sábado, febrero 1, 2025
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La reverencia el susurro del tercer estado

La reverencia no es solo una actitud en la iglesia. Se encuentra en el silencio, en la lectura callada, en el cuidado de un jardín. Allí donde hay silencio interior.

Reverencia es una palabra que proviene del latín reverentia (temor respetuoso) (1) No significa miedo sino un respeto profundo hacia alguien.
Hacer una reverencia es realizar un gesto donde se expresa esa actitud reverente. Actualmente en las recepciones reales en España, los hombres dan la mano y bajan la cabeza en un movimiento rápido. Las mujeres, una leve flexión de rodillas.
Con este gesto se reconoce en el Rey Felipe VI, la representación de la unidad del estado español y su permanencia en el tiempo, así como otras funciones constitucionales.

Si recibiéramos al Rey Felipe VI con las manos en los bolsillos, sería una actitud de desprecio o irreverente. Es decir, no seríamos conscientes de a quién tenemos ante nosotros y qué representa, cuando de nuestra parte solo representamos a nosotros mismos.

La civilización, también está en los gestos, en los países libres la reverencia no es sumisión sino un gesto de reconocimiento.
Al igual, en la iglesia, la reverencia es una actitud de conocimiento, de saber donde estamos y que está pasando.

La reverencia

La reverencia es una palabra totalmente pasada de moda. Hoy muchos se sienten reyes y no reconocen ningún poder mayor que su propia voluntad. Lo único que evita el cumplimiento de ésta es la carencia de medios para realizarla. La condición asilvestrada de los usos y el lenguaje revelan una cada vez mayor ignorancia del mundo en medio de una ingente cantidad de información.

La vestimenta del domingo

Los sacerdotes levitas vestían la ropa sacerdotal antes de entrar en el tabernáculo. Con eso simbolizaban la entrada en la presencia de Jehová y la necesidad de vestir adecuadamente con limpieza de cuerpo y mente.

Nuestra vestimenta del domingo es la ropa sacerdotal de nuestros convenios, es una vestimenta preparatoria para recibir nuestros sacramentos. Esta idea, no es una doctrina sino una pequeña muestra del rocío del cielo que flota sobre la ortodoxia.

Cuando era joven la corbata y la camisa blanca era una torsión dolorosa en mi voluntad. Me parecían símbolos burgueses y capitalistas. Más de una vez tuve desacuerdos con mi paciente y compasivo presidente de rama.

Cuando fui presidente de rama y luego Obispo, nunca tuve polémica con este asunto por dos motivos. Uno, los jóvenes de la nueva generación no percibían significado político en esas prendas y no suponía un problema usarlas. Dos entendí que todos necesitamos tiempo para llegar a comprender la reverencia y además se necesita paciencia y no compulsión.

La reverencia

En la mañana temprano

El proceso de vestirnos para asistir a las reuniones y tomar la santa cena, puede convertirse en un ejercicio de reflexión y meditación. Lavarnos, afeitarnos, en el caso de los varones, teniendo conciencia de presentarnos ante los sacramentos, da significado a una tarea, de de otra forma, no aportaría nada distinto a un día normal.

Cuando nos vestimos en el templo, lo hacemos en reverencia y en silencio. Esa ropa ceremonial, que incluye pantalón, camisa y corbata o túnica en el caso de las hermanas, nos enfoca desde la misma taquilla en su obra.

Podríamos hacerlo de manera semejante al vestir nuestra camisa, abrochando cada botón en microactos de consagración. Cada movimiento nos acerca a la ordenanza de la Santa Cena. De esa forma el hecho de vestirnos para el domingo, puede asemejarse a una oración corporal, pues vestimos a nuestro cuerpo para recibir la ordenanza semanal.

Engalanar para agradar

Así, temprano en la mañana, antes de que todo se acelere para emprender el camino, ejercitamos nuestro cuerpo y nuestra mente en su vestimenta. Esos movimientos cotidianos pueden transformarse en signos, que no corresponden a ordenanza alguna, pero con reverencia, se transforman en señas corporales que presagian el día de reposo.

