Cuestionar hoy el plan de salvación, más que una suposición apresurada, es un gesto popular, semejante a alzar la mano para corregir el guión de una obra en plena representación.
Así, enmudecido el público, el hombre natural se alza como ilustre entendido, cuando, sin embargo, es incapaz de construir un solo verso o llenar una segunda butaca. Así, encantado con su propia voz, diserta campanudo y con sentimiento levanta polvaredas y embelesa al incauto, reclamando a Dios… ¡Un poco de humanidad por favor!
Aceptar el plan y su orografía, nos enseña acerca «de la tierra de la que [fuimos] tomados» (42:2) y en consecuencia, nos revela la naturaleza del barro del que estamos hechos. Al hundir nuestras manos en la tierra y al afanarnos con sudor en su cultivo, participamos de sus movimientos y estaciones recibiendo la luz que hay en sus ciclos (DyC 88:44)
Al estudiar el libro de Alma y sus consejos a un impulsivo Coriantón, el plan de salvación que arranca en Edén, se aclara para nosotros también.
Extender la mano
Siendo que nuestra situación no ha variado demasiado, la intención de extender la mano y comer del árbol de la vida es creciente, pero también lo es la determinación divina de impedirlo. Y eso, que en principio aparece como impedimento, en realidad es una concesión. Se nos privó de una improductiva eternidad sin esperanza por un tiempo de probación rico en matices y oportunidades, por tanto es equivocado exigir a Dios las mismas condiciones de antaño y extorsionar a la tierra para que las provea.
Los anales de Edén están vacíos de contenido, nada que resaltar de ese hombre y mujer acomodados, y seguros. Nada que los perturbe y eleve. En aquella permanente infancia del hombre sin cultivo, tendrían todo el tiempo del mundo para hacer nada. Al caer, gracias a la amplitud de criterio de Eva, se nos dotó de un cuenco de tiempo concedido con la muerte que nos hizo caídos y libres.
Después de Edén, el hombre está de pie ante el Universo, esto es, solo ante la justicia. Igual que el explorador perdido en un desierto, está exento de misericordia y sometido a la implacable ley de las arenas. No obstante nadie se alza para señalar la crueldad de los desiertos, pero, al contrario que Job, si achacan despropósito a Dios y su geografía de salvación (Job 1:22)
Las paredes del abismo
Alma nos aclara que una vez desterrados de Edén, «el hombre se vio perdido para siempre; sí, se tornó en hombre caído.» (42:6). No podemos trepar por las paredes del profundo abismo de la caída, no hay apoyo ni grieta que nos permita escapar. Toda «[vana ilusión] y orgullo de los hijos de los hombres» (1 Nefi 12:18) o cualquier artificio que decore ese pozo, no acortará ni un palmo nuestra vuelta a casa. No es para extrañarnos de aquellos «…que tienen hambre y sueñan, y he aquí que comen, pero cuando despiertan, su alma está vacía» (Isaías 29:8)
Sólo él y su plan de salvación pueden cambiar la oculta geometría de ese abismo profundo y probatorio para transformarlo en una esfera donde «Toda verdad es independiente para obrar por sí misma…así como toda inteligencia» (DyC 93:30)
En la causa abierta del Universo contra el aspirante caído, solo había una sentencia «que toda
la humanidad se hallaba caída, y que estaba en manos de la justicia; sí, la justicia de Dios que los sometía para siempre a estar separados de su presencia.» (42:14)
El hombre natural con arrebato, se indigna ante esa justicia, pero usa un lenguaje romo para los detalles, le domina la desidia en discernir el bien del mal, atemperado en su pensamiento hasta la hipotermia, no piensa por no herir, no cuestiona para no parecer y no declara para no ofender. Teme a las mayorías y se conduce por las estadísticas del edificio espacioso. Aquellas que alentaron a Lucifer hacia su caída.
las arenas infinitas
En el Universo frío de la luz y la verdad no es necesaria la misericordia ni el castigo ni un plan de salvación. No hay que redimir a la materia, la naturaleza «obedece la ley de un reino celestial.» (DyC 88:25).
Nuestra situación en él, recuerda el viaje de los jareditas «…prepararon una vasija en la que llevaron consigo los peces de las aguas.»(Éter 2:2) He aquí, en un mismo viaje, dos planes diferentes. Conocemos el de Jared y su familia, pero, ¿cuál era el plan de Dios para esos peces? De seguro que lo había, sino a qué tanta molestia, no debemos subestimar al Dios de los pajarillos y sus viñas de toda clase.
El encaje del plan de salvación
La justicia replegada
Hemos de suponer que, antes del hombre, solo existía la justicia y replegada en ella, la ley. Era un punto sin más dimensiones porque «la tierra estaba sin forma, y vacía» (Moisés 2:2) y aún después «obedece la ley de un reino celestial, porque cumple la medida de su creación y no traspasa la ley;» por lo tanto no era necesario desdoblar la justicia de Dios en sus esquinas para un espacio y reino obediente.
Igual que el Universo se expandió a partir de un punto el plan de salvación se desplegó a partir de la justicia y en la medida que se requirió, fue manifestándose en las fuerzas que la constituían en su interior.
La expansión
Al traer al hombre Adán y a Eva sobre la tierra, hubo una expansión del plan, que aún no era de salvación, pues no se había producido la caída. Se escindió de ese punto elemental, la ley y el castigo. En su primera manifestación leemos «De todo árbol del huerto podrás comer; mas del árbol de la ciencia del bien y del mal no comerás, porque el día que de él comieres, de cierto morirás.» (Génesis 2;16-17)
De forma superficial, consideramos a ese jardín y sus leyes como un lugar idílico, sin embargo, allí no se admitían errores ni era posible aprender de ellos. Detrás de Adán estaba la ley y el castigo y al frente un vacío triste y solitario.
