La identidad de Moisés
En la Perla de Gran Precio encontramos una escena significativa sobre la importancia de una identidad, el Unigénito. En el libro de Moisés se relata su lucha por encontrar y mantener una identidad perdida desde su nacimiento y adopción por una hija de faraón..
Lo primero que hace el Señor al hablar a Moisés es presentarse.
«He aquí, soy el Señor Dios Omnipotente, y Sin Fin es mi nombre; porque soy sin principio de días ni fin de años; ¿y no es esto sin fin?»
Le pregunta a Moisés algo evidente, ¿y no es esto sin fin?». El Señor no pretende que Moisés le conteste. Es una pregunta retórica y en ella vemos sus conversaciones privadas. Nos muestra la forma de expresarse del Señor en su entorno familiar . Tal como la expresión «el misterio de la divinidad, ¡cuán grande es! » (DyC 19:10) La cercanía a sus pensamientos y meditaciones a través de su lenguaje nos acerca a sus misterios. Nos sugiere a la mente que el crecimiento es eterno y las preguntas también.
Lo segundo que hace el Señor es fijar el parentesco y por consiguiente la identidad de Moisés. «He aquí, tú eres mi hijo…» (4) y repite esto en tres ocasiones. Para confirmar sus palabras le mostró «…el mundo sobre el cual fue creado; y vio Moisés el mundo y sus confines, y todos los hijos de los hombres» (8)
Pero hay algo extraordinario en esta conversación familiar. El Padre fija un parentesco cercano a Moisés, «y tú eres a semejanza de mi Unigénito; y mi Unigénito es y será el Salvador…» (6). Casi podría haber dicho «te pareces a mi hijo». ¿Nos suena familiar esta expresión? ¿Cuándo la empleamos? Con familia cercana. El Señor establece la identidad de Moisés por partida doble tiene un hermano y ambos un Padre.
Es la relación familiar la primera fuente de identidad de cualquier persona.
El Señor está proporcionando a Moisés y a cada uno de nosotros al redentor como familiar cercano. El Salvador confirma nuestra pertenencia al Padre y su familia a través de él mismo.
La identidad asediada
Si hasta ese instante Moisés era un desterrado de Egipto y un huérfano en Israel, ahora encuentra su identidad más profunda. Después de esta experiencia descubre que es hijo de Dios y hermano del Unigénito.
Como en tantas ocasiones, a continuación, se manifiesta el intento del adversario en su destrucción. En el mismo orden que recibió su identidad, Satanás trata de destruirla.
Primero le tienta diciendo.
Moisés, hijo de hombre, adórame. (12)
Satanás reclama adoración, que en ese momento, consiste en aceptar los términos propuestos. Estos son renunciar a ser un hijo de Dios para serlo de un hombre a quien Moisés no conoce. En nuestro caso es lo mismo, renunciar a nuestra familia celestial y aceptar nuestra procedencia de un hombre o antropoide remoto a quien no conocemos. Sustituyendo en el versículo 12 Moisés por nuestro nombre de pila, estaremos en el mismo lugar.
El asedio a nuestra identidad en Cristo ocurre en un entorno hostil, que nos disuade de asociarnos al Redentor, a tomarlo como origen del significado de nuestra vida. A cambio disponemos para adoración, a un mundo que se estremece en su propia gloria. En nuestro caso sí podemos ver la gloria del mundo, cada vez mayor. Si los santos actuales preguntaran como Moisés ¿dónde está tu gloria? tendríamos una respuesta evidente. El árbol de la vida casi se puede tocar, y los avances de todo orden despiertan asombro y adoración.
