sábado, febrero 1, 2025
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La oración o las alas del alma

El espíritu bueno enseña el hombre debe orar

La oración es como un águila que no sabe que lo es y que intenta salir de su jaula. Pero antes ha de comprender que a sus costados, esas alas frágiles, pueden remontarle más allá de las  paredes visibles de su mundo.

El intento

He intentado escribir sobre la oración en varias ocasiones. En todas ellas abandoné su conclusión porque no sentía que estaba al nivel de lo propuesto…uno ya es mayor para engañarse.

la oraciónSin embargo me di cuenta, con el paso del tiempo, que nunca lo estaré. Nunca llegará ese momento donde decir «ahora si puedo mostrar estas cosas» Así que decidí escribir lo que me viene al corazón y soportar así la carga de tratar con la paradoja de mi realidad y las voces de mi alma. 
A diferencia de otras disciplinas donde se destacan los resultados, la senda de la oración es el resultado en sí misma y las experiencias personales pertenecen a la intimidad de esa urna sagrada que es el alma de cada uno.

El profeta Alma señaló lo fundamental de esa senda de la oración

«Sí, humillaos y persistid en la oración a él.» (Alma 34:19)

Persistir viene del latín persistere significa insistir en algo, en la manera de obrar. Prolongar la acción por largo tiempo. Esto me sugiere emplear la voluntad en una tarea cuyo fruto no es inmediato. Es la oración, por tanto, objeto de persistencia y prueba de voluntades.

Al orar

La oración
La oración de José

Si persistimos y oramos, al principio, nuestra mente esta oscura y vacía como la tierra antes de ser creada. Imaginamos a Dios sobre la faz de nuestro abismo y añoramos que baje una palabra suya para sanarnos. No obstante, el silencio que envuelve las nuestras, nos muestra que fuimos expulsados de Edén y que no estamos en la presencia del Padre.

«Y Adán y Eva, su esposa, invocaron el nombre del Señor, y oyeron la voz del Señor que les hablaba en dirección del Jardín de Edén, y no lo vieron, porque se encontraban excluidos de su presencia.» (Moisés 5:4)

El mandamiento de implorar a Dios que se dio a Adán, se empieza a realizar desde la oscuridad de nuestros ojos cerrados y no desde la luz deseada, porque la luz que buscamos no está fuera de los párpados sino detrás de ellos.

«Por consiguiente, harás todo cuanto hicieres en el nombre del Hijo, y te arrepentirás e invocarás a Dios en el nombre del Hijo para siempre jamás.» (Moisés 5:8)

Orar es una espera hasta que se hace la luz. Esa espera paciente de la oración es semejante a la tierra perseverante del Génesis antes de separarse del mar. En la oración, se ordenan los elementos dispersos del alma preparándose para su integridad bajo la dirección de los cielos. La tierra también oraba en la oscuridad antes de recibir la luz que brilla

Las lumbreras del que ora

Conozco esa oscuridad y también la luz. Sé lo que es de la tarde a la noche y de la noche a la mañana. El Señor ha creado las lumbreras del cielo para señorear el día y la noche. Pero Él ya separó otro día de la noche de tinieblas en el principio.

«Y yo, Dios, llamé a la luz Día, y a las tinieblas llamé Noche; e hice esto por la palabra de mi poder, y fue hecho como yo mandé; y fueron la tarde y la mañana el día primero.» (Moisés 2:5)

La oración
El sendero de las estrellas

Por eso las escrituras y la obediencia, son las lumbreras de los días y las noches de quienes cierran sus ojos en oración para no estar en tinieblas, esperando la ocasión donde se hace la luz en su alma.
La oración, desde esa profunda oscuridad, da inicio a los días de la creación en nuestra alma, en todas sus estaciones, desde las oscuras y frías como en las cálidas y fértiles. Por eso es la alabanza a su nombre, el compas del aleteo de sus palabras aladas.

