La ecología y la restauración del evangelio están entrelazadas de forma sutil. No es una materia del evangelio, no es un concepto doctrinal y por lo tanto no hay un plan ecológico en la restauración para presentar a quien pregunte por él.
Sin embargo las enseñanzas de su doctrina nos sitúan en el punto de un equilibrio profundo entre nosotros y el medio. Sin un epígrafe ecológico y sin contar con el visto bueno de los adalides de esta marca, el evangelio de Jesucristo muestra dónde están las semillas o primeros engranajes de una relación filial con la tierra. La principal de ellas, la familia. En ella empezamos a formarnos y ver el mundo, es la matriz de nuestra madre tierra. Sin embargo no es mencionada como parte integral de la ecología en nuestro planeta.
El convenio matrimonial.
El convenio del matrimonio proporciona a la pareja una estructura no elaborada, sino genuina ante el mundo y sus habitantes. Al afirmar en la proclamación, que la familia nace en una relación «como esposo y esposa» nos sitúa claramente en la naturaleza y la civilización. Añade a la atracción natural de los sexos, una dimensión legal ante la sociedad y sus avatares.
La familia, más antigua aun, y el matrimonio son construcciones corporales, nacen antes que su definición, son la expresión de su biología y no deben a nadie su existencia. Para nosotros es instituido por Dios y para cualquiera debería ser al menos, instituido por naturaleza. No hay nada más antiecológico que cuestionar algo que nace en las estepas, entre bosques, cazadores, recolectores, ganaderos, agricultores. Todos ellos, padres, madres, esposos y esposas.
Redefinir esos significados, en nombre del progreso, me parece de una fatuidad y petulancia enormes.
El proyecto familiar es a largo plazo. Al contrario, el individual se centra en el presente ya que todos los recursos coinciden en el interés de uno sólo. No obstante, podemos encontrar parejas de individuos, que escasamente salen del interés personal para rozar levemente el de cónyuges.
Una familia ahorra recursos para la futura necesidad presente en los hijos. Por lo tanto, hay un freno en el consumo de lo inmediato a favor de la necesidad futura. No hay una institución que administre los recursos como ella e invierta tanto en el I+D y en educación como una familia.
Atacarla a ella, célula de la sociedad, o a sus palabras que forman su membrana protectora, se convierte en una actividad cancerígena.
La Iglesia de Jesucristo, donde ella es el núcleo de su interés, participa así en fomentar una gestión de los recursos más racional y natural.
La familia y la naturaleza
El matrimonio y la familia no son instituciones de la sociedad sino el germen de ésta. Por lo tanto, al subsistir desde tiempos remotos, trae en sí misma un componente ecológico. Ha sabido conversar con el medio a través de los milenios y traernos hasta aquí. Lo ha hecho a través de guerras, plagas y desastres. Por lo tanto su forma y constitución debería ser observada antes que desacreditada por aquellos que con 1/4 de vida se creen autorizados a juzgar cientos de generaciones.
La familia no tiene ideología, tiene una forma arcaica. Y ésta puede ser interpretada conforme al tiempo donde se viva. Pero ella nace literalmente de la tierra que Dios creo. Al igual que otras criaturas, el padre, la madre, los hijos son la consecuencia de su naturaleza. Sus costumbres, razas, idiomas y culturas están emparentadas con la tierra, el mar, los ríos y el viento. Sin embargo, hay destructores, que colocan siempre una ideología a la cabeza de todo, negando así a la tierra la maternidad de sus obras. Estas ideologías vienen en el último minuto a inventarlo todo.
La ecología y la restauración del evangelio, sección 59
La herencia familiar
La proyección de la familia en el futuro necesita ángulos que sumen más de 180 grados. Porque su geometría aspira a espacios curvos, invisibles tras el horizonte. Al explorar con la fe un porvenir que no puede tocar, necesariamente los padres han de extender su atención e interés hacia los ángulos extraños de la esperanza. Esperanza en la prosperidad y en un futuro para los hijos.
La ley dada por el Señor a los santos para vivir en Sión se encuentra en la sección 59.
«Porque los que vivan heredarán la tierra;» (DyC 59:2)
Herencia viene de haerentis (estar unido o adherido). Heredar tiene viene del latín hereditare (recibir algo por estar unido a una familia). La herencia y la familia van unidos, porque al persistir la propiedad tangible e intangible, en el tiempo, ésta se conserva. Eso requiere de cuidado, observar reglas, recordar y conservar. En definitiva, prever el futuro para continuar el presente. Por lo que la familia al heredar la tierra trabaja en su conservación no en su extorsión.
