En la ley que dio Jehová a su pueblo, el altar del sacrificio tenia un protagonismo primordial. El pueblo de Israel no podía entrar en el lugar santo, sino que ofrecía sacrificios en el altar que estaba fuera, delante de la entrada. Ellos no tenían el sacerdocio, perteneciente solo a la tribu de Leví. Necesitaban a un oficiante ante Jehová que presentara sus ofrendas por ellos. Ese lugar era el de la expiación.
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En este caso la carne y la sangre de animales. Siendo éstos sus propiedades más valiosas.
Este altar tenía una característica, no se apagaba ni de noche ni de día.
«El fuego ha de arder continuamente en el altar; no se apagará.» Levítico 6:13
Siendo que el altar santificaba la ofrenda, se enseñaba de esta forma que el perdón de Dios era siempre accesible, de día y de noche. Que su misericordia siempre estaba ahí y no dependía del hombre.
Lo que sucede después de colocado el holocausto en el fuego del altar se resume en esta escritura.
«y cuando el fuego haya consumido el holocausto, apartará él las cenizas de sobre el altar y las pondrá junto al altar.
Después se quitará su vestimenta y se pondrá otras vestiduras y sacará las cenizas fuera del campamento a un lugar limpio.» Levítico 6:-11
Era necesario que el holocausto fuese consumido hasta las cenizas. De esa forma el pecado de quien se presentaba ante el altar, era extinguido en el fuego junto al animal ofrecido.

No son casuales estas palabras. Él como holocausto por nuestros pecados se consumió en el altar del sacrificio. Pero hay una diferencia esta vez. La cruz es el altar, no hecho de bronce, sino de la madera que ardía bajo el bronce y que daba a éste el poder de consumir el holocausto. De esa forma en la madera del Gólgota el sacrificio por todos es consumado.
Esa misma madera, a semejanza de su cruz, la llevo Isaac sobre sus hombros camino de Moriah, donde iba a ser sacrificado. Abraham portaba el cuchillo y el fuego como sacerdote y su hijo la leña. Se dirigían a un altar de piedras sin labrar, antecedente del altar labrado en bronce del pacto con Israel. Y esa madera de los altares de piedra y después de bronce. La misma que llevo sobre sus hombros el Salvador hacia el calvario en Gólgota, en una ladera cercana a Moriah. De igual forma que los sacerdotes oficiaban en el atrio del tabernáculo al recibir las ofrendas. Esta vez fueron los sacerdotes del sanedrín quienes oficiaron de forma inconsciente al entregar al Cristo a la cruz. «Anás entonces le envió atado a Caifás, el sumo sacerdote.» Juan 18:24 Al atarlo Anás lo presentó como holocausto, indefenso ante el sumo sacerdote que aún ministraba en el templo.
Después sale atado como sacrificio hacia el altar. Por lo que ascendió a lo alto y atravesó todo el eje del tabernáculo hasta el altar del sacrificio, el más bajo. Y una vez consumado, sacado fuera como «las cenizas fuera del campamento a un lugar limpio»
Ese lugar fue provisto por un discípulo, José de Arimatea «Éste compró una sábana y, bajándole, le envolvió en la sábana, y le puso en un sepulcro que estaba cavado en una peña…» Marcos 15:46, un lugar limpio.
En la sección 88:106 de DyC leemos estas reveladoras palabras «Y otro ángel más, que es el séptimo ángel, tocará su trompeta, diciendo: ¡Consumado es; consumado es! El Cordero de Dios ha vencido y pisado él solo el lagar, sí, el lagar del furor de la ira del Dios Omnipotente.» La palabra consumado viene del latín consummare, (realizar una cosa hasta su culminación). Dando a entender esta idea que Cristo, cargó él solo la tarea de lidiar con el fruto del pecado en ese lagar o recipiente de la expiación. Siendo la culminación de su misión el beber la amarga copa que rebosa destilada hasta las heces.

A los que llegan a este punto, en ese altar, se les hacen las mayores promesas y reciben las mayores ordenanzas,
Isaías describe así el poder de ellas «¡Despierta, despierta, vístete de tu poder, oh Sión! ¡Vístete de tus ropas hermosas, oh Jerusalén, ciudad santa!..» Isaías 52:1
En DyC 82:14, el Señor afirma «Sion se ha de levantar y vestirse con sus ropas hermosas.»
Los que se arrodillan ante ese lugar han entregado antes a nuestro sumo sacerdote, que es Cristo, la ofrenda requerida » Ofrecerás un sacrificio al Señor tu Dios en rectitud, sí, el de un corazón quebrantado y un espíritu contrito.» DyC 59:8 y en esto admiten que el Salvador es el único camino y mediador entre nosotros y el Omnipotente. Admiten también que de la misma forma que fue necesario rasgar el velo del templo para dar paso a la ministración del Espíritu Santo, quien testifica del Padre y del Hijo. Como digo admiten también, que fue necesario rasgar los cielos en una mañana de primavera para traer el altar de la plenitud, donde los que se arrodillan ante el, reciben las ropas hermosas de sus ordenanzas. Las que anhelaron muchos y murieron sin ellas.El poder de su altar es grande. «…Soy aquel que hablé en justicia, poderoso para salvar. DyC 133:47, poderoso para reducir a cenizas el pecado, para dar salvación en el extenso y asombroso sentido que la restauración ha dotado a esa palabra.