Los primeros capítulos del Libro de Mormón relatan el viaje de Lehi y su familia hacia el desierto. No obstante, también describe el tránsito del alma por un desierto semejante. En ese viaje, junto a [innumerables concursos de gentes, muchas de las cuales se apremian a fin de llegar al sendero] 1 Nefi 8:21 todo ha de ser compelido hacia nosotros (DyC 121:46) en un viaje hacia el esquivo árbol de la vida.
Este periplo comienza con un no saber con certeza el destino. Algunos aspectos de las escrituras nos revelan el presente de nuestra propia vida.
También nosotros vamos hacia un reino prometido que vemos solo con la aguja de nuestra fe. Todas las actitudes y situaciones del viaje de Lehi, se repiten en nuestro presente de formas variadas. Por tanto ese viaje familiar también lo es personal.
Vemos el comienzo de su relato con problemas y preocupaciones. Lehi teme por el futuro de Jerusalén y su familia. Viendo nuestra situación actual, ¿se identifica con él estimado lector?
Lehi oro con todo su corazón después de creer a los profetas
Aconteció, por tanto, que mientras iba por su camino, mi padre Lehi oró al Señor, sí, con todo su corazón, a favor de su pueblo. 1 Nefi 1:5
Las profecías y el conocimiento de «las guerras y perplejidades de las naciones» DyC 88:79 que Lehi tenia, hace que entienda cabalmente los peligros que acechan a Jerusalén. Sin embargo, para los judíos, la muralla de seis metros de altura por tres de ancho y 4 km de perímetro, representa la prosperidad y poder del Israel frente a sus enemigos. El impresionante conjunto del templo abotargaba los sentidos, proporcionando una falsa seguridad de prevalencia sobre las amenazas. Es el mundo exterior ilusorio en detrimento del mundo interior verdadero. Es el poder del brazo de la carne que se complace en las murallas pero olvida el velo del templo, de donde fluye la seguridad de Israel.
El valor y el precio
En esa tesitura y antes de marchar ¿Por qué no vendió Lehi su herencia y la llevó consigo?
Liquidar sus posesiones tendría sentido si pudiese de nuevo convertirla en bienes y tierras en otro lugar. Pero su salida fue semejante a una muerte biográfica, el trazo de futuro de cada uno de ellos desapareció. Jerusalén iba a ser destruida y toda su familia debería emprender un nuevo nacimiento, una nueva identidad. Por eso tiene sentido cambiar toda su riqueza en oro y plata en su precio por el valor del bronce de unas planchas que contenían los relatos del alma.
«…salió para el desierto; y abandonó su casa, y la tierra de su herencia, y su oro, su plata y sus objetos preciosos, y no llevó nada consigo, salvo a su familia, y provisiones y tiendas, y se dirigió al desierto.» 1 Nefi 2:4
Su salida de Jerusalén es una imagen de la muerte del hombre natural que revive en el hueco de un desierto de piedra y arena, tal como el Salvador resucita fuera de Jerusalén en una tumba de piedra. Dejarlo todo para dirigirnos a un nuevo mundo que no vemos. Conservar la esperanza requiere nacer de nuevo. Cambian las riquezas por la palabra de Dios que es semejante a no hacernos tesoros en la tierra sino en el cielo.
Con esa decisión Lehi adopta una orientación hacia el velo del templo y no hacia sus muros o a los de Jerusalén. Igualmente, en nuestra vida, hemos de elegir hacia donde nos orientamos. Para muchos nunca llega a ser una decisión meditada y consciente sino la deriva natural de las corrientes de su siglo.
Elegir a Cristo, provoca desorientación ya que el hombre natural se rige por los puntos cardinales del mundo y no por direcciones invisibles no señaladas. Es lo que hacemos todos en nuestra conversión al evangelio, abandonamos las murallas seguras de nuestra anterior vida por algo prometido que no vemos.
