Siendo miembro del consejo, recibí una asignación para dar una bendición de salud a una hermana de avanzada edad de nuestra estaca. Angustiada, me contaba entre lágrimas todos sus padecimientos tanto del cuerpo como del alma; de cómo le atormentaban día y noche impidiéndole dormir. En un momento dado rompió a llorar desconsoladamente. Me sentí aturdido por esas emociones, pero era necesario reunir en ese instante, la ansiedad del alma y la ayuda del cielo.
Contenidos
La pequeña golondrina
En el cuento «El príncipe feliz» de Oscar Wilde, una golondrina se posa en el hombro de la estatua del príncipe, que preside en la altura, la ciudad. La golondrina le susurra al oído las maravillas que ha visto en el mundo a través de sus viajes. El príncipe le responde
«Querida golondrinita -dijo el Príncipe- me cuentas cosas maravillosas, pero más maravilloso que todo eso, es el sufrimiento de hombres y mujeres. No existe misterio más grande que el de la miseria. Vuela sobre mi ciudad, golondrinita, y dime lo que ves en ella”.
(El príncipe feliz)
El príncipe desde la altura atiende el dolor de las personas en su ciudad. Le pide a la golondrina que arranque con su pico las gemas de su estatua y las láminas de oro que lo recubrían. La golondrina vuela depositando esa riqueza en la vida de los humildes y necesitados.
Al final el príncipe dona toda su riqueza y la golondrina su vida, pues le sorprende el invierno en esta tarea.
Leí este cuento siendo muy joven y recuerdo la impresión que recibí cuando Wilde habla del sufrimiento como un misterio maravilloso. Para mí eran tres palabras contradictorias Misterio, maravilloso y sufrimiento no deberían ir juntas. Yo creía que el sufrimiento no era maravilloso ni tampoco un misterio sino algo ordinario.
Antes de la ordenanza
Al hablar con esta hermana antes de la bendición, al contemplar su dolor, no tuve otras palabras que las que usó nuestro Salvador al expresar el suyo. La semejanza entre ese momento y el de Getsemaní eran palpables.
«padecimiento que hizo que yo, Dios, el mayor de todos, temblara a causa del dolor y sangrara por cada poro y padeciera, tanto en el cuerpo como en el espíritu, y deseara no tener que beber la amarga copa y desmayar.» (DyC 19:17)
Él, que es la luz del mundo, él que nos vivifica, [la luz que brilla, que nos alumbra, que viene por medio de aquel que ilumina nuestros ojos, y que es la misma luz que vivifica nuestro entendimiento] (DyC 88:11) deseaba apagarse, quería desmayar. Esa angustia de su alma es un misterio insondable.
Durante un instante deseó perder la conciencia de lo que ocurría, apartarse de todo ello y salir. Las emociones son parte de la divinidad, pero no dirigen sus pasos. Hago hincapié en este detalle porque revela la magnitud del sufrimiento para el mayor de todos y por lo tanto el patrón para calibrar el nuestro y comprenderlo mejor.
La sangre que salía de cada poro, correspondía a la ofrenda en el altar por cada uno de nosotros. Hay una gota para mí y otra para usted, estimado lector. Los holocaustos de Israel no llenan ni uno de sus poros. La golondrina nos visita a cada uno de nosotros «indignas criaturas» (11) con sus gemas rojas sangre.
Durante un instante, él deseó no padecer y que el Padre lo bendijese para no sufrir su destino. Al igual que el Salvador, esta hermana padecía tanto en el cuerpo como en el espíritu y deseaba no tener que beber su copa.
A todos nos pasa, nadie quiere estar en Getsemaní y todos pedimos una bendición para que ese momento pase o no llegue. Emular a Cristo, aceptando la voluntad del Padre, es el único recurso para no desmayar.
Ella enfrentaba enfermedades que parecían fuertes toros de Basan rodeándola. Comprendí por un instante la amenaza incesante que podría acompañarla hasta el fin de sus días, la opresión en el pecho y el estrechamiento de su garganta. Vi la angustia y la desesperanza, el abatimiento y las lágrimas.
Ante ese misterio sagrado en su propio jardín de los olivos, fue preciso guardar silencio y escuchar el llanto como expresión de las palabras ocultas del alma, una forma de velar. Desde ese oscuro pozo, nuestra vista se adapta a ver en la oscuridad. Entonces observar la estela persistente de aquel que ya estuvo allí y que dejó su luz para aquellos que bajan a los abismos del segundo estado.
Por lo tanto meditar en su padecimiento es comprender el nuestro y tomar su nombre aceptarlo como rosa de los vientos.
Durante la ordenanza
Una bendición de salud debe su nombre a su utilidad, invocar el poder del cielo para la salud del cuerpo y del alma. Pero a veces es en la coronilla del alma donde hay que ungir con aceite para su sanación y fortaleza.