De esa forma, en la ecología y la restauración del evangelio, la familia se asemeja al bosque en una ladera que retiene la forma de su entorno frente a los elementos. Conserva el hábitat humano mediante las raíces invisibles de sus afectos. Profundamente enraizadas, esposo y esposa, tierra y árboles, sostienen un lugar donde morar.
Los licenciados
Considerarnos urbanizadores en lo moderno, licenciados en lo increado por nosotros, ir a ese lugar sagrado y adjudicar a los «árboles» un injusto heteropatriarcado sobre la tierra. Eso, es tan arrogante y campanudo, como la propia palabra. Con seis sílabas, aun no está en la RAE, no obstante, con empeño viene con su tala.
Recuerdo de pequeño en 1968, ver a mis padres sentados en la mesa del salón, que a la vez era cocina y dormitorio. Con facturas y papel consideraban nuestros gastos e ingresos. Hablaban de lo que sí o no podían hacer, de cuánto tiempo esperar. Esa escena me transmitía tranquilidad, ellos acompañaban a la seguridad de que pronto vendrían las lluvias, formaban parte del mismo ciclo.
Su inteligente proceder nos procuró el bienestar futuro. A la vez, aunque en trabajos lejanos de la tierra, usaban de la misma previsión y cuidado que el que siembra y recoge a su tiempo. El mismo proceder que mi esposa y yo usamos, hábito heredado de nuestros antepasados.
En realidad la familia es la manera en que la tierra quiere que le conozcamos. Su cuidado es requisito para apreciar el mundo.
La fuerza de la tierra
«recibirán como recompensa las cosas buenas de la tierra, la cual producirá con su fuerza.» (3)
Esta fuerza mencionada la desconocemos. No existe un territorio en la tierra donde se vivan estas leyes para poder conocer esa extraña fuerza ajena a la nuestra. Actualmente dopamos la tierra con fertilizantes nitrogenados, forzando su producción a riesgo de contaminar sus acuíferos de nitratos y fosfatos. Con lógica, pensamos que, sin esa explotación, no podríamos alimentar la población actual de la tierra.
Sin embargo. el Señor nos plantea en la sección 59 un contexto diferente al actual, un consumo de recursos modulado por sus leyes. Por eso, no podemos aplicarle el juicio de las nuestras.
Por ejemplo, cuando nos dice «Amarás a tu prójimo como a ti mismo.» (6) nos provee de un contrapeso al egoísmo. Si este criterio se aplicase en la economía, la industria o en la política se crearía un ecosistema muy semejante al natural, pero con la mayor luz del ser humano. Como dice en Salmos.
La ley de Jehová es perfecta: convierte el alma; el testimonio de Jehová es fiel: hace sabio al sencillo. Los preceptos de Jehová son rectos: alegran el corazón.El mandamiento de Jehová es puro: alumbra los ojos. (Sal. 19:7-8)
Esta condición ecológica de su ley, que nace, al igual que el comercio y la economía, de la propia naturaleza humana, no es dogmática. No es una elaboración intelectual como es el marxismo o el positivismo, sino la expresión legal de nuestra propia naturaleza. Por lo tanto, ver la dimensión ecológica del evangelio no se trata de conocer un reglamento sino de alumbrar un camino usando su luz.
El evangelio de Jesucristo contiene las formas y la ética de una relación natural con la tierra como veremos a continuación.
El agradecimiento
«Darás las gracias al Señor tu Dios en todas las cosas.» (7)
El agradecimiento es revalorizar los bienes recibidos. Aquellas cosas y afectos que el tiempo empaña y da por gastados. Agradecer es volver a lustrar la vajilla que usamos cada día y mientras lo hacemos reconocer de nuevo el valor primero. También lo es renovar nuestros lazos familiares con determinación, señalando de esa forma el camino a las emociones, a menudo errantes.
Agradecer viene de gratia (honra y alabanza que se tributa a otro) es un reconocimiento. La revisión que nos invita a hacer el agradecimiento en todas las cosas procura la reflexión y volver a considerar. Todo lo contrario a la extorsión, palabra usada en la sección 59 para ilustrar el trato con la tierra «no en exceso, ni por extorsión» que viene de extorquere (sacar algo violentamente fuera).
