El tiempo en la restauración
Al avanzar en el tiempo de la restauración, la arboleda sagrada va quedando más lejos pero todos necesitamos volver al lugar donde todo empezó. Cada miembro, cada electo, necesita experimentar la emoción de aquella mañana de 1820. De esa forma, la memoria evoca un pilar de luz. Nos da consistencia ante un presente que lo devora todo. La extinción del tiempo, es la principal víctima de nuestra época. Volver a reflexionar en los acontecimientos de la restauración sitúa la experiencia del discipulado en la geometría del evangelio. La protege de nuestro Saturno moderno, devorador de sucesos y recuerdos.
Este hombre actual de memoria corta, encuentra dificultad en diferenciar un giro eterno de los movimientos efímeros en el mundo plano donde vive. Un mundo cercado por el horizonte de la muerte.
Cuando el rey Mosíah reunió a su pueblo para leerles los anales de Zeniff, (Mosíah 25) quedó patente el poder de la memoria.
Cuando escucharon, admiración y asombro (7), cuando vieron se sintieron… (8) cuando pensaron se llenaron…(9) cuando pensaron alzaron la voz y dieron gracias (10) cuando pensaron se llenaron de dolor…(11)
Todos estos movimientos, de un alma conmovida, que vivieron los nefitas, eran ajenos a su presente. Así nosotros, detenidos en nuestra industria, usando la memoria escrita, reclamamos el conocimiento del que estamos desterrados en nuestro estado caído.
Siendo que el tiempo solo fluye hacia el futuro y su movimiento es acelerado. El pasado reciente se vuelve arcano. Sentir las emociones del antiguo pueblo de Zeniff, requiere detenerse y recordar. Admiración, asombro, pensar, dolor y agradecimiento…
En T y en -T
El espacio de la restauración más que avanzar en un tiempo (T), requiere desplegar un volumen creciente que llena el pasado, el presente y el futuro. Es una expansión con el poder de actuar en actuar en T y -T. De esa forma cada santo puede rememorar los anales de sus propios Zeniff. Sacar a luz esos registros, y conocer a aquellos devorados por la desmemoria y entonces: admirarse, asombrarse, pensar, condolerse y agradecer.
Ese poder efectivo de evocación fue entregado en Kirtland, el 3 de Abril de 1836.
De esa forma la plenitud del evangelio es una plenitud también de su forma. Está vinculado más a las esferas que a los mundos planos como el nuestro. A los giros eternos que a las rectas. Al igual que la verdad «…es independiente para obrar por sí misma en aquella esfera en que Dios la ha colocado» (DyC 93:30) La restauración, perteneciendo a las esferas, también lo es y por eso su geometría entraña cierta dificultad si no consideramos el ángulo de la fe.
Por eso para el que tiene fe en Cristo, el círculo de la muerte no es el final de una vida plana. Para el que tiene fe, la muerte es la prueba de la curvatura de un plan de salvación esférico.
«Y acaeció que Éter profetizó al pueblo cosas grandes y maravillosas, las cuales no creyeron, porque no las veían.» (Éter 12:5)
El espacio en la restauración.
En el sueño de Lehi, todas las distancias y sus caminos, tienen como referencia el árbol de la vida. Es el meridiano de posición y tiempo de sus personajes. Incluso el gran y espacioso edificio, aun cuando a gran altura sobre la tierra, está frente al árbol. A una distancia donde se adivinan las poses, no las palabras, de sus inquilinos.
Aquellos que abandonan el perímetro del árbol o el evangelio, están fuera. Pero no son ajenos. Aun cuando quizás no sean conscientes, el sextante del alma calcula constantemente su deriva del fruto del árbol. Su posición siempre será en referencia a Cristo y al amor que derrama y que una vez probaron. Como un grillo en la noche recordará aquello deseable para ser feliz.
Personalmente, alejado como estoy de la rectitud invertebrada de mi juventud, se me dificulta cada vez más jactarme de algo. Obligado en muchos aspectos a ser humilde o a parecerlo, considero a los ausentes, mis conciudadanos en Sión. Quizás en la periferia de la actividad, pero con aquellos que toman su distancia de la costa teniendo a Cristo como referente.
Los que cruzaron el río
Otros, que cruzaron el límite y entraron en el edificio, después de probar el fruto. Esos que señalan con dedo de escarnio a los que antes fueron sus condiscípulos. Encallados en las espaciosas estancias del mundo, muestran la equivalencia métrica que hay entre el escarnio de sus gestos y la distancia hasta su antigua herencia en Israel.
Por lo tanto, la latitud y longitud de todos nosotros está centrada en Cristo para el resto de nuestra vida. Y todas las emociones y cálculos, incluso los hostiles, parten de él como rosa de los vientos. Y así como la historia del mundo tiene como centro su nacimiento. Toda nuestra biografia será un antes de conocerlo A.C. y un después de probar su fruto D.C. Por lo que aún los rebeldes se guiarán por ese momento en que aceptaron el especial calendario de su presencia.
