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La imaginación
Cuando era pequeño jugaba con una escoba y un palo y me convertía en un caballero. Para mí lo importante era que mi capa, que era una toalla, se agitara con el viento. En aquellos tiempos, lo imaginábamos todo porque fuera el mundo era muy distinto a nuestros sueños. Solo teníamos la imaginación para crear nuestros juegos.
Algunas personas piensan que imaginar corresponde a la edad temprana. Encontrar la rugosidad en el plan de salvación es un ejercicio en parte de imaginación.

Por cierto, reconozco, que la imaginación a veces recibe muchas sugerencias de otras fronteras limítrofes, que por prudencia, no voy a mencionar. Se necesitan de materiales más volátiles para poder crear cosas nuevas. Algo así como una esfera de bronce que funciona con la fe. O cosas menos llamativas como una flecha de un palo recto.
Escuchamos a Nefi, «Y cuando vieron mis hermanos que estaba a punto de construir un barco, empezaron a murmurar contra mí, diciendo: Nuestro hermano está loco, pues se imagina que puede construir un barco; sí, y también piensa que puede atravesar estas grandes aguas.» (1 Nefi 17:17) Acusaciones semejantes a las que hicieron a su padre «Tú te pareces a nuestro padre, que se dejó llevar por las imaginaciones locas de su corazón…» (20)
La palabra imaginación viene del latín imaginatio, esto es, acción y efecto de formar una figura mental. La imaginación embridada con la sensatez, puede resultar en la construcción de barcos herméticos o de pensamientos nuevos.
El Señor nos habla del poder de la imaginación «…y se remontará en la imaginación de sus pensamientos como si fuera en alas de águila.» (DyC 124:99) Compararla con las alas de un águila es realmente poderoso e imaginativo.
Una herramienta celestial
Del rey David escuchamos un consejo hacia su hijo Salomón en cuanto a su imaginación » Y tú, Salomón, hijo mío, reconoce al Dios de tu padre y sírvele con corazón perfecto y con ánimo dispuesto, porque Jehová escudriña los corazones de todos y entiende toda imaginación de los pensamientos. Si tú le buscas, lo hallarás; pero si le dejas, él te desechará para siempre.» (1 Cró 28:9)

El entiende toda imaginación de nuestros pensamientos. Podemos acercarnos a su confianza mediante nuestra imaginación, porque ella es la que concibe las obras de nuestra fe. De esa forma nuestra imaginación elabora una visión de nuestra fe.
En la visión de Nefi, éste reconoce el árbol del que había escuchado hablar a su padre en varias ocasiones. Nefi lo había reproducido en su imaginación. «Y aconteció que me dijo el Espíritu: ¡Mira! Y miré y vi un árbol; y era semejante al que mi padre había visto; y su belleza era muy superior, sí, sobrepujaba a toda otra belleza; y su blancura excedía a la blancura de la nieve misma.» (1 Nefi 11:8)
Nefi sabía que ese árbol era semejante al que su padre había visto, porque su padre había creado una visión en su mente de las propiedades que tenía el árbol. Nefi lo imaginó y después quiso verlo el mismo.
Para transmitir una visión, primero hemos de imaginarla y a eso hay que dedicar tiempo y esfuerzo.
Otros estados extraños
A veces experimento turbulencias que dejan mi marcador de la fe cerca de cero. En esos momentos soy capaz de observar mi constitución religiosa y mi fe desde cierta distancia, algo así como el edificio en el que habito. Al principio me preocupaba esos momentos de duda, porque consideraba que no eran correctos. Ahora entiendo que es la rugosidad del evangelio. Esas fluctuaciones en la fe, nos hacen entender que realizamos un tránsito y no una acampada en el plan de salvación. Como vemos en el sueño de Lehi el sendero hasta el árbol está acompañado de accidentes «naturales».
En algunas ocasiones poco frecuentes, y a semejanza de lo anterior, pierdo totalmente el sentido de la vida. Suele ser cuando hago una parada repentina en una actividad intensa en el trabajo o en otro entorno. Las primeras veces que me pasaba esto, siendo adolescente, sentía terror. Experimentaba un vacío perfecto sin capacidad de asumir la realidad ni encontrarle sentido. Cuando sucedía esto pensaba en Dios y le pedía que me rescatara de ese infierno. O intentaba pensar en mi familia y de esa forma, procurar que ese pensamiento me succionara de la nada. Pero todo estaba lejos, no resultaba. Tenía que esperar a que mi mente «conectara» de nuevo con mi entorno.
Aprendizaje en los opuestos
Con el paso de los años, me dí cuenta que en ese estado terrible había algo que no llegaba a entender del todo. Entonces empecé a buscarlo, pero no lograba producirlo. Llegaba cuando llegaba. Pero sí aprendí a mantenerlo más tiempo y buscar qué había allí.