Agradecer es volver a usar y conservar, tal como hacemos con nuestra alma y su memoria, es recordar y meditar. Así, nuestras viejas escrituras, guardan en sus esquinas y hojas arrugadas, los recuerdos y saberes que cada vez más, se leen en nuestro rostro. El ritmo natural de la madurez nos une a ambos. Ser agradecidos es conservar también.
¿Pasa eso con las tablets, estimado lector? ¿Hay tiempo para agradecer?
Al dar gracias por los alimentos en la mesa, reconocemos que lo que hay encima no es algo que se nos deba. Con humildad recibimos “…todas las cosas que para [nosotros] son propias.” (2 Nefi 2:27) gracias a la tierra y nuestra labor. Vemos que nuestra fuerza, por sí sola, no obraría el milagro y participamos con la oración periódica de agradecimiento en el mismo ciclo del Sol diario las estaciones anuales y las lluvias en su tiempo. El agradecimiento es un valor ecológico que nos ayuda a sincronizar con las creaciones, formando parte del conjunto.
El día de reposo
«Y en este día no harás ninguna otra cosa sino preparar tus alimentos con sencillez de corazón, a fin de que tus ayunos sean perfectos, o en otras palabras, que tu gozo sea cabal.» (13)
El alejamiento de la tierra y el acento industrial en el uso de sus frutos nos sugiere que conseguirlos, es un derecho debido, una transacción. Un producto elaborado por terceros. Entonces podemos salir del ciclo del agradecimiento y entrar en el callejón de la demanda exigente.
Preparar nuestros alimentos con sencillez, sitúan a nuestros sentidos en contacto con los frutos. Este empleo de nuestro tiempo en realizar labores del mantenimiento de la vida se detrae de su gasto en otras tareas ajenas a ella. Esta ministración cotidiana es una «ordenanza» de amor. Alimentar a los nuestros con sencillez de corazón, es convertir el agua en vino, pertenece al «sacerdocio» de lo cotidiano, una muestra de amor sencillo por los nuestros. Perder ese tiempo y delegarlos en terceros empobrece el alma, la despoja de las maneras ancestrales para transformarse. Igual que lo hacen los frutos de la tierra en las manos de nuestros seres queridos.
Tal como se «transforman» el pan y el agua en la santa cena en una oportunidad de recordar a Cristo. Prepararlos con sencillez de corazón, nos hace ver el mundo, tocarlo y olerlo. Y a través de esas ventanas alegra el corazón…vigoriza el cuerpo y anima el alma.
Perder esta práctica milenaria, es desligarse de la madre tierra. Nos descentra de su eje, que gira desde mucho antes de llegar nosotros.
«Y si hacéis estas cosas con acción de gracias, con corazones y semblantes alegres» (15)
El gozo cabal en el día de reposo incluye también el cese de actividades innecesarias. Que la actividad a nivel mundial disminuya cerca de 1/7 una vez a la semana, podría bajar bastante nuestro impacto. A la vez aumentaría nuestra vista, oído y demás sentidos hacia el agradecimiento.
La abundancia de la tierra
…las bestias del campo y las aves del cielo, y lo que trepa a los árboles y anda sobre la tierra; sí, y la hierba y las cosas buenas que produce la tierra, ya sea para alimento, o vestidura, o casas, alfolíes, huertos, jardines o viñas;
¿A qué llama el Señor abundancia de la tierra? En el versículo 17 y 18 lo aclara. Son cosas «…hechas para el beneficio y el uso del hombre, tanto para agradar la vista como para alegrar el corazón; sí, para ser alimento y vestidura, para gustar y oler, para vigorizar el cuerpo y animar el alma.»
Juzgue el lector aquellos bienes o actividades en su vida que entren en esta categoría.
Según Zygmunt Bauman, en su obra «La modernidad líquida» en tiempos pasados los deseos obedecían a necesidades. Luego se pasó a crearlas, más tarde a eliminar el tiempo en su consecución, lo instantáneo. Ahora lo que nos mueve es el anhelo. Un tipo de deseo invertebrado, que ni siquiera es construido, sino que se materializa de forma involuntaria.
Todo ello muy lejos de la abundancia para vigorizar el cuerpo y animar el alma.
El evangelio nos educa en valorar las cosas buenas que produce la tierra, buscando el gozo pausado del alma y no la satisfacción instantánea de los anhelos. Eso estimula la contención, el ahorro, la planificación del esfuerzo y del gasto, el control de las emociones. Nos adapta a los tiempos naturales y no a la extinción de éstos en la modernidad líquida.