Mientras la bendecía con salud, rogaba por decir la verdad, yo buscaba la verdad subyacente a la bendición para que fuese conforme a su voluntad. Tú sabes, estimado lector, cuándo dices la verdad.
Entonces apareció una palabra con fuerza, ella se abría camino en mi mente con gran protagonismo. La palabra «fortaleza» ante la ansiedad del alma.
La fortaleza, que a tantos desafíos nos enfrenta, no es lo más deseado en nuestras pruebas pues nos invita a soportar no a escapar. Cuando alguien nos brinda fortaleza, nos dice que vamos a seguir con nuestra carga.
El ángel enviado para fortalecerle en Getsemaní no es lo que pedía el Salvador.
«Padre, si quieres, pasa de mí esta copa; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.
Entonces se le apareció un ángel del cielo para fortalecerle.»
(Lc. 22:42)
El conocía el plan, junto al Padre Celestial, lo habían repasado infinidad de veces. Pero en ninguna de ellas Jehová pudo contemplar y calibrar la magnitud del pago sino hasta la repentina revelación del jardín. Sabía que era necesario padecer por los pecados, pero no sabía cuán doloroso iba a ser.
Él tampoco lo sabía
Exhortando al profeta José, después de perder los manuscritos, le aconseja arrepentirse para no sufrir esos padecimientos.
«…y sean tus padecimientos dolorosos; cuán dolorosos no lo sabes; cuán intensos no lo sabes; sí, cuán difíciles de aguantar no lo sabes.» (DyC 19:15)
Tres veces dice «no lo sabes» porque nos está diciendo… ¡que él tampoco lo sabía! que se enfrentó a lo desconocido y tembló. Esta confesión del Salvador es tan tierna que emociona meditar en ella, ¿acaso podemos enseñarle algo? Solo podemos arrodillarnos y asombrarnos.
Las tres cualidades del dolor: nivel, intensidad y duración (dolorosos, intensos y aguantar en el tiempo) es lo que expresa Cristo, quien se convierte así en el gran conocedor de todas las cosas.
David, en Salmos, a través de sus palabras profetiza los sentimientos de Cristo en la expiación.
«Derramado soy como el agua y todos mis huesos se descoyuntan; mi corazón es como cera, derritiéndose en medio de mis entrañas.» (Sal. 22:14)
Por eso es aceptable ante sus ojos nuestra queja, nuestro llanto, el deseo de escapar, el temblor, nuestros por qué. El entiende porque estuvo allí y se sintió desamparado. El no se escandaliza de nosotros.
«Y cerca de la hora novena, Jesús clamó a gran voz, diciendo: ¡Elí, Elí!, ¿lama sabactani? Esto es: ¡Dios mío, Dios mío!, ¿por qué me has desamparado?» (Mat. 27:46)
Ni todo el poder de los cielos pudo evitarle padecer la naturaleza de esa esfera de justicia que se formó alrededor de su persona. Los demandantes de la justicia se presentaron esa noche a cobrar la deuda
«Me han rodeado muchos toros; fuertes toros de Basán me han cercado. Abrieron sobre mí su boca, como león rapaz y rugiente.» (Sal. 22:12-13)
La medida del alma
Por eso su expiación es el sistema métrico de nuestra alma, siendo nuestro milímetro de padecimiento una imagen de su infinito y nuestra resolución una emulación de su consagración al Padre.

Con esa proporción aurea que nos da su ejemplo, somos más sensibles a comprender las medidas del dolor del prójimo, tal como el samaritano que descendía de Jerusalén a Jericó. De esa forma estaremos preparados…
«para el día en que el Señor venga a recompensar a cada hombre según sus obras, y medir a cada cual con la medida con que haya medido a su prójimo.» (DyC 1:10)
Y así no escandalizarnos, que es el resultado del juicio precipitado ante la ansiedad del alma, del dolor ajeno tal como hicieron Elifaz, Bildad y Zofar ante el lamento de Job. Éste responde a las acusaciones de ser impío con la otra mejilla.
El atribulado debe ser compadecido por su compañero, aunque haya abandonado el temor del Omnipotente.(6:12)
Obligado a ser humilde
Cuando era joven tenía un compañero llamado Pedro. Cada año venia el tiempo de la revisión médica y él como siempre se negaba a ir a la mutua laboral. Yo sabía que el motivo era no tener que escuchar el informe médico sobre sus problemas de salud, algunos causados por sus hábitos.
En aquellas fechas yo iba a la revisión para recoger mi triunfo, todos los indicadores estaban en verde. Me sentía satisfecho y parecía como si mi cuerpo fuese de naturaleza distinta al resto.