Lo hacemos en silencio meditando.
Podemos ser reverentes incluso anudando nuestra corbata, realizando cada pliegue de su tejido como muestra de nuestra disposición a ser plegados en su voluntad. De esa manera en la conciencia de los movimientos, tomamos presencia de ánimo para recordarle desde temprano.

La reverencia

Soy consciente que esto puede parecer desmesurado. Pero quiero que sepan, que la riqueza, en la vida, se compone más de significados que de monedas.

deja que la virtud engalane tus pensamientos incesantemente; entonces tu confianza se fortalecerá en la presencia de Dios;

DyC 121:45

Engalanar es adornar con la intención de agradar. Engalanar, no solo el pensamiento, sino los actos cotidianos como vestirse, es un acto reverente. Lo hacemos en señal de respeto o temor reverente hacia el Salvador. Cuando engalanamos algo, añadimos a su aspecto natural más riqueza de matices.

La naturaleza podría realizar sus funciones de manera más parca y sucinta, pero se engalana y añade la belleza a funciones prosaicas. Podemos engalanar el día de reposo mostrando reverencia con nuestro cuerpo. Esa práctica semanal, recogerá su fruto más tarde, cuando sea nuestro cuerpo, en el templo, quien nos devuelva la enseñanza.

La adoración callada

La reverencia es una adoración callada que incluye alinear aspectos triviales de nuestra vida con lo espiritual. No distingue de fronteras o límites. La reverencia nos introduce en la escucha de lo inaudible para el hombre natural. Las cigarras, grillos, pájaros, vientos y ramas agitadas se revelan como respiraderos de su gloria, transmiten la gloria de su naturaleza.

Esta mañana estaba leyendo en el Libro de Mormon junto al jazminero que tengo en el patio. Una brisa me acercó el aroma de los jazmines y me recordó a mi abuela Pepa.

Las escrituras no desenfocan nuestra atención de la gloria de los jazmines, al contrario, la reverencia en su lectura participa de la fragancia, el silbido o el canto, de flores, brisa o pájaros. Acuden estas criaturas que nos rodean a participar en sus coros de nuestra actividad.

La reverencia en los jaznines

Mia abuela Pepa tenía un carácter difícil, podía ser tierna y al rato arisca. Yo prefería con diferencia a mi abuelo Manuel y nuestras conversaciones sobre la guerra en Marruecos y mil temas más. Sin embargo, cada vez que llegaba a su casa, a mi abuela se le iluminaba la cara y me llamaba Dávid, con acento tónico en la a. Nunca entendí por qué cambiaba el acento de mi nombre.

Una persona hermosa

Esta mañana comprendí algo que hacia con los jazmines. Ella tenía un jazminero en su patio y con frecuencia los recolectaba y ensartaba en una horquilla. Luego ponía ésta en su pelo recogido en un moño. Entonces tuve un pensamiento repentino: Lo hacía para agradar a quien se acercara a ella. Quería portar la agradable presencia de esas flores junto a su carácter que no siempre era agradable. En el fondo ella era un persona hermosa como los jazmines que llevaba, pero yo no sabía verlo.

Me conmoví ante esta revelación de mi infancia.
La reverencia no es solo una actitud en la iglesia. Se encuentra en el silencio, en la lectura callada, en el cuidado de un jardín. Allí donde hay silencio interior. Por eso la reverencia es una rara avis en el mundo que nos rodea donde el ruido es el fondo permanente del pensamiento.

La reunión sacramental

Cuando asistimos a la capilla hay una expansión de afectos.
Por mi carácter y procedencia, tengo dificultades para ser circunspecto. La tendencia a ser extrovertido y chistoso, es una condición arriesgada para la prudencia, pues se busca más la ocurrencia que lo preciso. No sería natural que a mi edad estos aspectos fuesen desconocidos y justificados con ligereza.

Conservar pues el equilibrio, requiere aumentar la reverencia. Es mediante el proceso del arrepentimiento que aumentamos en el conocimiento de nuestra alma, de modo que este proceso, no nos permite vivir en la ignorancia.