Puede que parezca un desierto, pero no conozco un lugar más cercano al velo que la oración. Arrodillarse declara en un solo gesto la orientación del alma en su viaje hacia el velo. Permanecer en el espíritu de oración nos habilita para recibir sus susurros.
El que bebe de ese agua sabe que su valor no tiene precio.
Lo impensable
Para los judíos de Jerusalén era impensable que «no quedará [allí] piedra sobre piedra que no sea derribada.» Mat. 24:2. A posteriori, todos sabemos lo que ocurrió, pero no todos somos capaces de sobreponernos a lo que vemos por algo que no vemos ni suponemos. Más aún, cuando hacerlo supone, nacer de nuevo renunciando a una vida ya construida sobre consensos generales como que:
…sabemos que el pueblo que se hallaba en la tierra de Jerusalén era justo, porque guardaba los estatutos y juicios del Señor, así como todos sus mandamientos según la ley de Moisés; por tanto, sabemos que es un pueblo justo...1 Nefi 17:22
Nos dirigimos a otra vida donde se nos promete una tierra de promisión, que no vemos ni sabemos dónde está y donde quizás algún hermano menor será el director.
«Y si es que le somos fieles, obtendremos la tierra de promisión; y sabréis en un tiempo venidero que será cumplida la palabra del Señor respecto a la destrucción de Jerusalén…» 1 Nefi 7:13
En el caso de la familia de Lehi, no solo era renunciar a una herencia tangible por otra incierta. También requería anular toda esperanza de volver a sus vidas anteriores a causa de su destrucción. No debió ser fácil y es comprensible la frustración de algunos de ellos al enfrentar una situación semejante.
Este abandono de lo razonable por un desatino controlado, lo observamos cuando una viuda con su modesta pensión viene al obispo a entregar su diezmo. Ella se orienta hacia el velo del templo porque edifica la Jerusalén celestial que no ve, detrayendo de su sustento en la ciudad que ve y donde vive. Estas personas son ejemplo al dar las gracias una vez que entregan su ofrenda. Este proceder se escapa de cualquier dirección cardinal de este mundo y apunta a la geografía celestial prometida que aun no vemos.
«Y sucedió que erigió un altar de piedras y presentó una ofrenda al Señor, y dio gracias al Señor nuestro Dios.» 1 Nefi 2:7
Desde el punto de vista de casi toda su familia, Lehi era un visionario. Dar gracias por perderlo todo, debió ser algo difícil de entender, no solo para Lamán y Lemuel.
El diseño de la expedición
La llegada de la Biblia al nuevo continente fue mediante una expedición con fines comerciales, religiosos y expansivos. Sobre las aljabas de esta cabalgadura el Señor puso sus propios fines y decretos, invisibles para la mayoría excepto para Colón.
Colón viajó como almirante no como padre de familia. Sus pruebas, desavenencias y resultados fueron de carácter civil y político, se produjo un choque de culturas.
Sin embargo el viaje de Lehi, que también llevó escrituras al nuevo mundo, era familiar, su logística era la de cualquier ciudadano que tuviese ese mismo desafío. El Señor podría haber inspirado una expedición de estructura militar, disciplinada, dotada de mayores medios, como la de Colón, pero no lo hizo en este caso ¿por qué?
El Señor nunca da salida a un tren con un solo vagón. Sus movimientos transportan múltiples propósitos. Incluso conocemos la naturaleza ecologista de uno, cuando en un viaje semejante el hermano de Jared transportó peces en vasijas a través del desierto. Puedo escuchar a alguien detrás del velo «Sí, ellos pasarán por allí que los lleven»
Si comparamos a la familia de Lehi con el alto nivel que nos adjudicamos los santos, diríamos que son semiactivos. Quizás la mayoría no dejaríamos a nuestros hijos en una fiesta pijama en el grupo de Lehi. Pensaríamos que las discusiones frecuentes, agresiones e intentos de asesinato, descalifican a Lehi y Saríah como un padres exitosos e incluso sospechosos de la violencia que alguno de sus hijos manifestaban.