Más tarde empecé a perder oído y agudeza visual. Le decía al médico de la mutua que yo tenía 52 años y que era normal. Pero éste me contestaba que con 52 la gente escucha perfectamente. No me gustaba aquella claridad de su respuesta
Aunque no por motivos serios, aquellas revisiones dejaron de ser el paseo victorioso de un cuerpo glorificado y empezó a ser el tránsito normal de uno caído en el plan de salvación, incluidas las etapas que, hasta entonces, solo las pasaban los demás.
Ninguna oración va a cambiar el diseño de su plan, ni siquiera una guerra en los cielos, ni siquiera la pérdida de 1/3 de sus hijos. Todos luchamos por esa clase de estado, el segundo.
Mostrará nuestra debilidad
Pero hay un Salvador, hay una esperanza para la muerte y sobre todo para el pecado que es la mayor amenaza.
«y si los hombres vienen a mí, les mostraré su debilidad. Doy a los hombres debilidad para que sean humildes; y basta mi gracia a todos los hombres que se humillan ante mí; porque si se humillan ante mí, y tienen fe en mí, entonces haré que las cosas débiles sean fuertes para ellos.» (Éter 12:27)
Él nos mostrará nuestra debilidad pero no la quitará. Es el conocimiento que enseñaba Benjamín a su pueblo.
«¿Podéis decir algo de vosotros mismos? Os respondo: No. No podéis decir que sois aun como el polvo de la tierra;» (Mosíah 2:25)
Ir a Cristo es recibir la revelación de nuestra auténtica naturaleza. Él nos salva también de nuestros errores, sin el engaño de nuestra salud, el tropiezo de nuestra jactancia, el espejismo de la riqueza o el aturdimiento de las alabanzas. Mostrarnos nuestra debilidad, en un pequeño grado, es escuchar que con 52 años los demás escuchan perfectamente y tú no. Y si pides a Dios para eso, no es probable que recibas un oído nuevo, pero sí fortaleza para sobrellevarlo y valorar la importancia de, no tanto oír, como escuchar.
Fui obligado a ser humilde y a comprender a mi compañero Pedro y por qué su negativa a escuchar sus debilidades. Fui obligado a oír menos, pero a escuchar mejor.
Pero ¿basta su gracia? realmente a mí y a esta hermana a usted estimado lector, ¿nos basta su gracia? o ¿preferimos nuestras soluciones que pasan todas sin excepción por eliminar nuestras cargas?
El Salvador enseñó a Moroni que, si acudimos a él, haría que las cosas débiles fuesen fuertes para nosotros. Sin embargo, eso no es invertir nuestra naturaleza, no es que nuestros defectos se conviertan en virtudes. Sino que estos defectos pueden ayudarnos a ser perfectos en Cristo y esto significa soportar nuestras cargas con paciencia y fe en su gracia. Reconociendo que no tenemos el poder de cambiar nuestra constitución básica ya que
«¿quién de vosotros podrá, afanándose, añadir a su estatura un codo?» (Mt. 6:27)
Nuestras aflicciones y la ansiedad del alma que las acompaña, muchas veces son criaturas de un mundo caído, ajenas a nuestra voluntad. Aúllan en la noche recordándonos que algún día entrarán en nuestra casa, aunque tapemos todas sus aberturas…«Porque perros me han rodeado; me ha cercado cuadrilla de malignos…» (Sal. 22:16)
Por eso la ansiedad del alma no es su debilidad, sino que es su torsión dolorosa que nos dirige al Sinaí, donde entre nubes densas y oscuras están sus alas perdidas. Asimismo, siendo el Gólgota la culminación de su sellamiento como Redentor del mundo.
«He aquí, mostraré a los gentiles su debilidad, y les mostraré que la fe, la esperanza y la caridad conducen a mí, la fuente de toda rectitud.» (28)
La bendición que pidió Cristo en Getsemaní fue de sanidad para su angustia, pero recibió fortaleza. Después de aceptar la copa entonces vino el ángel de la fortaleza. Su gracia no extirpa nuestra naturaleza, sino que la compensa mediante la fe, la esperanza y la caridad
La ansiedad del alma y la ayuda del cielo
Los santos no estamos exentos de la ansiedad del alma, pero tenemos la ayuda del cielo.
Cuando Amulón empezó a imponer su autoridad sobre Alma y su pueblo, agravó sus cargas y les fijó capataces, hasta el punto de prohibirles orar bajo pena de muerte.
