sábado, febrero 1, 2025
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El sutil encanto del mundo

Nosotros, que anhelamos que nos hable como trompeta, perdemos su constante susurro de abeja.

La persuasión del mundo no está tanto en la basta tentación como en el continuo dialogo de su presente. Llena los silencios que nos asustan con su incesante ruido, nos hace sentir seguros al impedirnos escuchar el tremor retumbante del futuro. Este mundo parlotea al presentir la muerte. Con gestos grandilocuentes, el sutil encanto del mundo, reclama nuestra atención, mientras palpamos los espesos silencios a las preguntas esculpidas en el alma.

Los artificios del mundo intentan eliminar nuestro denominador común, que es el sufrimiento y la muerte. Pero nuestra vida, quedó para siempre afectada por un valor fraccionario a consecuencia de la caída. Por eso la felicidad se presenta en porciones, como cuantos de luz, aunque nuestro anhelo sea su flujo continuo, tal como discurre nuestra conciencia.

El sutil encanto del mundo

Esta mañana, al circular junto a la capilla, quedé pensativo por un suceso de ese día. Venía de asistir como acompañante a un acto contencioso-legal. En ese instante, noté cuan alejados estaban sus estancias de la escena anterior. A medida que el edificio de la capilla quedaba a mi izquierda, intentaba aceptar que somos lo débil del mundo.
Pero en esa aceptación refulgían en mi interior la luces de la restauración, la majestuosidad de sus ordenanzas superaban cualquier corte de justicia y sus doctrinas brillaban en la faz de cualquier abismo.
Las impresiones fluyeron rápidas, en tan solo una curva del trayecto. Y es que tengo un circuito interior muy transitado por esta realidad.

Cuando nos acercamos al evangelio

Cuando nos acercamos al evangelio, hemos de hacerlo con grandes cuestiones, de lo contrario los pájaros del cielo se las llevarán o el Sol secará nuestro interés por su poca raíz.
Tener preguntas sin respuestas nos acerca al polvo, quien tiene como única opción ascender. De ahí que fue un buen comienzo para el pueblo de Benjamín aceptar esa condición. En ese mismo día pasaron del polvo a ser progenie de Cristo, tan fuerte sopló el Espíritu en los alrededores del templo, en Zarahemla.

Al cavar con profundidad en nuestra alma para sembrarla, encontraremos sus alas y su deseo de volar. Y no solo de contentarnos con los granos desparramados en el campo ancho y espacioso. Ella sabe reconocer a su hacedor y solo presentarle sus huellas bate sus alas con gozo.

Ese hambre de pan del cielo se calmará cada día al recoger el gómer diario en la oración y el arrepentimiento. Pero el anhelo de recoger más de lo necesario puede abrumarnos como lo hace el mundo y sus afanes.
Contentarnos y agradecer la porción diaria nos hará sencillos como las aves del campo que no siegan ni almacenan en alfolíes. Dar gracias por el pan de cada día, nos hace recordar que su origen está en la luz de Cristo.

«Como también él está en el sol, y es la luz del sol, y el poder por el cual fue hecho.»

DyC 88:7

Por eso cuando se nos da el pan de cada día, con acción de gracias, participamos junto al Sol en su órbita porque

las estrellas también dan su luz, a medida que ruedan sobre sus alas en su gloria, en medio del poder de Dios.

DyC 88:45

Por tanto, acudir en oración no es un afán, es un movimiento alegre para el que lo frecuenta. Recogemos nuestras piernas y cruzamos los brazos para extender las alas. Nuestro cuerpo y mente siempre ofrecen resistencia, están habituados a los movimientos naturales y al vibrante pensamiento causal. El mayor esfuerzo consiste en parar la inercia de esos movimientos.