Las estaciones del alma

En las estaciones del alma, el Señor nos lleva por lo parajes más fértiles del desierto… si solo lo escuchamos a él, por eso la medida de nuestra fe se mide en la oración. Cuando oramos sacrificamos la impaciencia de nuestro ego al someterlo a una conversación de tiempos extraños. Solo soportamos ese hablar sin respuesta inmediata por la fe. No obstante, la respuesta a todas nuestras urgencias, está ya en la posición de nuestras rodillas. En tierra éstas, confiesan ambas, que oramos en el nombre del Hijo tal como se le mando a Adán.

Fue la obediencia de Adán y no su perspicacia, la que respondió a sus oraciones, siendo la respuesta muy superior a sus preguntas. Por lo tanto así como Lehi no conocía el desierto, pero obedeció, al que ora se le cuenta por justicia, aun cuando considere sus palabras como el polvo de la tierra.

El lenguaje de la oración

El lenguaje de la oración es el del alma y esta se manifiesta mediante sentimientos. Estos pueden ser miedo, agradecimiento, preocupación, alegría… todos ellos estando presentes en la oración, son como plumas que dan tensión a sus alas.

la oraciónNo se puede improvisar un vuelo como tampoco una oración. Es una cita con el cielo y debemos estar preparados y elegantes. Siendo que Él se complace en el canto de cada pajarillo o en el cric de los grillos, también le son gratas las oraciones de cada uno; aun cuando sean solo un suspiro, pero cabalgando en su nombre, es lanzado al cielo. Toda la tierra suspira y ora por las noches con sus sonidos alabando al creador.
En la alabanza de la oración nos unimos a la tierra en el reconocimiento de su gloria, la que se nos permite ver.

Nuestras rodillas testifican también que doblándose ante Jesus el Cristo, el Hijo de Dios, confesamos cargar el peso de nuestra cruz, manifestando al Padre nuestra incapacidad de hacerlo solos. Él, que se arrodillaba ante su Padre para pedir fuerzas, nos enseña a llevar la nuestra sin tener que tomar la amarga copa ni desmayar.
Por eso tan solo arrodillarnos para orar, nos sitúa ante Él, en una postura perfecta.

Incrustada en nuestra vida

El salvador oraba a su Padre con frecuencia. Se retiraba al monte y oraba en soledad. Oraba con los nefitas como ser resucitado

«Y he aquí, empezaron a orar; y oraron a Jesús, llamándolo su Señor y su Dios.
Y sucedió que Jesús se apartó de entre ellos, y se alejó de ellos un poco y se inclinó a tierra…
Y aconteció que cuando Jesús hubo orado así al Padre, volvió a sus discípulos, y he aquí, continuaban orando a él sin cesar; y no multiplicaban muchas palabras, porque les era manifestado lo que debían suplicar, y estaban llenos de anhelo.» (3 Nefi 19:19,24)

La oraciónAun estando en los cielos, sin embargo seguía orando al Padre. ¿Cabe mayor ejemplo de persistencia?
Cuando oramos nos dirigimos al Dios del jardín del que fuimos expulsados, no podemos verlo pero podemos oír su voz en nuestra alma, Él nos habla desde allí.

Cuando oramos luchamos contra el hombre natural que nos insinúa que no habrá respuesta, que no hablamos a nadie, que estamos solos, que nadie nos escucha. Pero la oración personal, es el único mandamiento que realizamos solos, que pone a prueba nuestra fe.
Cuando oramos, el adversario nos dice «tú estas solo, no está aquí» pero persistir es perforar lo visible, insistir ante el velo, extender la mano y creer…que tengo un Padre.

Entregar el alma

Orar es entregar el alma, pero no es un rapto de un instante ni un momento exaltado de emociones. La entregamos de forma paulatina y a veces planificada. Cuando oramos de forma ordenada y organizada entregamos nuestro tiempo y eliminamos el ego poco a poco, porque el ego se horroriza de actos tan descabellados como hablar al vacío.