«Y Alma y su pueblo no alzaron la voz al Señor su Dios, pero sí le derramaron sus corazones; y él entendió los pensamientos de sus corazones.» (Mosíah 24:12)
Habían huido del rey Noé, arriesgaron sus vidas por seguir a Cristo y aun así cayeron en cautiverio lamanita bajo la severidad de Amulón. Tal como nuestra hermana o nosotros mismos, caemos en las aflicciones y la ansiedad, a veces sin tener culpa en ello
Un viaje superficial habría llevado al pueblo de Alma al reproche «¿Dónde esta tu Dios Alma?» (42:3) o el Salmo lastimero de aquellos sin esperanza «si Dios existe por qué permite la injusticia…» este condicional no penetra ni un palmo en la tierra, ninguna semilla germina en esa frase, es tierra baldía para el alma. Ni la caridad ni la esperanza enraízan con tan poca profundidad.
El mundo y la vida no están diseñados para garantizar justicia sino un entorno para ejercer el albedrío.
Pero el pueblo de Alma no andaba en la superficie del mundo, sino que viajó a lo que hay «debajo de todo» (88:6) exploraron las cavernas ignotas del alma, donde se guardan sus tesoros. Bajar a ellas requiere lidiar con la oscuridad que la envuelve, así como la presencia de Jehová está «…en el monte, de en medio del fuego, de la nube y de la densa oscuridad» (Deut. 5:22)
Nuestra hermana estaba allí mientras describía su aflicción. Esas aristas dolorosas de su viaje al interior, desvelaban la batalla de su alma inmortal por salir a luz. Pero solo desde esa oscuridad se descubre la luz que ilumina en Sinaí.
Ellos, el pueblo de Alma, la descubrieron.
«Y aconteció que las cargas que se imponían sobre Alma y sus hermanos fueron aliviadas; sí, el Señor los fortaleció de modo que pudieron soportar sus cargas con facilidad, y se sometieron alegre y pacientemente a toda la voluntad del Señor.» (Mosíah 24:15)
Al igual que al Salvador, ellos fueron fortalecidos para soportar sus cargas y no para ser relevados de ellas. Mal que nos pese, es en ese segmento de la historia, donde está el aprendizaje y el crecimiento y no tanto en la liberación que es lo que todos deseamos. Pero el Señor esperó hasta que «sucedió que era tan grande su fe y su paciencia…» (16) entonces fueron liberados.
Sí, aquí aprendí que el misterio, sufrimiento y maravilla de la que hablaba el Príncipe feliz, coexisten, pero solo si estamos dispuestos a seguir a Cristo y su rastro hasta el interior oscuro del alma. Nadie busca esa disciplina voluntariamente, pero el plan de salvación está diseñado para proveerla.
Un ejemplo maravilloso
Elder Bernard nos relata un encuentro con Elder Neal A Maxwell antes de fallecer por cáncer
«Yo le pregunté al Elder Maxwell qué lecciones había aprendido de su enfermedad. Siempre recordaré la respuesta precisa y penetrante que me dio:
“Dave”, dijo, “he aprendido que no desmayar es más importante que sobrevivir”.
Esa respuesta contiene más que muchos libros. Muestra la gran humildad que demostró Cristo al reconocer que deseó desmayar y no tener que beber, «Sin embargo, gloria sea al Padre, [bebió, y acabó sus] preparativos para con los hijos de los hombres.» (19:19)
«En enero de 1997, el día en que iba a empezar la primera serie de quimioterapia, el élder Maxwell miró a su esposa, la tomó de la mano, dio un profundo suspiro y le dijo: “Lo único que quiero es no desmayar”. (Aceptar la voluntad y el tiempo del Señor, Elder Bednar)
Y no desmayó.
Seguir el ejemplo del Salvador nos lleva al núcleo de nuestra constitución, nos enfrenta a la realidad de la vida y no al escapismo que impera hoy en el mundo. Acudir a él no nos librará siempre de la angustia del alma pero de seguro recibiremos la ayuda del cielo.
sabes hace tiempo tuve un sueno donde yo pedia una bendicion y la respuesta que se me daba era que si pero cuando llegara a el Getsemani o que se me daria en el Getsemani este articulo me di un destello de luz y me hizo tener pensamientos nuevos o ideas nuevas. gracias David por compartir tu Don. saludos
Gracias a ti por tu comentario Manuel. Un sueño revelador el que tuvistes, con mucho significado. Getsemani es un aledaño de nuestra vida, todos lo visitamos.
Siempre e considerado que una cosa es comentar una historia y otra es vivirla en carne propia, pero con la ayuda de nuestro salvador todo es posible . gracias por la reflexión del tema, me ayuda mucho.
Si cuando sedrvimos es cuando más conocimiento recibimos. Ojalá que tengamos las oportunidades o las busquemos.
Hola Miguel me alegra verte por Teáncum. Gracias por tu apoyo constante a este intento de hacer de teancum un lugar agradable
Interesante lección Sr David, cuanto se aprende leyendo sus artículos!!! Muchas gracias