La oración nos propone la quietud, el silencio y la oscuridad. Esa parábola diaria de la muerte, sugiere que ésta es la última oración del alma. Pero aquel que ora, sabe que allí en lo profundo, él «también descendió debajo de todo» DyC 88:6 y así «Como también él está en el sol, y es la luz del sol» 7, al que ora le es fácil ver que, también Él brilla en su oscuridad, habla en su silencio y vivifica las coyunturas de su alma.
La oración detiene el flujo de nuestra conciencia, estudia sus porciones diarias y nos ejercita en la mayor de las sabidurías que es el agradecimiento y «el sentido de nuestra propia nulidad» Mosíah 4:5

El afán del mundo

El afán del mundo en ser más, tener más y acumular, puede filtrarse en la ambición de tener una columna de luz. Suponiendo así, que de esa forma, nos liberamos de la incertidumbre y entramos en el selecto círculo de los que saben y no creen.
Sin embargo, la graciosa alegría que se posa una mañana en el alma, debería doblar las rodillas en agradecimiento y de esa forma ser sencillos como palomas.

El sutil encanto del mundo

Esa austeridad en ser felices, nos hace económicos al espíritu. Así éste, con un simple aleteo, puede llevarnos a lo alto de una montaña donde nunca pusimos pie.
El no pedir más de lo necesario puede traernos más de lo que imaginamos.

Al rogar por misericordia para nosotros y todos los hombres, vendrán las semillas de mostaza una tras otra y también el pez con un estatero en su interior.
Tampoco habrá un día en que caigamos y Él no lo sepa. Así, aceptaremos las pruebas como el clima propio para el alma. De esa forma, la certeza de que Él conoce nuestras caídas, calmará el dolor de nuestras heridas y notaremos su ángel de fortaleza visitándonos en nuestro Getsemaní.

Nadie da gracias por la lluvia en los páramos desiertos, por la gotas perdidas en el mar. Reconocer las que caen en nuestras manos, es el principio del agradecimiento. Siendo unos invitados en este mundo, bueno sería agradecer lo recibido, sin esperar lo que creemos que se nos debe.

No podemos trasladar el frenesí del mundo a nuestro discipulado. Una actividad frenética de servicio o eclesiástica, solo será la emulación del vertiginoso movimiento del mundo en la iglesia. Al final desemboca en hacer cuenta de qué se nos debe por nuestro servicio. Y más grave, exigir a otros cuentas por los suyos.
Fue el frenesí de los antiguos israelitas en recoger pan del cielo, lo que provocó el enojo de quien lo depositaba cada mañana. Es la avaricia del invitado, que desconfiando del anfitrión, acumula todo lo que puede en los entrantes.

El sutil encanto del mundo

El desear mayor luz y conocimiento, en el banquete de la restauración, requiere cuidado y discreción. Cuanto mayor es la cara, mayor es la cruz. El enemigo puede ofrecernos la otra cara: vestir con opulencia, ante los humildes discípulos de Cristo, las sedas y perlas recibidas.

Recoge los trozos de pan

El Señor, creador de los campos y su trigo, siempre recoge el pan que sobra, no los tira. Si necesitamos un susurro no enviará un trueno, y si es un rayo de luz no mandará un relámpago.
Ese comedimiento en su manifestación, nos hace más sensibles y atentos. Así, en el futuro, sabremos escuchar las pequeñas oraciones de nuestros hijos, incluso aquellos susurros inaudibles. Esos que casi no salen del alma y que ni nosotros conocemos.
El oído divino, al que tanto imploramos, se ejercitó en el silencio, donde aprendió a escuchar la caída de un pajarillo a tierra.

El tejido de su divinidad, son hilos de seda. Por eso…

«el mismo que contempló la vasta expansión de la eternidad y todas las huestes seráficas del cielo»

DyC 88:1

… se maravilla ante la gloria de los lirios del campo 28.
Nosotros, que anhelamos que nos hable como trompeta, perdemos su constante susurro de abeja. Aquel que mantiene al mundo con vida, requiere un oído educado, porque sus acordes son pianísimo, en la gran sinfonía de su plan.

