Kébod
La gloria de los lirios coincide con el uso que le da Jesucristo al referirse a la gloria de Salomón, “os digo que ni aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos.”(Lucas 12:27).
La gloria de Salomón
lirios del campo, cómo crecen; no trabajan ni hilan; mas os digo que ni
aun Salomón con toda su gloria se vistió como uno de ellos.” (Mateo
6:28-29). Aquí el Salvador enaltece la sencillez de las simples flores del
campo y a la vez les reconoce su gloria, o kébod. En comparación el peso de gloria de un rey no es mayor que la de un lirio.Podemos aprender de esta escritura una enseñanza sencilla pero gloriosa. Al acercarnos a un lirio podemos ser cubiertos por su gloria y soportar su presencia. La gloria de cada
ser es el peso, gravedad o kébod que transmite a su entorno. Sin embargo el Señor habla de la gloria temporal de los
hombres, que es “…como la hierba, y toda su gloria es como la flor de la hierba que pronto cae…” (DyC 124:7)
La gloria de mi jardín
Personalmente no he tenido una experiencia así. Sin embargo quiero relatar algo semejante donde podemos entender cuál es el poder de su gloria. Voy a hacerlo con un jazminero.
El jazminero
Cuando lo plantamos en el patio delantero de nuestra casa, no parecía ser gran cosa. Un fino tallo sin muchas expectativas de crecimiento. El clima en Almería no es muy propicio para jardines frondosos y a menudo las plagas acaban con nuestras plantas. Como les sucedió a los diez geranios que con todo esmero cuide el verano pasado y sin embargo fueron víctimas de la palomilla africana. Perdone el lector, pero aun me duele este asunto.
Nuestro jazminero creció fuerte y saludable en su aspecto. Pueden verlo en esta imagen, es el nuestro. Las primeras flores que dio fueron celebradas por Nati y por mí. Había que acercarse casi hasta tocarlas con la nariz para aspirar su perfume. Sin embargo ahora es un arbusto, frondoso, aun desde la calle, puedo percibir ese olor tan especial. En verano tengo que barrer diariamente la alfombra de flores en la entrada de la casa. Algunas las llevamos al dormitorio, me gusta dormir en ese ambiente.
Quizás, alguien que lea estas palabras, tenga esta misma experiencia. He podido percatarme de esto tan sencillo, como si fuese una lectura de las escrituras.
Su forma y perfume cambia en cierta forma nuestro cuerpo y nuestra forma de sentir y pensar. En ocasiones modifica nuestro ánimo y cuando nuestra actitud ha sido cercana a la reverencia, si estamos preparados, puede ser algo espiritual.
testifica de la luz y la verdad. Digamos que en él brilla y alumbra a quien lo recibe.
La madreselva
Sin embargo la experiencia del cielo, el aroma del campo, las nubes y las flores eran ya parte de mi vida, no quería renunciar a ella. No voy a extenderme en las sensaciones que tuve en ese tiempo. Solo diré que en un tramo del recorrido había madreselvas y su olor penetrante me acompañaba gran parte del recorrido. No piensen que era una experiencia sentimental, más bien pertenecía a la variedad de un conocimiento extraño para mí.
Ahora, antes de ir al trabajo, me acerco a la madreselva. Y aspiro. Explicaré como hay que hacerlo.
Si alguien huele una madreselva que está cerca, ha de aspirar lentamente por la nariz, cuando se consigue un flujo de aire suficiente para percibir el olor, hay que
mantenerlo constante hasta llenar los pulmones. Si se varía el caudal de aire, el sentido olfativo se satura o se pierde y perdemos la sensación.
Su fragancia me cambia interiormente y me transfigura, no en apariencia por
supuesto. Por un instante, “el tiempo ha dejado de ser” (DyC 84:100). Como suspendido en ese campo de influencia. Y puedo unir los dos extremos de mi historia personal, la adolescencia y el presente, a través de la gloria de la
madreselva.
Esta me hace en cierta forma, ver como Moisés, “Y aconteció que Moisés miró, y vio el mundo sobre el cual fue creado; y vio Moisés el mundo y sus confines…” (Moisés 1:8) A través de la gloria de su flor, puedo sentir mi vida en sus confines, confluir en el presente. Pero no por mucho tiempo, pues tengo
que salir a trabajar.