La abundancia que requerimos hoy para vivir, posiblemente hubiese eliminado a un niño Jesús en los planes de una familia moderna.
La nueva liturgia
La ecología y la restauración del evangelio son contradictorias con el consumo impulsivo.
Comprar se ha convertido en la expresión de nuestra identidad, en la liturgia de nuestra existencia. Los centros comerciales son las nuevas catedrales, suplantando con sus ofertas a los antiguos relatos fundacionales.
Ell evangelio de Jesucristo nos habla de sobriedad, uso, agradar, alegrar, gustar, oler, vigorizar y animar. En cambio, en la abundancia actual, el uso no se deteriora por el tiempo sino con el interés, pero éste es tan volátil, que desaparece casi en el acto de adquirir.
Nos dice Bauman «Quedarse con las cosas largo tiempo, más allá de su «fecha de vencimiento» y más allá del momento en que se ofrecen reemplazos «nuevos y mejores», «superiores», es en realidad un síntoma de carencia.» (Pág. 133)
Por lo tanto comulgamos en los centros comerciales. Al comprar sin necesidad participamos en los mandamientos del mundo. En recordar siempre la necesidad de pertenecer a esa abundancia del hombre. Para que siempre tengamos con nosotros la ecuación comprar=ser.
La ecología y la restauración del evangelio
No hay instrucciones para los Santos de los Últimos Días de cómo ser un buen ecologista. Vivimos en sociedades concienciadas en el reciclaje, en coches menos contaminantes, electrodomésticos más eficientes. Como ciudadanos cada vez actuamos con más responsabilidad. Pero estos cambios, aun siendo positivos, son pasos adelante sin un origen claro. Son soluciones a problemas, pero no manifestaciones de naturalezas o condiciones humanas.
El evangelio suma a todo esto, que se ha conseguido, la ecología de la restauración. Esta se basa en ideas que no tienen principio. Han existido siempre. Padres, madres, abuelos…Todos esos roles han sido sacrificados en la modernidad líquida.
Hay grandes proyectos para mejorar nuestra relación con el medio ambiente. Pero el evangelio nos enseña a ser frugales, sobrios y austeros y aunque saciados «[recogemos] lo que sobró, doce cestas llenas.» (Mat 14:20) Esas cestas cambiarían el mundo, pero preferimos el estruendo volcánico de los proyectos mediáticos al zumbido de una abeja en el campo. No obstante los tamaños, son estas pequeñas las que mantienen la vida.
¿Una solución para el calentamiento global?
«Sí, también la carne de las bestias y de las aves del cielo, yo, el Señor, he dispuesto para el uso del hombre, con acción de gracias; sin embargo, han de usarse limitadamente; y a mí me complace que no se usen, sino en temporadas de invierno, o de frío, o hambre.»
¿Cuánto disminuiría los gases de efecto invernadero provocados por la ganadería si hacemos caso a este consejo del Señor?
Según Greenpeace y otros estudios «El consumo exacerbado de carne y otros derivados animales procedentes de la ganadería industrial es una de las cuestiones alimentarias más importantes de nuestros tiempos. Su consumo en los países desarrollados ha alcanzado niveles totalmente insostenibles,»
Un pequeño zumbido
El ahorro de costes es vital para evitar el daño en el medio ambiente. Una sociedad humana eficiente y con un eje equilibrado es una carga menor para el medio ambiente, en un grado que pocos imaginan. El impacto de nuestro desvarío se transmite hasta la tierra, estamos unidos a ella de forma solidaria. Las vibraciones y consecuencias del consumo de alcohol, tabaco y drogas perjudiciales ¿quién puede tasarlas?
Vivir la palabra de sabiduría traería sobre la humanidad «salud en el ombligo y médula en los huesos; y [hallaríamos] sabiduría y grandes tesoros de conocimiento, sí, tesoros escondidos» (DyC 89:18)
Las enseñanzas sencillas en la ecología y la restauración del evangelio son como el aleteo de las abejas. Solo se conocen cuando se escuchan. Y para escucharlas se necesita dejar de participar en la liturgia de la abundancia del mundo.
Subestimarlas es no ser agradecidos por contar con ellas. Sin abejas el mundo desaparecería y habría que gastar ingentes recursos en hacer su sencillo trabajo. Escuchar al creador de las abejas, nos haría tan sabios como a ellas.