En esos momentos, tengo la impresión, de contemplar el mundo sin ser alumbrado por ninguna luz. Como si el motor de mi alma se parase y en esa inercia escuchara el rodar de una realidad vacía. He podido ser consciente, sin ser aturdido por el pánico del principio, de algo sorprendente de experimentar (no de decir).
Percibo que tenemos una identidad y es independiente del mundo. Única y construida con anterioridad al mundo y a nuestras circunstancias. Pero necesitamos una esfera donde morar. Al regresar paulatinamente al estado de conciencia normal, noto cómo todos los aspectos de mi vida encajan paulatinamente y componen de nuevo mi vida con su sentido.
Aunque quizás algún lector considere alarmante lo que digo, no debe preocuparnos perder temporalmente el sentido de la realidad. Esa pérdida enseña mucho, pues el vació es lo que da contenido a todo lo demás. Sin ese vacío no habría nada. Tocar esa capa invisible es como asomar la cabeza a una cúpula celeste insospechada. Y en ella valorar la luz que «nos alumbra, y que viene por medio de aquel que ilumina nuestros ojos, y es la misma luz que vivifica vuestro entendimiento,» (DyC 88:11)
Perdido el miedo a ese antiguo abismo de mi juventud, considero ahora esos momentos como reveladores.
Algunas imaginaciones

Realmente creo, que yo sería un incrédulo muy consistente. Estoy dotado de una gran empatía con ellos. Sé cómo se sienten y podría pensar de igual manera que ellos fácilmente. El problema es que tengo mucha imaginación y también sé lo que es el vacío.
Puedo imaginar cómo se sentía la tierra antes de ser alumbrada por la luz de Cristo. Quizás estuviese, vacía y desolada, percibiendo que tenía una identidad. Cuando de repente Jehová le propuso un plan, que otros mundos yermos y vacíos lo calificaban de «las imaginaciones locas de un corazón…» (20) Hay personas como esos mundos, incapaces de atravesar las aguas desoladas que los cubren.
Desde aquella oscuridad de la tierra, todo ese plan de vida vegetal y animal, ríos, valles y océanos sonaba a pura fantasía. Sin embargo la tierra confió en esa luz que brillaba, ahí afuera. Y empezó a imaginar también.
La enseñanza del vacío

No hay argumento más invencible que el vacío, para retraerse en la delgada atmósfera de un espíritu vencido. Y vivir una vida de la clase abismo en su modalidad vacía y desolada.
Pero ahí está esa luz de nuevo, alumbrando un plan de salvación de «siete días». Y yo puedo adquirir la razón de los mundos yermos y pensar «¿Por qué voy a creer semejante historia? ¿Creer porque hay algo brillando ahí afuera?»
Sin embargo, cuando te acercas a él, cuando sigues su voz. Entonces notas vibrar dentro de tí la profunda constitución de tu núcleo. Y entonces se abren las placas del alma dormida. Y salen a luz bullendo como lava incandescente las criaturas escondidas de tu interior. Nunca pronunciadas, jamás imaginadas por otro. Y te das cuenta que estabas a oscuras y que la luz que creías tener eran tinieblas. Entonces sube el vapor de tu fe y riega como lluvia las sencillas creencias que otros juzgan como vulgares pajarillos del campo.
Estando dotados de la razón, no obstante ésta es pesada en su densidad y habita en lo cotidiano, lo presente. Adorada en el templo de nuestro siglo, es celosa de toda devoción a otro dioses. A diferencia, son necesarias alas de águila para remontarse e imaginar el gran misterio de la restauración. Con la razón solamente, no podemos batir los argumentos de nuestra fe. No nos elevarán.
Un sueño

Hace dos años tuve un sueño. Soñé que nadaba en un río y me acerque a un barco que tenía un mástil muy alto con una vela enorme. Yo sabía que ese barco era el evangelio. En el sueño tenía que llegar a un destino con él. Sin embargo la altura del mástil y su vela me asustaban. Me atemorizaba la fuerza que transmitían y temía subirme y perder el control del rumbo. Decidí llevarlo por carretera porque me era familiar. Mientras caminaba las señales me eran conocidas. Pero a medida que me desplazaba, el barco se deshacía. Mirando a lo lejos divisé un río. El Sol se reflejaba en sus aguas y brillaba a lo lejos. Supe entonces que no estaba actuando con acierto. Debería haber confiado en las velas y el viento.
El evangelio nos propone tratar con lo contradictorio. Nos invita a salir del pequeño y oscuro mar donde nacimos. Nos habla de un reino que no es de este mundo. Pero este mundo es todo lo que conocemos. Nos dice que la fe es el conocimiento de cosas verdaderas que no se ven. Dos contradicciones en una misma frase. La gran prueba de nuestra fe, fue llevada por el ángel Moroni. Sin esa prueba documental solo está el testimonio…de nuestra fe, inválida en cualquier tribunal de esta tierra.
El miedo a subirse en un barco así es natural. Pero aprendí a escuchar en el vacío desde joven. A no temerlo. Y a veces nuestra fe es como un vacío momentáneo. Cerrar los ojos e implorar en la oscuridad, escuchar nuestro pensamiento adentrarse en el silencio. Muchas veces tememos tocar esa esfera celeste, el miedo a lo incomprensible. A dejar de caminar por nuestro pie y empezar a navegar en un elemento extraño, de otro mundo.
La rugosidad en el plan de salvación