No obstante hay que señalar que no todos somos vivificadas siempre por esta pequeña gloria, ya que “He aquí,
muchos [somos] los llamados, y pocos los escogidos. “¿Y por qué no [somos] escogidos?”(DyC 121:34) pues porque “[hemos] puesto [nuestro] corazón en las cosas de este mundo” y no encontramos el tiempo ni el deseo y “no [la recibimos], porque no [percibimos] la luz, y [apartamos de él nuestro] corazón” (DyC 45:29)
Sé que desde la psicología, este relato se podría diseccionar y convertirlo simplemente en un ejemplo de recuerdo asociado a un objeto, en este caso la flor y mi historia personal. Igual hace un contable, reduciéndolo todo a saldos, un comerciante a clientes y un biólogo a células y componentes.
El evangelio nos habla del conjunto y de nuestra posición. No da detalles.
La gloria de la tierra…
Esta experiencia que podemos tener con nuestro jazminero, o con aquellas plantas de su elección, el Señor nos la explica de una forma especial, “sí, todas las cosas que de la tierra salen, en su sazón, son hechas para el beneficio y el uso del hombre, tanto para agradar la vista como para alegrar el corazón; sí, para ser alimento y vestidura, para gustar y oler, para vigorizar el cuerpo y animar el alma.” (DyC 59:18-19) No podría decirse mejor. A veces no salgo de mi asombro de cómo el Señor puede expresar cosa tan sencillas de tal manera. ¡Qué hermosas palabras!
En demasiadas ocasiones y por bastante tiempo nos dedicamos a escoger otros hilos para tejer una gloria que pronto cae. Los mandamientos que se dan en esta revelación como “…preparar tus alimentos con sencillez de corazón….” (Ver.13), nos orientan a no tejer sino a separar entre lo que es solo un bramido (Moisés 1:19) y lo que realmente vigoriza y anima el alma.
…y el agradecimiento
El cultivar una actitud de gratitud, tal como se nos manda “Darás las gracias al Señor tu Dios en todas las cosas.” (Ver.7) nos ayuda a que nuestra vista perciba lo agradable del mundo que suelen ser las cosas que habitualmente
no se estiman. Nos favorece al gozo espontáneo. El dar gracias nos beneficia en disfrutar de los alimentos sencillos de nuestros padres, los sabores de la infancia.
Ser agradecidos en nuestro vestir es abandonar las cortes de Salomón y buscar la simplicidad de los pajarillos que no siembran ni siegan. Gustar cada día de los alimentos que nos preparan en casa dando real importancia a recibirlos de manos amigas. Oler los aromas sencillos mientras preparamos nuestros alimentos con la misma sencillez.
Para ser agradecidos es necesario detenernos, cosa difícil al ritmo en que vivimos. Darnos cuenta que “nos son dadas
todas las cosas que para [nosotros] son propias” (2 Nefi 2:27). Vemos al mismo Salvador, creador de las
espigas de trigo, “tomando los siete panes y los peces, dio gracias, los partió” (Mateo 15:36) y el mismo que convertía el agua en vino, “…tomando la copa, habiendo dado gracias, les dio” (Marcos 14:23)
Recuerdo una ocasión de dar gracias. Una tarde de vuelo en ala delta. Era verano. Ascendí al Colativí, una cima en Sierra Alhamilla a 1200 metros. Habíamos preparado una rampa de despegue con mucho esfuerzo. Quise ser el primero en probarla y me dirigí hacia el despegue junto a un amigo para que me recogiese más tarde.
En el Colativí
Cuando estaba en la rampa, note que el ala se me clavaba en los hombros, las condiciones eran dudosas. ¡Pero cómo desaprovechar la ocasión!
Cuando salté al vacío, comprendí mi error.
La corriente general venia de Norte y yo estaba en la ladera Sur.
Estaba dentro de un rotor. La especial orografía del terreno convertía la zona de vuelo en una batidora. Perdí el control del ala y temí lo peor.
El variómetro me avisaba que caía a gran velocidad. En esas condiciones hice la oración más ferviente de toda mi vida.