En la oración, antes de entregar el alma, arrodillados, rendimos el cuerpo cambiando su forma natural a otra disminuida, acercándonos así al polvo donde volveremos. Esa postura de conocimiento, se convierte en la apostura de nuestra alma, llegando con el tiempo a ser su gesto frente al rugido de un mundo erguido. Por tanto, arrodillarnos en oración es el andar elegante y apuesto del creyente frente a la nada y al estruendo.

La oraciónCuando oramos recibimos un primer quebranto de nuestro hombre natural que como enemigo [nos afrenta, diciéndonos cada día: ¿Dónde está tu Dios?] (Sal. 42:10)
Al cerrar nuestra habitación tal como nuestros ojos,
dejamos su ego vociferante tras la puerta y nuestra fe delante de nuestros parpados. Así volvemos a un Edén privado donde ante el ojo que todo lo ve, quedan expuestas nuestras faltas. Por eso es más fácil entregar el alma a Dios cuando oramos en secreto.

A veces la respuesta a la oración es un relámpago en nuestra mente, otras palabras en el alma, sentimientos claros. Pero a menudo ella es la propia respuesta.
La oración cambia la faz del alma como la luz que brilla cambió la de la tierra. Mueve nuestros continentes desolados poco a poco y separa nuestras lagrimas de arriba de las de abajo. Con maravilla vemos nuestro antiguo yermo interior, ahora poblado de pensamientos cual criaturas, donde antes solo había silencio ahora voz de regocijo. Hace fructificar nuestro jardín a medida que avanzamos.

Cuando nos demos cuenta, su obra en nosotros será la respuesta a muchas preguntas y el consuelo de muchas aflicciones. A menudo esa respuesta nos lleva a lo inesperado y nos revela el alma desconocida por nosotros pero la conocida y amada por Dios. Con ese conocimiento, entendemos cabalmente que amarnos a nosotros mismos así como al prójimo es tan valioso como su viceversa.

«Porque si escuchaseis al Espíritu que enseña al hombre a orar, sabríais que os es menester orar; porque el espíritu malo no enseña al hombre a orar, sino le enseña que no debe orar.
Mas he aquí, os digo que debéis orar siempre, y no desmayar» (2 Nefi 32:8)

El lugar deleitable

El Salvador no teniendo dónde recostar su cabeza se retiraba a lugares solitarios. Ahora es nuestro aposento privado, el lugar donde emular su relación con el Padre. De esa manera nuestro hogar es testigo de nuestro afán secreto y el lugar exacto de la oración el más cercano al velo. La persistencia no solo en el tiempo sino en ese espacio reservado, lo harán un lugar deleitable, familiar al Señor. En el mapa del mundo que usa el Espíritu, será nuestro sitio de oración, un punto de testimonio y de alabanza, un lugar frecuentado y apreciado.

la oraciónEl momento escogido para orar no debe ser de camino a otras tareas, o el ajustado al hueco, sino el diezmado de lo mejor de nuestras horas. Esa ofrenda de tiempo escogido, es aceptada por lo cielos. Es el tiempo sin mancha y sin defecto del hombre, que careciendo de éste, lo pone sobre la leña del altar. Esa ofrenda del día es como las dos blancas que la viuda pobre entrega al templo.

Porque así como Adán comía su pan de la tierra, apartando zarzas y espinos, el trabajo en la oración limpiará el alma de malicia. Con ese esfuerzo invisible, con el que luchó Enos hasta el anochecer, cosecharemos ese pan de cada día que necesita la vida verdadera.
De manera que dejando atrás los rudimentos del pasado, ese momento será buscado, traspasará la categoría de la costumbre y se asentara permanente en el corazón.

Un lugar de alabanza

David pedía a Jehová que le diera un corazón nuevo.

«Crea en mí, oh Dios, un corazón limpio, y renueva un espíritu recto dentro de mí.» (Sal. 51:10)

Es la caridad una mariposa que se posa a veces en nuestro hombro. Seguirla y no perder de vista su débil aleteo, hace que «tus entrañas se llenen de caridad para con todos los hombres…» (121) Deleitarse y retenerla, aunque sea por la caída de un pajarillo, es empezar a que «…la virtud engalane tus pensamientos» Pero ignorarla nos apartará de la fuente de la alabanza que es ese corazón de carne que siente.