La elasticidad en las articulaciones se consigue con el dolor del estiramiento y la contracción del esfuerzo. Es en esa pequeña contradicción de movimientos que nuestro cuerpo conserva la postura correcta y su permanencia en el tiempo. Alcanzar el bienestar, por tanto, requiere de contrarios en permanente interacción. Sin embargo muchos consideran que solo el reposo garantiza el bienestar.
También la incertidumbre o la duda son tensiones conocidas por todos, seamos o no creyentes. Pero muchos piensan que existe el estado ideal solo en la certeza y que es ahí donde radica la felicidad o al menos una variante menos ambiciosa como la tranquilidad.
Sin embargo la fe nos sitúa ante el velo y la incertidumbre que lo acompaña. Estar ante lo que creemos y no vemos nos coloca en una tensión permanente con la articulación del sentido común. El hombre natural no ve en esta actividad de la fe la ninguna utilidad para sus movimientos, todos horizontales.
La constitución de Job
Encontramos en Job a un hombre residente en la certeza de su prosperidad y en la justicia de sus actos. Sometido más tarde a la contradicción de la miseria, escuchamos su palabras.
«Perezca el día en que yo nací y la noche en que se dijo: Un varón ha sido concebido. Sea aquel día sombrío, y no cuide de él Dios desde arriba ni claridad sobre él resplandezca. Aféenlo tinieblas y sombra de muerte; repose sobre él nublado que lo haga horrible como día caliginoso.» (Job 3:3-5)

Ante esta actitud, recibe la reprensión de sus amigos Elifaz, Bildad y Zofar. En ella notamos una rigidez de pensamiento, en los que no cabe sino la línea recta entre las causas y efectos. Por tanto la lógica de Elifaz corta como un cuchillo cualquier esperanza de Job y nuestra, que no se base en una forma plana de entender la salvación.
«Recuerda, te ruego, ¿quién, siendo inocente, ha perecido jamás?O, ¿dónde han sido destruidos los rectos?» (Job 4:7)
Estos creyentes, sólo de su propia bonanza, son incapaces de comprender la articulación del dolor en la vida. En este caso en la de su amigo Job, quien siendo un hombre justo, sufre en su infortunio todos los males achacados a los inicuos.
Tal como esos malos consoladores, muchos de nosotros vemos una fineza y suavidad en el relato del plan de salvación fácil de explicar y atractiva de ver. Pero que luego no se corresponde con la rugosidad de la realidad a escala personal. Una fe de esta naturaleza permanece solo mientras nuestras circunstancias floten en el relato general del evangelio. Pero ante la adversidad local, nos preguntaremos ¿cómo puede ser esto?
La paradoja del mundo
En el caso de Job, él reconoce esta paradoja del mundo y recibe el beneficio para el alma
«He aquí, yo iré al oriente y no lo hallaré; y al occidente, y no lo percibiré. Cuando él actúe al norte, yo no le veré; al sur se esconderá, y no le veré. Mas él conoce mi camino; cuando me haya probado, saldré como oro.» (Job 23:8-10)

En estas palabras Job admite su incertidumbre para entender todas las cosas, pero conserva una esperanza.
Ese primer dolor expresado por Job sobre el día de su nacimiento, estira su alma como la de Enoc quien al ver la maldad del mundo «ensanchó su corazón como la anchura de la eternidad» (Moisés 7:41) Esa amplitud de movimiento propiciaron a Enoc «ver la venida del Hijo del Hombre en la carne; y se regocijó su alma» (47) y de la misma forma declara.
«Yo sé que mi Redentor vive,y que al final se levantará sobre el polvo. Y después de deshecha esta mi piel,aún he de ver en mi carne a Dios» (Job 19:25-26)
Esos estados contrarios del alma es lo que concede a Job la victoria sobre su condición inicial de un reposo intacto. Ahora con su alma dolorosamente extendida, aumenta su capacidad de comprender la compleja geometría del plan. Comprende entonces que bajo el plan general, está la rugosidad de cada vida y el aprendizaje que conlleva el vacío y el dolor.
Es muy auténtico el relato,me ha gustado mucho.