Cuando el hombre natural denuncia la permisividad a la injusticia que existe en el mundo, solo aflora una añoranza difusa por Edén. Pero un sólo día allí y notaría la fría espada de la justicia suspendida sobre su cabeza. Entonces comprendería […a aquel que nos ha creado desde el principio, y nos está preservando día tras día, dándonos aliento para que podamos vivir, movernos y obrar según nuestra propia voluntad, y aun sustentándonos momento tras momento…]
Así como Adán, el astronauta fuera de la gloria terrestre, sabe que una mala decisión, puede ponerlo a merced del vacío absoluto, donde no hay perdón. Por eso el humilde, reconoce que desde el vacío fronterizo hacia él, abunda la misericordia y aún el aliento para vivir lo recibe de mano del Señor «con un corazón agradecido en todas las cosas.» (DyC 62:7)
Lo opuesto y complementario
Adán, siendo Miguel en la preexistencia, estaba impregnado de una constitución especial, destacando su fuerte voluntad en obedecer. Esto obligó a Lucifer a esforzarse en su cometido como en ningún otro lugar, al punto de excederse en sus atribuciones, mezclando mentiras «de cierto no moriréis» (Moisés 4:10) y verdades «se abrirán vuestros ojos, y seréis como dioses, conociendo el bien y el mal.» (11) por eso pasó del ofrecimiento a la tentación y de ahí a la astucia y la mentira. Pero Eva, con agudeza y amplitud de miras, supo extraer lo necesario de esta escena y junto a Adán, tomaron una decisión acertada pero dolorosa.
Al meditar en ambos, podemos ver la concurrencia de los caracteres y cualidades necesarios para el desenlace esperado. El conflicto que trajo como consecuencia un despliegue completo del plan de salvación.
El Padre conociendo la ruta a seguir, proveyó los medios para redimir al género humano, siendo la extensión de éste mayor que su mundo.
«Dios mismo expía los pecados del mundo, para realizar el plan de la misericordia, para apaciguar las demandas de la justicia» (Alma 42:15) Esas demandas, son de terceros, los que no han sido creados ni hechos, ni tampoco lo pueden ser. La solución la aportan ellos, Padre e Hijo son quienes pagan el precio.
Un solo conjunto
Lehi nos enseña un aspecto clave de esto » porque es preciso que haya una oposición en todas las cosas. Pues de otro modo…las cosas necesariamente serían un solo conjunto; por tanto, si fuese un solo cuerpo, habría de permanecer como muerto…» (2 Nefi 2:11) Y un sólo conjunto es lo que existía en Edén, cuya única interacción con Adán y Eva fue la muerte. Es por eso que se presentó frente a la justicia el plan de misericordia, opuesto en su forma y complementario.
Este plan de formas contrapuestas, enfrenta naturalezas contrarias como ley y el arrepentimiento o justicia y misericordia. En Alma 42 se describe la ingeniería usada en la construcción del plan. Este capítulo único en todas las escrituras es difícil de apurar, siempre contiene más.
«…no se podría realizar el plan de la misericordia salvo que se efectuase una expiación» (15)
El gran logro de este plan es compensar el vacío en la justicia con su equivalente en misericordia, de tal forma que el resultado es cero, o un perfecto equilibrio. Es la misma equivalencia entre espacio y energía. Éste se expande en la medida que crece la energía. El equivalente en la restauración son los elementos y la inteligencia.
La expiación está en contacto con cada componente del plan una veces para actuar y otras para recibir la acción y ese nudo de comunicación compensa el gran desnivel entre nosotros y la justicia. El Salvador es quien aglutina y vence las tensiones de las partes pero a costa de un gran precio.
Movimiento 1. Justicia, ley y castigo.
«Mas se ha dado una ley, y se ha fijado un castigo…la justicia reclama al ser humano y ejecuta la ley, y la ley impone el castigo; pues de no ser así, las obras de la justicia serían destruidas, y Dios dejaría de ser Dios.» (22) Este movimiento descendente es de un solo sentido y es el primero que se produjo. La divinidad depende de él ya que «La inteligencia, o sea, la luz de verdad, no fue creada ni hecha, ni tampoco lo puede ser.» (DyC 93:29) por lo tanto Dios trata con esta entidad rectora del Universo que se puede adivinar cuando leemos «…Pues he aquí, el misterio de a la divinidad !Cuan grande es!»(DyC 19:10)
El Dios que nos trae la restauración también observa las leyes.
Movimiento 2.
Expiación, misericordia, arrepentimiento y perdón.
Veamos este movimiento «y la misericordia reclama al que se arrepiente; y la misericordia viene a causa de la expiación;» (23) y se completa la idea al leer «se ha concedido un arrepentimiento, el cual la misericordia reclama» (22) De tal manera que el arrepentimiento al que accedemos por voluntad propia, consigue tener el mismo rango que una ley ante el Universo y su justicia. Y esto es extraordinario.
Aún así las palabras del plan de misericordia, son solícitas concede y reclama, porque el ejercicio del sacerdocio es por «persuasión, por longanimidad, benignidad, mansedumbre» (DyC 121:41)
El pensamiento sentimental
Sin desprenderse del alfabeto limitado de sus quejas no es capaz de articular una pregunta que le lleve a una duda razonable. Siempre sale de su boca la desesperanza, mientras señala el vacío de ahí fuera.