Pero ese microcosmos que vemos en las planchas menores, refleja todos los aspectos de la naturaleza humana, que surgen en situaciones de alta presión como la que sufrieron.
El Señor construye esa nueva nación desde el alma de las personas y va trenzando el lienzo de la historia con los hilos de las emociones de cada uno. No es solo la posesión de una tierra prometida, sino el descubrimiento del alma en ese viaje. El profeta, el padre, la madre, el guerrero, el perdido, el resiliente, el líder, el derrotado. Todos ellos están y con todos ellos se realizan los propósitos del Señor.
Con Lehi no encontramos el éxito compacto y denso que muchos santos esperan en su vida. Aprendemos al meditar con Nefi, que es necesaria la oscuridad para encontrar la luz, que es desde el fracaso donde se consolida un crecimiento resistente a futuros vientos y oleajes.
Nefi tuvo que encontrar su sombra, de la que habla Jung, lo hace en 2 Nefi 4:17
«¡Oh, miserable hombre que soy! Sí, mi corazón se entristece a causa de mi carne. Mi alma se aflige a causa de mis iniquidades.»
Sin ese viaje a su alma, Nefi no habría encontrado su naturaleza completa. El vivió la vida auténtica que no es lo mismo que lo que hoy entendemos por vivir la vida.
Comprobó que las tempestades puede que hinchen nuestras muñecas y tobillos (15), pero aumentan nuestra fe. Que es necesario beber nuestra amarga copa, aunque algunos lo interpreten como el castigo que mereces o buscaste (35).
Todos estos juicios y pensamientos pudieron acudir a Lehi y Saríah cuando
…habiendo padecido mucha aflicción a causa de sus hijos, cayeron enfermos, sí, aun tuvieron que guardar cama…sí, hasta estuvieron a punto de ser sepultados con dolor en las aguas. 1 Nefi 18:18
Lehi, cuyos problemas quizás no le hicieran ser considerado para un obispado, sin embargo profetizaba, aunque para no mas de quince personas. Vemos aquí que la dimensión necesaria para extender las alas del alma no es mayor que el perímetro de una tienda. Recuerdo con 15 años en la rama de Sevilla, éramos un grupo de treinta personas, aun escucho el sonido de las losas despegadas del suelo al caminar, me traen gratos recuerdos.
Sin embargo, la dimensión del evangelio era la misma que ahora en mi estaca. La intensidad del espíritu y el conocimiento solo depende del tamaño de nuestro empeño y de su compasión.
El evangelio en una cascara de nuez
Pasar de ser una familia, sedentaria, urbana y acomodada a otra nómada, cazadora y recolectora, es un cambio dramático. Su lugar en la jerarquía social de Jerusalén desaparece y solo queda la familiar. En ésta, Lamán y Lemuel, desposeídos del mando por voluntad del Señor, pierden eso también.
En la iglesia vemos este mismo caso. Nuevos conversos se convierten en nuestros líderes, nosotros ¡que somos sus hermanos mayores!
Aprendemos así que, el evangelio, más que una nave de gran envergadura donde destacan sus capitanes, en realidad cabe en una cáscara de nuez, en el alma de cada uno.
Lamán y Lemuel esperaban seguir el patrón de Jerusalén y ser los gobernantes de las familias. Pero el Señor buscaba el gobierno del alma, cosa poco llamativa para ellos, que admiraban a los judíos de Jerusalén y el poder de Labán que mandaba sobre cincuenta.
El desierto, en su expedición, fue un buen entorno para resumir las prioridades del alma. En ocho años hay tiempo para curtir los pensamientos y despojarlos de la grasa acumulada en aquella ciudad destruida de su pasado.