Después de un tiempo que se me hizo eterno, a pocos metros del suelo conseguí algo de presión y pude caer con menos velocidad. Se rompieron algunos tubos del ala, pero a pesar del golpe, solo me hice algunos moratones y rasguños.
Allí en el suelo, con el ala rota, me sentí nuevo. Recién nacido. Nunca olvidaré el olor a romero y tomillo, poder sentir el aire en mi cara. De camino a casa me di cuenta lo afortunado que era.
Cuando llegue, Nati me había preparado una tortilla con cebolla y perejil. No recuerdo haber comido algo así en mi
vida. No podía creer que estaba allí sentado en mi casa, disfrutando de un manjar como aquel. El pan era tierno, crujiente y la bebida fresca. Se lo agradecí tanto que ella me preguntó si había pasado algo.
Nos son dadas
Esa tarde me di cuenta que, como enseña Nefi, nos son dadas todas las cosas que para [nosotros] son propias, nada de lo que tenía en mi vida era un derecho o algo que viene sin ser compelido. Ese accidente me colocó a nivel cero de la escala y ahí te das cuenta que “aún le [somos] deudores; y lo [somos] y lo [seremos] para siempre jamás; así pues, ¿de qué [tenemos] que [jactarnos]?” Ese día el accidente me golpeo como la vara en la piedra de Meriba, ver brotar agradecimiento por las cosas sencillas fue una revelación, El observar y oler mi entorno, el recibir de manos amigas el fruto de la tierra, me hizo ver sorprendido la gloria de las pequeñas cosas.
La tarde anterior al vuelo, orando en mi cuarto, recibí la impresión clara e inconfundible de que no fuese a volar al día siguiente. Por dos ocasiones, la misma respuesta. Pero fui.
Escribía Joseph Roth, periodista austriaco de ascendencia judía. “¡Un pueblo es mucho! ¡… la totalidad de mi cerebro, todo ello se lo debo en primer lugar a ese pueblo! ¡De él proceden los antepasados, a él vuelven los hijos!». Dar gracias por nuestros antepasados. Ciertamente lo que somos, lo debemos a otros.
Mi abuela Maria
Recuerdo a mi abuela y a mi padre preparar el gazpacho para el almuerzo. Es una sopa fría hecha de tomate,
pimiento, ajo, pepino, cebolla, aceite, vinagre, sal, agua y pan. ¡Rojo, verde, blanco, verde y oro! Todo macerado y en crudo. Se toma frío en tiempo de calor.
Miraba sus manos cortar pacientemente y majar en un mortero los ingredientes, mientras uno a uno dejaban su color en mi retina y su aroma en mi nariz.
Después su inigualable sabor y frescor.
Puedo asegurar que hacían esto con amor, sabían al hacerlo, que era algo más que una sopa fría. Con precaución, estimado lector, puede decir que era una ofrenda a la memoria de sus seres queridos, hacerlos presentes a través de ese plato. Mostrarnos a nosotros,
los olores, colores y sabores que ellos tenían en sus vidas. Volver la memoria y el corazón.
Me contaban que sus antepasados lo tomaban en el campo bajo los árboles para descansar de la jornada y el calor. Y mientras lo hacían yo los imaginaba con sus sombreros de paja y sus pañuelos, bajo los eucaliptos. Reír, beber, dar gracias por los
alimentos, recordar a los que se fueron. Conocí alguno de ellos en mi infancia.
Sin una opinión adulta en cuanto a sus vidas, guardo la sensación infantil de haber conocido a buenas personas, de sonrisa franca y de risa fácil.
Dar gracias y gozarnos en la humildad de los lirios, nos hace sentir el kébod del mundo.
Esas personas de mi infancia, aun mi abuela María, me dejaron una huella profunda. Ella tenía un aura de paz que podía sentirse desde cierta distancia. No era tejida ni hilada. Se basaba en su naturaleza pacificadora. Su permanente interés en ministrar a los suyos y su absoluta y completa falta de egoísmo.