La reverencia

La reverencia en el salón sacramental, debería ser una extensión ascendente de la experimentada junto al jazminero. Delante nuestra hay una silla, a nuestra izquierda y derecha otra, quizás poco espacio para las rodillas. Pero el silencio nos ayuda al recogimiento. El ejercicio de la reverencia en la reunion sacramental es una gran oportunidad de estar callados y en escucha.
Planificar y no perturbarse por el ajetreo inevitable hasta la santa cena, nos favorece para una actitud de escucha.

Enós

Cuando Enós salió a cazar, en realidad buscaba el silencio para cazar en su interior. El silencio le reveló cuál era el origen de su inquietud. La intensidad de su oración tuvo que estar precedida por un profundo sentimiento de inseguridad. Aunque en el versículo 1 reconoce a su padre como varón justo que «me crio en disciplina y amonestación del Señor» Enós 1:1, este pensamiento es posterior a su experiencia. El tuvo que atravesar su propia lucha.

la reverencia de Enos

He aquí, salí a cazar bestias en los bosques; y las palabras que frecuentemente había oído a mi padre hablar, en cuanto a la vida eterna y el gozo de los santos, penetraron mi corazón profundamente. Enós 1:3

Salir a cazar no es una actividad para hacerlo en solitario. En realidad el no salió a cazar. La reverencia a veces requiere apartarse del ruido y sumergirse en el silencio, otras decir la palabra correcta que puede ser Amén. Consiste también en cantar o hablar en alta voz mientras atraviesas un campo solitario.

En esos momentos simplificas todos los avatares que te fraccionan y se revelan los sencillos guarismos de tu vida. La reverencia es la antesala de la meditación y esta de la revelación.

«Pues sucedió que después que hube deseado conocer las cosas que mi padre había visto, y creyendo que el Señor podía hacérmelas saber, mientras estaba yo sentado reflexionando sobre esto, fui arrebatado en el Espíritu del Señor, sí, hasta una montaña extremadamente alta que nunca antes había visto, y sobre la cual nunca había puesto mis pies.»

1 Nefi 11:1

Nefi no estaba sentado en su tienda, sino en las afueras pues «volvió a la tienda de su padre» 1 Al igual que Enós tomó distancia y buscó el silencio.
La reverencia es un habitante del ecosistema de la revelación, allí habita el arrepentimiento, la meditación, el estudio y la alabanza. Esas regiones desconocidas por la mayoría están ocultas por un velo de pudor. A medida que te acercas te das cuenta del ambiente grave y circunspecto que reina en sus inmediaciones.

Circunspecto es una palabra interesante, viene del latín circumspicere, mirar alrededor con atención e inquietud. Alguien prudente y reservado. Esta actitud se le pidió a Nefi y otros profetas en ocasiones, cuando recibían revelación.

Y ahora ceso de hablar tocante a las cosas que vi cuando fui llevado en el Espíritu; y si todas las cosas que vi no están escritas, las que he escrito son verdaderas. Y así es. Amén.

1 Nefi 14:30

Saber callar

¿Quién cesa hoy de hablar de las cosas que ve o sabe? Todos necesitamos comunicar y compartir, no quiero que me malinterpreten. Pero también debemos ser capaces de guardar silencio.

En la ocasión, el ser capaz de callar algo que se sabe, corresponde a un carácter circunspecto. Algo que va en contra del ecosistema digital donde vivimos. En nuestro mundo hay una constante pulsión a publicar, a exprimir aspectos privados cuyo extracto se vierte en las redes. Al sacarlos fuera nos palpamos con alivio, somos reales y conseguimos un protagonismo efímero al ser un punto que emite información. Es lo opuesto a la circunspección.

La reverencia es algo tan privado y personal que uno desaparece en cuanto se tiene.
Al ser reverentes nos enfrentamos al silencio. El mundo lo iguala al vacío, pero en el silencio se propaga la oración de la creación, es la portadora del Espíritu.

«Guarda mis mandamientos; guarda silencio; invoca a mi Espíritu»

DyC 11:18
la reverencia

De joven al caminar hacia la Universidad Laboral, bordeaba el extrarradio de Sevilla por campos solitarios. En invierno era de noche y en verano amanecía. Esos momentos diarios de silencio y contemplación me han marcado. A veces llovía y envolvía mi calzado en bolsas de plástico, pero no renuncié nunca a mis momentos de paz y silencio. En el fondo, ahora me doy cuenta, yo quería ser testigo de paisajes desconocidos, donde ese día era yo el único testigo.