Aún cuando el evangelio requiere una iglesia para administrar sus ordenanzas, lo importante está en nuestro interior. Los resultados de nuestra membresía y sobre todo del discipulado, no suelen destacar ni nos disponen a tener una espada con «el puño de oro puro, labrado de una manera admirable, y la hoja de un acero finísimo.» 1 Nefi 4:9 a veces tenemos que hacer «un arco de madera, y una flecha de un palo recto» 1 Nefi 16:23 porque las circunstancia de nuestro viaje en su evangelio, no ponen a prueba nuestro linaje o riqueza sino nuestra fe.
Todo el viaje de Lehi está en nuestro interior. A medida que avanzamos en él y pasamos los años en el desierto, deberíamos entender que la verdadera escena se produce en nuestra alma. Aquellos que andan ofendidos y dolidos por todo, pierden de vista cómo [el Espíritu de Dios se mueve sobre la faz de sus almas] Gen 1:2 esperando el momento de [separar la luz de las tinieblas] 4.
Sin embargo siempre habrá causa de enojo, incluso por una calabacera.
«Entonces dijo Dios a Jonás: ¿Tanto te enojas por la calabacera? Y él respondió: Mucho me enojo, hasta la muerte.» Jonás 4:9
El misterio oculto
Con el tiempo, el arrepentimiento y la fe en Jesucristo, van dejando de ser una cuestión doctrinal o creencia y se transforman en la Liahona de nuestra conducta. Tal como Nefi, nuestro juicio se va centrando más en nuestro proceder que en el del prójimo. Sus acciones van perteneciendo a la categoría de accidentes naturales y no ofensas personales. Poco a poco, en la senda de los convenios, nos deleitamos en el paisaje de nuestra propia alma. A medida que avanzamos en él, necesitamos poco más que un lugar para estar «sentado reflexionando sobre esto» 1 Nefi 11:1
Cada vez más, nuestras impresiones reclaman cierta confidencialidad, una mesura, especie de velo en nuestros labios. Ciertos aspectos del discipulado pueden «llenarnos de orgullo por motivo de nuestras grandes riquezas» espirituales Alma 4:6. Por eso, incluso la rectitud, se puede usar como «a vestidos muy costosos» 6 motivo por el que podemos caer en el orgullo, ese estrabismo del alma.
El arrepentimiento, ese misterio oculto a la mirada inquieta, alinea nuestra visión con la realidad. Benjamín, ese maestro de la visión espiritual, así corrigió la de su pueblo.
«Y aún le sois deudores; y lo sois y lo seréis para siempre jamás; así pues, ¿de qué tenéis que jactaros?» Mosíah 2:24
Oh sí, estimado lector, ¿de qué tenemos que jactarnos?
Lehi y el viaje del alma
La senda estrecha en el sueño de Lehi y su viaje en la vigilia, representa también una decisión nítida y perfilada. Un sendero en un campo espacioso, como el desierto arábigo, es el trazado inequívoco de un camino y un destino. Al elegirlo como ruta en la vida renunciamos a la superficie restante. Digamos que elegir a Cristo como sendero, reduce nuestras opciones para otros destinos o posibilidades que desaparecen.
Pero estimado lector, a todos los actores de esa visión, que es la vida, les pasa lo mismo. La libertad es el ejercicio del albedrio. Cada opción que escogemos consume recursos en nuestra libertad la cual se extiende en una dimensión porque no tiene superficie. La elección en libertad siempre es estrecha porque es unidimensional.
Algunos engañan diciendo que no elegir la senda estrecha aumenta la anchura de nuestra libertad. Pero el hacer eso nos repliega a un albedrio intacto, que ante un mundo espacioso, consume su oportunidad en senderos no urbanizados.
Desde antes que hubiese caminantes, la senda estaba preparada y la barra de hierro lista y su amor rebosante.
«Sí, es el amor de Dios que se derrama ampliamente en el corazón de los hijos de los hombres; por lo tanto, es más deseable que todas las cosas.» 1 Nefi 11:22
Gracias Ovidio por visitar Teáncum
Excelente