Pero si, como Moisés, recapitulamos y si como Lehi reconocemos a pesar de apariencias, el desierto oscuro y lúgubre, nos daremos cuenta que todo lo vemos «según el hombre natural. ¿No es verdad esto?» (Moisés 1:14) y que un antiguo príncipe y ahora pastor observa «¿dónde está tu gloria?, porque para mí es tinieblas.»(15)
La defensa
Emulando a su Padre Celestial, Moisés usa su lenguaje. Hace preguntas, pero no espera la respuesta de Satanás. La claridad y contundencia de su respuesta a la imperiosa petición, no corresponde a ese hombre «tardo en el habla y torpe de lengua» (Éxodo 4:10)
«Moisés miró a Satanás, y le dijo: ¿Quién eres tú? Porque, he aquí, yo soy un hijo de Dios, a semejanza de su Unigénito. ¿Y dónde está tu gloria, para que te adore?» (13)
El orden en su declaración es perfecto y la pregunta final demoledora. Sin embargo afirma su identidad cuando declara «no me engañes; porque Dios me dijo: Eres a semejanza de mi Unigénito.» (16) Esa declaración temprana del Padre, que pareció haber sido dicha de paso, penetró hondamente en su alma. Moisés ya vincula su identidad con el Unigénito, y él será a la postre su salvación.
Al terminar su alegato, intenta echar a Satanás dos veces en el (16) «vete de aquí Satanás» y en el (18) «Retírate de aquí, Satanás.» pero no lo consigue. Sus preguntas y razones no van a expulsar a alguien como el adversario. Recordemos que [fue echado abajo por el poder del Unigénito] (4:3) no por su persuasión.
Pero este intento incompleto sí va a enojar al adversario.
El impostor
«Y cuando Moisés hubo pronunciado estas palabras, Satanás gritó en alta voz y bramó sobre la tierra, y mandó y dijo: Yo soy el Unigénito, adórame a mí.» (Moisés 1:19)
Hemos de pararnos a escuchar, porque aquí encontramos una herida abierta.
El Salvador no había nacido todavía, por lo que, Unigénito, es un titulo temprano de su futura condición. Siendo Jehová el elegido para serlo en el futuro, Satanás no parece aceptarlo. Pero no puede cambiar la realidad, está derrotado y desterrado. A diferencia del ignorante, el recuerda su origen y conoce la gloria de la casa paterna. Aún tiene la marca del anillo en su dedo y el recuerdo de sus emblemas, gloria y distinción en los cielos.
Ese recuerdo nítido cuyas «llamas son inextinguibles, y cuyo humo asciende para siempre jamás» (Mosíah 3:27) lo rodea y mortifica. Ese sufrimiento que habita en su reino, que tiene «su anchura, la altura, la profundidad» (DyC 76:48) es ajeno al tiempo, pero no a la miseria y está fuera del campo de la redención. Por eso brama. Un sonido no humano, sino cercano a las bestias. No hay coherencia en su dolor porque no se articula en el mundo humano.
Intentando suplantar la identidad del Unigénito, lacera aun más su alma. Aumenta, su frustración innecesariamente. Al igual que aquellos jareditas «durmieron sobre sus espadas.» (Éter 15:20) el adversario no se desprende de su rencor.
Es un quemazón permanente sin tiempo de alivio.
Pero sí puede hacer algo. Sí puede destruir la identidad de Moisés. Y para eso intenta suplantar la del Unigénito. No tiene otra forma de hacerlo… «Yo soy el Unigénito, adórame a mí»
El Unigénito, nuestra raíz
La conjugación espiritual que Moisés recibe del Padre, hace de Cristo, la raíz de su nueva identidad. Siendo que no todos los hombres conocen su nombre, sin embargo podemos identificar su raíz en todos ellos. Así como las palabras nuboso, nublado, nubosidad, nube, tiene un lexema o raíz común que no cambia, en este caso nub. De la misma forma el Padre Celestial nos muestra al Unigénito como raíz en la identidad de todos los hombres. A partir de la luz de Cristo se conjugan todas las creencias que nos acercan a la divinidad.
Por eso él se presenta y nos dice «yo soy la luz verdadera que ilumina a todo hombre que viene al mundo;» (DyC 93:23) sugiere esto, por tanto, que cada reflejo o destello tiene en él su origen. El respeto y consideración a las creencias de los hombres y sus lenguas, es requerido a los santos. Ya que, el Señor habla en todas ellas y su luz brilla para todos. Y también es nuestro deber proclamar a aquel que es la raíz de toda fe como el Unigénito del Padre.