El sutil encanto del mundo

El Dios que organizó el Universo, cuya escala sobrepasa nuestra comprensión, nota la caída del pajarillo que cabe en nuestra mano. De esa forma, nuestro mundo, que busca la intensidad con denuedo, se exaspera ante los largos tiempos del alma y sus pequeñas medidas. Los santos hemos de perseverar ante la quietud, el silencio y la oscuridad que están en la oración. Afinan el alma para volar, escuchar y ver la delicada trama en la ecología divina de su plan.

Es el dialogo interior y la mirada hacia Cristo la que lo convierte en nuestra roca. Fuera, el mundo líquido, requiere de continuo movimiento para no sucumbir, nada permanece a flote mucho tiempo, el hombre de hoy salta continuamente de un asidero a otro para evitar su hundimiento.

Hace poco hablaba con una antigua amistad y le preguntaba cómo le iba. Contestó con satisfacción que estaba liada en mil cosas. Conociendo a mi amiga, estoy seguro de que no son cosas baladíes.
Sin embargo, a veces, huimos del vacío y el silencio y nos refugiamos en el bullicio. No obstante, el vacío y el silencio están llenos de las criaturas de sus desiertos. Y la voz de Dios sopla por sus parajes y hace llover en sus soledades.

El sutil encanto del mundo

La actividad en mil cosas llena miles de cosas y acalla las voces del desierto, donde habita el espíritu.

He pasado por la misma etapa y recuerdo contemplar mi vida con satisfacción pues había mucho movimiento. Quizás la mayoría eran necesarios, pero recortaba algunos vitales.

Y después de haber despedido a la multitud, subió al monte a orar aparte; y cuando llegó la noche, estaba allí solo.

Mat. 14:23

El vacío, el silencio y la oscuridad de la noche. Todo lo contrario de nuestro mundo, las pantallas, el ruido y las luces.

El recogimiento de nuestra alma en la contemplación de su evangelio y en la oración, alinea sus fibras hacia la caridad, que hace de mar en el clima del cielo. Engalana las plumas del alma, aguza sus sentidos en escuchar la brisa de su plan y hace destilar su doctrina como rocío del cielo. 121

El sutil encanto del mundo

Sentados junto al pozo de Jacob, a veces no tenemos nada para sacar agua. A veces las fuerzas nos fallan y desmayamos de sed. El cielo parece de bronce, y la idea de orar resulta casi ofensiva.
He experimentado muchas veces esta sensación y también de cómo, al momento de arrodillarme, a fuerza de pura voluntad, se me extendiera una mano de apoyo.
A veces, el suave roce de su paz te sana por completo, te hace mirar el mundo de otra forma y entonces acude la alabanza a tu garganta y brota como agua de un pozo que desconocías.
Él, que nos habló de las aguas vivas, nos invita a tomarlas.
Enseñaba Élder Neal A. Maxwell:

El servir, el estudiar, el orar y el adorar a Dios son los cuatro puntos fundamentales para completar “lo que falte a [nuestra] fe”

Resolved esto en vuestros corazones

Esas cuatro acciones son pura luz y verdad, puntos cardinales del discipulado.

El sutil encanto del mundo

Siempre estuve en lucha ante las filosofías del mundo. No tentado en su aceptación sino bajo la obligación autoimpuesta de batallar con ellas, de medirme. Gran tarea para un joven sin experiencia en el mundo y sus lides. En ocasiones no era agradable y en otras reconocía mi falta de argumentos.

Por la misericordia del que cuida los pajarillos del campo, fui preservado igual que uno de ellos. Por eso, cuando los veo en mi ventana, siento un temblor en el alma al comprender el amor que Él tiene, incluso por aquellos que sin alas se lanzan a los abismos.

El pequeño aleteo de mis pensamientos no me hubiera sostenido en aquellas tempestades y ahora sonrio al pensar con que satisfacción me recreaba en mis ideas, cuando era su mano quien evitaba mi caída.
Cuan simple era yo de no ver que era su paz y su soplo el que me sostenía. Cuanto tiempo me ha costado comprenderlo. Cuanta paciencia la de Él en esperarme.

La multitud de sendas y de árboles, de promesas y de vacíos es innumerable. Nosotros elegimos una, la del Salvador. Un simple árbol entre muchos, en el campo espacioso, pero de un fruto dulce.

