
A medida que me hago mayor mi relación con el evangelio ha ido adoptando las edades que he experimentado.
En la primera, juvenil y combativa, me armé de forma cándida y sincera con razonamientos desesperados para enfrentar la teoría de la evolución (ya dogma de la evolución) que tanta desazón me produjo.
Perdido ese combate intelectual por abandono de mi parte, restañé las heridas como pude y seguí adelante con mi discipulado. Acepté que no sabia nada y me aferré a lo que sí sabia, la veracidad del Libro de Mormón como piedra de apoyo principal.
Yo le pedía a esta dispensación que me aclarase el origen detallado del hombre y que ello por necesidad, coincidiera con la versión de Darwin, cosa que no sucedió.
La siguiente edad fueron las de las ideas en un entorno del despertar a una democracia, la española allá por el 1978. La sencillez del evangelio me delataba como un joven de pensamiento simple frente a la complejidad de la dialéctica marxista o al atraso de la religión en general en un mundo donde todo se movía a una velocidad de vértigo.
Yo esperaba del evangelio que se actualizara y renovase su lenguaje arcaico y se postulara como una alternativa a las ideas de mi tiempo. Sin embargo su lenguaje siguió siendo era el de la aparente sencillez.
Ya más adentrado en la vida adulta, buscaba respuestas complejas en la sencillez de las escrituras a las preguntas enmarañadas de un mundo lleno de conocimiento. Buscaba en los pliegues de la doctrina, algunos vestigios de civilizaciones exteriores, leiá todo sobre doctrina profunda, creí entender el papel del big bang en el plan de salvación, y cómo las partículas elementales testificaban de Dios.
Yo le pedía al evangelio que aumentara mi sabiduría en el mundo. Pero la sabiduría del mundo cambia constantemente y las escrituras seguían siendo las mismas.
En todas estas edades empleaba mi alma completa, (soy pasional en esto) escapé con magulladuras y algún que otro éxito. Pero de todas estas batallas aprendí a perder sin morir, a considerar la derrota como una lección y al dolor como revelación.
Ahora contemplo con una sonrisa y a veces risa todos estos tiempos y en ningún momento tengo la sensación de haber perdido la ocasión de aprender algo.
Ahora, que estoy en pugna con la proliferación de gatos que mi vecina promueve en el vecindario, me reconozco en esos cachorrillos que encuentro asustados al verme de pronto en el patio. Me ven corren y se esconden de la terrible realidad que debo representar para ellos. En esos tiempos, yo debía ser enternecedor para todo aquello que me espantaba.
El evangelio de Jesucristo no se restauró para detallar el origen del hombre, ni para luchar contra el César de turno, ni para decantarse por el big bang de Gamow o el universo estacionario de Hoyle. Todas estas demandas de conocimiento son estacionales, corresponden a las edades del hombre. El evangelio de Cristo, así como el Universo no son empáticos con nuestros gustos, no participan de nuestras mareas intelectuales y sus reflujos pero son solidarios con nuestra condición. De hecho en el caso del Salvador es aun la condescendencia hacia nosotros el enlace que nos une.
La causa del hombre
Hay algo ahora de lo que me doy cuenta, como si fuese un suave zumbido que siempre ha estado ahí, pero del que no fui consciente a causa del ruido ambiente. Y esto es la naturaleza jurídica que cruza toda la obra de Dios en todas las dispensaciones.
En el libro de Mosíah encontramos las últimas palabras de un hombre sabio, el rey Benjamín. Quiero aclarar por qué voy a dar tanta importancia a sus palabras y qué me han enseñado ahora en mi edad presente.
- Este hombre luchó por su pueblo y arrojó a los lamanitas de la tierra de Zarahemla. Es un hombre de acción y por lo tanto conoce el coste de la paz.
- Su historia capta la atención de Mormón y éste decide incluirlo en su compendio. Para mí eso es una garantía porque Mormón selecciona muy bien a quien cita y los contenidos de sus planchas.
- Benjamín es un rey liberal con su pueblo ya que «…yo mismo he trabajado con mis propias manos a fin de poder serviros, y que no fueseis abrumados con tributos…» (Mosíah 2:14). Considero que al decir yo mismo, incluye la carga del estado.
- Asume que la iniciativa, gestión y distribución de la riqueza corresponde al pueblo, «Y además, vosotros mismos socorreréis a los que necesiten vuestro socorro…» (Mosíah 4:16) y asegura estas ideas mediante un contrato social cuando «…el rey Benjamín consideró prudente, después de haber acabado de hablar al pueblo, tomar los nombres de todos los que habían hecho convenio con Dios de guardar sus mandamientos.» (Mosíah 6:1)
- Su hijo se llama Mosíah como su abuelo y eso me sugiere la continuidad de un proyecto larvado en el tiempo. la constitución de un pueblo libre. Mosíah culmina esa obra constituyendo al pueblo en soberano pues de el parten las leyes y jueces que son escogidos. «Por tanto, escoged jueces, por medio de la voz de este pueblo, para que seáis juzgados de acuerdo con las leyes « (Mosíah 29:25) Vemos el nacimiento de un estado embrionario constituido en poderes separados.
- En el capítulo dos, al inicio de su discurso, Benjamín enseña de manera magistral la insignificancia del hombre, que ni siquiera es dueño del polvo que lo compone. En tres ocasiones nos califica como deudores, en dos menciona la existencia de la culpa y habla de una demanda de justicia contra el hombre. Esta espina dorsal netamente jurídica de su discurso está oculta a primera vista, pero compone un eje alrededor del cual se ramifican sus palabras al pueblo.
- En el capítulo tres, está el fundamento de su enseñanza. La revelación de un ángel acerca del plan de salvación, y siendo esta revelación anterior al discurso, podemos comprobar el impacto de las palabras del ángel en Benjamín.
El matiz jurídico del plan de salvación
Pero la clave de todo esta en el versículo 10. Todo el plan de salvación y la expiación de Cristo tiene un objetivo y converge en ese versículo. Y creo que esas palabras son esenciales para entender a Benjamín.
«Y al tercer día resucitará de entre los muertos; y he aquí, se presenta para juzgar al mundo; y he aquí, todas estas cosas se hacen para que descienda un justo juicio sobre los hijos de los hombres.»
La gran prioridad

Vinieron a traer un juicio justo, porque de lo contrario estaríamos perdidos y condenados a la muerte y al infierno en el sentido que lo enseña Jacob (ese gran profeta no suficientemente leído) en 2 Nefi 9. Y desde esa situación no hay esperanza en la salud, en el conocimiento, en el progreso, en el desarrollo de las naciones, en la felicidad de sus habitantes.
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