La recuerdo entre otras cosas a través de sus platos. Ella hacía en especial uno para mí, ella sabía lo que me gustaba y en cada ocasión que podía me
lo preparaba. Eran las espinacas esparragadas. Las preparaba con ajo,
garbanzos, aceite, pan frito y pimiento molido. Ella me miraba y reía mientras yo miraba impaciente la sartén en el fuego.
Ahora sé poner nombre a ese recuerdo. Ella me quería y lo hacía a través de sus manos, preparando de la abundancia de la tierra, con sencillez de corazón para agradar [mi] vista para alegrar [mi] corazón; sí, para ser alimento y vestidura, para gustar y oler, para vigorizar [mi] cuerpo y animar [mi] alma.
La gloria y abundancia de la tierra a través de las manos de nuestros seres queridos. Transfigurándonos y así, poder ver con ojos espirituales lo oculto
al ojo natural. Las personas también tienen su gloria o sus tinieblas. A ella
era fácil adorarla, era adorable, me mostró su gloria.
La luz de Cristo
Afortunadamente yo sabía que esas cosas me eran dadas. Si hubiese tenido la idea de que esas cosas me eran propias, no estaría recordando esta escena.
Si no tenemos la luz de Cristo no podríamos percibir la gloria de este mundo ni de sus criaturas. Serían tinieblas para nosotros o simples recursos naturales. De la misma forma que un atardecer nos conmueve con su presencia, porque podemos comprenderlo por la luz de Cristo, y despierta en algunos de nosotros un lenguaje especial como es la poesía o la música, así mismo, la presencia de él nos transfigura de forma que todo nuestro cuerpo cambia para poder soportar su presencia.
Actualmente escucho con insistencia como se relaciona las tareas cotidianas del hogar con el tedio y la monotonía. Con la falta de reconocimiento para esa labor. Como si esos cuidados rebajaran las capacidades de aquellos que las realizan.
Sin embargo “…preparar [nuestros]alimentos con sencillez de corazón….” para los nuestros, con agradecimiento, es «[confesar]su mano en todas las cosas…» (DyC 59:21). El mandamiento dado en esa misma sección en el versículo 7 «Darás las gracias al Señor tu Dios en todas las cosas» es una invitación a observar la gloria de la obra de sus manos.
El ritual cotidiano de alimentar a nuestra familia, es semejante a la preparación de los panes sin levadura del lugar santo en el antiguo tabernáculo. El Salvador mismo, partió el pan y lo uso como símbolo de su cuerpo. El mismo preparó pescado asado para unos apóstoles desorientados que no sabían qué hacer.
Cada vez más los frutos de la tierra, nos llegan preparados a través de manos extrañas, sin la emoción que siempre los acompaña cuando se hace con amor. La mirada expectante del resultado en los semblantes. La oración durante la que repasamos los esfuerzos y el tiempo y en la que agradecemos poder tenerlos en la mesa.
El ser agradecido en todas las cosas, nos introduce en su presencia y participamos de una gloria temprana en este mundo. Cuando nos acercamos a la gloria de Dios o cuando menos a la luz y la verdad, entonces comprendemos que como enseñó Benjamín…”No. No podéis decir que sois aún como el polvo de la tierra” (Mosíah 2:24) pero también comprendemos la gloria del mundo cuando somos transfigurados por ella, cuando nos cubre gracias a la luz de Cristo, y entonces comprendemos que “…sí, y todas las cosas indican que hay un Dios, sí, aun la tierra y todo cuanto hay sobre ella, sí, y su movimiento, sí, y también todos los planetas que se mueven en su orden regular testifican que hay un Creador Supremo.” (Alma 30:44)
Y yo añadiría que los lirios también testifican.
Gracias por mostrarnos con tan censíllas palabras tantas importantes cosas que no somos capaces de ver ni percibir, las recordaré siempre y las enseñaré a mis hijos, para que sepan reconocer la gloria de cada cuál
Gracias Edwin, nos sentimos honrados desde teancum de formar parte de tu familia aportando nuestro grano de arena
Me encantó su historia de los lirio, casi pude oler su jazmín, comprendí su enfado por sus jeranios que se marchitaron, me gustan las plantas, verdaderamente ellas vigorizan nuestros sentidos, igual que los ricos alimentos preparados con sencillez, ahora en mis oraciones recordaré algunas cosas más. Gracias