El sutil encanto del mundo

Ningún siervo puede servir a dos señores, porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas.

Lucas 16:13

El mundo no solo tiene riquezas, también conocimiento. Sustraerse a ambas cosas es difícil. El conocimiento del mundo es poderoso porque se vuelca veloz en la realidad y sus objetos. Levanta edificios grandes y espaciosos e incluso lanza un bastón que se convierte en serpiente.
En el continuo ruido abrumador de esa feria que no cesa, no podemos oír ni hablar, salvo que adoptemos el tono de esa atmósfera festiva. Definir qué cosas hemos de hacer para no ser un eslabón más del reino del hombre natural, no es fácil.

No obstante, el servir, el estudiar, el orar y el adorar a Dios nos ayudan a acercarnos a Cristo, quien es la luz que brilla.
Tan solo acercarnos un poco, si acaso captar un reflejo, una mota de su luz que flota a nuestro alcance, el roce de su paso ante nosotros, ni siquiera tocar su manto. Basta ese tremor que no llega ni a temblor en el alma.
¡Hace falta tan poco!

El sutil encanto del mundo

Y entonces comprendes y ves y casi tocas que no hay nada comparable a esos momentos y son ¡tan cortos!
Notas como cae la tarde vestida de un manto bordado de sensaciones desconocidas. Está vestida de una gloria eterna, trayendo notas de otro mundo. Sientes que tu vida se alarga más allá de tu vista, notas que no hay horizonte. Notas un sentir ajeno a este mundo, una percepción de tu habitación, de tu familia, de tu cuerpo que no tenías y que quieres retener como sea. Nada hay en este mundo comparable, de más valor o que pueda imitarlo. Sí, es eso, estas sintiendo el espíritu.

Pero se va y no puedes evitarlo. Te gustaría que permaneciera para siempre, igual que el pajarillo que trina en tu ventana, pero sabes que se irá porque tiene alas y no pertenece a esta vida.

El sutil encanto del mundo

Te levantas alegre porque has bebido del agua que quita la sed. Volverás a tenerla y si quieres beber tendrás que ir a la fuente de donde mana. Pero ese día caminas con un corazón vivo aunque sabes que pronto volverá la lucha en la puerta de tu alma. La cizaña volverá a crecer y tu batalla comenzará de nuevo porque no quieres que entre y te robe la ocasión de volver a la fuente de aguas vivas.

El camino del corazón

Sí, el camino del corazón es en definitiva el que nos dirige a todos. En el siglo de la razón, sigue siendo el corazón el que mueve nuestras articulaciones la mayoría de veces. Por eso buscamos máquinas que no lo tengan, porque no confiamos en el sentir incierto del corazón.

Guarda mis mandamientos; guarda silencio; invoca a mi Espíritu;
 sí, allégate a mí con todo tu corazón para que ayudes a revelar esas cosas de las que se ha hablado,

DyC 11:18

Sin embargo el Señor no demanda argumentos ni razones porque estas son de la mente pero el corazón corresponde al alma, porque la riega de la punta a los pies.

Cuando era pequeño tenía una bolsa de canicas de vistosos colores. No las jugaba porque las perdía por mi falta de maña. Solo quería tenerlas y contemplar aquellas formas en el interior del vidrio. Eran misterios para mí.

Él no nos pide lo que tenemos, ni lo que sabemos. Nos pide soplar en lo que somos. Solo así puede vivificarlo todo.

3 COMENTARIOS

  1. Hola David. Celebro tu maravilloso don de plasmar con tanta sensibilidad lo que nos rodea.
    «agradezco la porción diaria» de conocimiento, de amor, de agua viva… y aunque a veces desearía un «relámpago» se que no me correspond pues no sabría como gestionarlo, mejor un «rayo de luz»
    Y en este momento de mi vida me ejercito en el silencio pues el exceso de palabras me impide escuchar activamente.
    Que bien describes la sensación que nos invade con el espíritu y nos eleva de suelo!!
    Solo puedo decir gracias y hasta la próxima

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