Cuando nos asombramos como niños vienen las palabras indecibles del corazón. La alabanza es infantil porque nace desde el no saber. Por eso cuando «asombro me da el amor que me da Jesús» la inmediata acción es arrodillarnos y expresarlo con alabanza y regocijo.

Siendo nuestro lugar de oración y alabanza visible y privado, éste llega a ser nuestro pozo de agua fresca. Al igual que la imagen del templo inspira lo celestial, nuestro sitio de oración, formando parte de nuestra casa, nos invita a arrodillarnos y alabar a Dios. De tal manera que no hay distinción entre nuestro hogar y la adoración a Dios, ya que siendo ésta parte de nuestras paredes y mobiliario, el hogar llega a asemejarse a un templo o a una montaña extremadamente alta.

La oración o las alas del alma

Escudriñar nuestra vida como a una escritura, la santifica. Observar y meditar en nuestros hechos buenos y malos, sufrir y contentarse en ellos nos acerca al arrepentimiento. Sin él arrepentimiento no hay oración, porque conocer nuestros hechos y pensamientos caídos, es el primer y más importante conocimiento. No podemos orar en la ignorancia de nuestra vida, ni tampoco salvarnos sin ella ya que orar es un acto de conocimiento.

Por lo que la oración bien construida y formada en la realidad de nuestra vida, es la primera escuela del alma. Vocalizar en secreto sus hechos, confesarlos ante ángeles y testigos, nos corona con la primera sabiduría y la humildad aparejada, que es oculta a los hombres.
En el relato detallado de nuestros pecados, volvemos al polvo del que fuimos tomados, pero por su gracia diaria se nos insufla el aliento de vida.

La oraciónPor lo tanto el «Espíritu que enseña al hombre a orar» le hace vivir despierto y le previene de lo malo, porque no se puede orar una mentira ni una maldad en nuestro Edén privado. Ese espíritu que enseña al hombre a orar, lo adiestra en embridar sus pensamientos, estos volátiles como paja seca, se sujetan a la voluntad del que ora pues orar es informar a Dios. Por lo tanto aquel que se adiestra en ello sigue su hilo natural que acaba en la maestría de dominar la lengua, disciplina ardua que agota a muchos.

La oración bien construida es prudente con lo que expresa.

«No corras más aprisa, ni trabajes más de lo que tus fuerzas y los medios proporcionados te permitan…» (DyC 10:4)

Por lo tanto no orar por encima de nuestra fe, no pedir lo incorrecto, es acompasar nuestra alma y su lengua a la etiqueta de los cielos. El esfuerzo persistente, con el tiempo, nos adiestra hasta el punto que, en ocasiones, se nos dice qué hemos de orar.

Persuadido de la persistencia

Estimado lector, persuadido que la persistencia alcanza sus metas, le invito a persistir en la oración. Junto a la debida confidencialidad que debemos todos mostrar al Señor y sus respuestas. No obstante podemos testificar que debemos seguir al espíritu que enseña al hombre a orar.
Vencer nuestro ego y el silencio con persistencia, al final nos dará el galardón que a veces consiste en ser capaz de llevar una oración en el corazón.
Ese zumbido cálido de su presencia interior, se sumará a nuestros latidos, a nuestra respiración y a nuestra voz  que, junto a los pájaros y los grillos, formará parte  de la alabanza a un Dios justo.

2 COMENTARIOS

  1. me parecio como un hermoso poema pero que ha salido del corazon creo que las personas de hoy dia nececitan tener experiencias espirituales y estoy seguro que muchos santos de los ultimos dias estan teniendo experiencias espiritules y viendo milagros tal como si vieran con los ojos y tocaran con las manos saludos David gracias por tu trabajo

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