El intento de Satanás de suplantar al Unigénito como redentor ante Moisés, busca cambiar la raíz de su identidad. Si el Redentor no es tu hermano ¿quién es tu Padre? Al definir a Moisés como hijo de hombre, cambia ese Padre por un hombre remoto, nos hace perder nuestro origen. Si ese hijo de hombre acepta a alguien sin gloria como salvador es semejante a una persona sin palabras que intenta describir el mundo. De la incoherencia en sus palabras, pasará al balbuceo y de ahí al bramido.
Cristo y su identidad
En las tentaciones de Jesús en el desierto encontramos una situación parecida. Tanto Mateo como Lucas narran la tentación de convertir las piedras en pan y la de echarse abajo del pináculo del templo de igual forma. «Si eres el Hijo de Dios, di que estas piedras se conviertan en pan» (Mto. 4:3). Quizás pensemos que la tentación consistía en calmar el hambre (puede que en parte sí) pero echarse abajo del pináculo del templo, no responde a necesidad alguna de comer.
En realidad Satanás le cuestionaba su identidad como Unigénito. La tentación consistía en demostrarla al tentador por orgullo y a sí mismo por duda.
Si Moisés en su momento, sigue el discurso de Satanás y polemiza en su propuesta, está perdido. El camino es estrecho y cualquier variación te aleja de la barra. Si Jesús hubiese convertido una piedra en pan, entonces habría entrado en el discurso de Satanás. No por comer, pues su ayuno era voluntario y voluntariamente terminó con él. Sino en el hecho de confirmar su identidad con el adversario y no con su Padre.
El joven de doce años que enseñaba en el templo a los doctores de la ley, sabía que era el Unigénito, pero asumir que también era el Cristo, con sus consecuencias, requería tiempo, ayuno y oración. Gracia sobre gracia hasta comenzar su ministerio como el Mesías.
En este sentido, quizás nosotros seamos a veces tentadores y digamos «Si estas ahí haz tal cosa o tal otra» adoptando los modos del adversario, buscando señales, pero no la identidad del Unigénito. Sin embargo el Señor contestó a Satanás no con pruebas sino recitando las escrituras. «Escrito está también: No tentarás al Señor tu Dios.» respuesta que corresponde a Deut. 6:16.
En nuestro caso también obtenemos nuestra identidad en desiertos oscuros, en oración e invocando sus tiernas misericordias.
Job y su integridad
Rechazar al Unigénito habiendo sido revelado, le supuso a Lucifer una pérdida de identidad, empezando por su nombre, «y llegó a ser Satanás…» (Moisés 4:4) y como vemos en esta escena, una incapacidad de nombrar y articular su dolor. Sobrepasado por éste es incapaz de hablarlo ya que «gritó en voz alta, con lloro, y llanto, y crujir de dientes» (22)
A diferencia, Job, en su dolor, conserva su integridad al declarar «Yo sé que mi Redentor vive,» (Job 19:25) y asumiéndolo como la raíz de su identidad «[no] atribuyó a Dios despropósito alguno.» (1:22) y conserva su coherencia al afirmar «mis labios no hablarán iniquidad ni mi lengua pronunciará engaño.» (27:4) Así, acosado por falsos amigos que lo acusan de iniquidad, Job asume su condición sin caer en la tentación que le proponen «¿Aún retienes tu integridad? Maldice a Dios, y muérete.» (2:9)
Retener por tanto la integridad, es ligar nuestro monema, o lo que somos, a la raíz de Cristo. Siendo apéndices de la luz que brilla, todo nuestro cuerpo será lleno de luz, «y el cuerpo lleno de luz comprende todas las cosas.» (DyC 88:67)
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En «El Unigénito en el concilio de los cielos» Veremos la segunda parte del concilio. La propuesta de Yahaveh sorprende a todos, incluso a Aribel su oponente. Es el inicio de la contienda [/su_box]
Maravilloso…