy deseando leer el próximo
Gracias Vanesa. El próximo será «Lehi y Saríha en el sueño de Lehi». Veremos a los personajes interactuando desde su papel de padre y madre, esposo y esposa.
La verdad que como comentas es cierto,que a veces nuestra sociedad es un lugar lúgubre y oscuro, y esto hace que muchas personas vivan vidas derrotas y pésimas, nosotros al igual que Lehi, debemos buscar la relación de nuestros Profetas , y buscar nuestra propia revelación personal, para así ,protegernos y salir hacia una solución y un lugar mejor.
Los mismos muros que tranquilizaban a los judíos de sus enemigos los tenemos nosotros también. Algo así como «el brazo de la carne todo lo puede»