Guarda silencio

Ahora corro y hago caminatas por la rambla del rio Andarax en dirección a Sierra Alhamilla.
La soledad es absoluta, el silencio solo roto por el viento y los pasos. Al llegar arriba, a los baños y emprender la bajada viene la alabanza como si me estuviese esperando. Todo el valle del Andarax en su gloria. La gloria de las montañas, la del cielo y sus criaturas. El olor a tomillo y romero. La vista hasta el mar y el viento de levante y…gracias…gracias…gracias.

La reverencia incluye a sus criaturas.
Encontré el Miércoles en mi caminata a un camaleón atravesando la carretera. Era hermosísimo. Le ayude a volver atrás y le aseguré que al otro lado las cosas no eran mejores que las que ya conocía. Le llamé Camilo, somos amigos.
La reverencia nos ayuda a prestar atención al momento, valorarlo, atesorarlo.

Atesorar el silencio interior y sus sonidos nos ayuda a renovar nuestros convenios. La reverencia en la santa cena, no es solo guardar silencio sino reconocer la luz que brilla en nosotros, la que iluminó nuestros ojos ese día bajo el cielo. La misma que ilumina nuestro entendimiento.
Llevar la reverencia a la santa cena, requiere practicarla fuera, en la vida diaria.

» Pero él se apartaba a lugares desiertos y oraba.»

Lucas 5:16

La oración o la alabanza en lugares desiertos o cerrada la puerta de nuestro cuarto, forma parte de la luz que brilla.


 «…la cual procede de la presencia de Dios para llenar la inmensidad del espacio»

DyC 88:12

Sus huellas en la reverencia

De esa manera Cristo y nosotros al poner pie en lugares solitarios, donde quizás hace años que nadie estuvo, o en un rincón privado de casa, alabamos a Dios y testificamos que hasta esas soledades llega la luz que procede de su presencia. A través de nosotros ilumina ese rincón del mundo. Así, portadores de pequeñas luces, brillamos como luciérnagas en la noche.

Oramos en voz alta, recitamos escrituras o cantamos. Nos unimos así al tomillo y al romero, al jazmín y la madreselva. Nuestra gloria se suma a la de ellos y damos el aroma de su luz en la medida de nuestra creación.

la reverencia

Al practicar la reverencia en nuestra vida, encontramos las huellas divinas entre la maraña de sucesos diarios. Como quien está perdido, busca las huellas de un caminante anterior y al encontrarlas todo él se goza en el camino.
¡Cuántas veces, desorientados , pasamos de largo por sus huellas! La irreverencia es similar a la ojeada cuando lo que necesitamos es ver. No ser reverentes propicia el resumir la vida y no participar de sus matices.

Así, ojear la santa cena, no teniendo reverencia, es como caminar sin escuchar la voz de alabanza de pájaros, grillos, cigarras, abejas, la brisa, los árboles. Sin mirar las nubes que coronan el cielo de maravillas. Y al final decir amén como ruido y no como un gracias…gracias…gracias.

6 COMENTARIOS

  1. Me ha gustado mucho este artículo David! Lo he leído hace unos días y me he acordado de él cuando me vestía el domingo por la mañana para ir a la capilla. Sé que con demasiada frecuencia nos vemos envueltos en rutinas, listas de tareas, distracciones digitales, prisas, etc. y perdemos oportunidades valiosas de sintonizar ese canal que nos susurra y que tanto necesitamos. La reverencia requiere un esfuerzo consciente pero nos eleva por encima de las interferencias mundanas. Un abrazo!

  2. Tengo que meditar mucho en tus palabras porque has dado en el blanco. Amar el silencio es mi batalla diaria. Hablo demasiado.
    Muchas gracias por esta hermosa reflexión. Muchas gracias, David

  3. Gracias David! Me ha encantado!
    Especialmente está parte: «Oramos en voz alta, recitamos escrituras o cantamos.
    Nos unimos así al tomillo y al romero, al jazmín y la madreselva.
    Nuestra gloria se suma a la de ellos y damos el aroma de su luz en la medida de nuestra creación.»
    Gracias 😊

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