Por eso, aun el escarnio testifica de la fuente de toda justicia.
La expansión
A medida que se expande la restauración, en el espectro visible y en el invisible, hacia el futuro y hacia el pasado, vivimos un evangelio más extenso. No vivimos el evangelio desde un sector, ni desde el dia que lo aceptamos. Lo hacemos en su totalidad.
Desde nuestra posición observamos cómo sus fronteras se alejan de nuestra creencia local. Vemos cómo entra en conflicto con mundos que creíamos ajenos y tememos por su integridad. Al pensar que es nuestro, creemos que la
solidez de sus fronteras tiene que ver con nuestras creencias. Pero la restauración es una criatura, obra de sus manos, «clara como la luna, resplandeciente como el sol e imponente como un ejército con sus pendones.» (DyC 5:14)
Al igual que el observador de un universo en expansión, vemos en el pasado de la iglesia y del cosmos sucesos que no comprendemos. Nebulosas de polvo que ocultan la luz, Singularidades ajenas a las leyes de nuestro momento. Nos causan desazón. No obstante al igual que el astrónomo espera una explicación futura, el creyente, confía en conllevar la incertidumbre por tal de seguir admirándose de aquello que «…brilla, que [lo] alumbra, [que] viene por medio de aquel que ilumina [sus] ojos, y es la misma luz que vivifica [su] entendimiento],» (DyC 88;11)
Así, soportando la duda y lo incomprensible, el discípulo aumenta el alcance del ojo de su fe, escudriñando las profundidades de un evangelio expansivo. Que obedece a un plan y no a nuestros prejuicios.
Llenar la tierra
Por lo tanto, llenar toda la tierra, requiere ampliar el corazón para poder amar y comprender «Y también [ver] a sus habitantes; y que no [haya] una sola alma que no [veamos]; y discernirlos por el Espíritu de Dios; y grande [es] su número, sí, incontables como las arenas sobre la playa del mar.» (Moisés 1:28)
Distinguir a los hombres como hizo Moisés, requiere abandonar el espíritu local, de un evangelio plano. Esas dimensiones pasadas, enseñadas por un dios menor.
Nuestra navegación
Navegar es soltarse, confiar en las estrellas y el Sol. Confiar en la guia y no en los temores. Ningun buen marino ha temido el horizonte.
La restauración del evangelio nos propone un mapa extraño. Nos manda buscar un reino que no existe en nuestro mundo. Entender ese mapa, requiere emplear nuevas palabras como fe, esperanza, testimonio, espíritu. Palabras proscritas en el mundo plano. Hemos de soltar las amarras de cierto sentido común de uso cotidiano. Este sentido nos proporciona todo lo necesario para vivir en este mundo.
Sin embargo los santos dan «…al César lo que es del César y a DIos lo que es de Dios» siendo que ambos están en mundos distintos, para hacer esto se requiere curvar nuestra mente de forma que «estamos en el mundo pero no somos del mundo» adquiriendo en ese proceso la flexibilidad de un árbol más que la rigidez de un espacioso edificio. Ya Él nos enseña que su camino es recto con un «giro eterno«.
Esas torsiones en nuestro lenguaje y entendimiento nos ayudan a nacer de nuevo. A nacer y emular su voz y adquirir su entendimiento. Por eso sin una prueba de la fe, ésta se mineraliza en creencias muertas.
La geometría del evangelio
Recibir su evangelio requiere «preparar la mente de los hijos de los hombres, o sea, preparar sus corazones para recibir la palabra» (Alma 16:16). Moisés «…claramente enseñó esto a los hijos de Israel en el desierto…mas endurecieron sus corazones » (DyC 84:23-24) El esfuerzo por preparar la mente del pueblo fue constante, casi se necesitó un octavo día de la creación para separar la luz de las tinieblas en la mente de Israel.
Un cambio parecido se produjo en la mente del ser humano para concebir un tierra esférica. En el año 280 A.C. Eratóstenes se preguntó por qué el 21 de Junio a la misma hora los objetos no proyectan sombra en Sienne y sí en Alejandría a 790 Km. Así Eratóstenes, estaba en el mundo, pero no era de ese mundo. El veía en las sombras una luz que manifestaba misterios escondidos.
Enfrentar el pensamiento de Eratóstenes con una mentalidad plana produce interrogantes como: Si la tierra es una esfera. ¿Por qué no se caen los que están bajo de mí?
Se necesita una matemática especial para entenderlo. De la misma forma aquellos que se acercan al evangelio con una mente plana y local preguntan: si Dios existe ¿Por qué permite el mal en el mundo? y así permanecen con sus horizontes, y en sus supersticiones. Pensando que después de la frontera de la muerte, caeremos en un abismo oscuro donde no existe nada.
¿Conocía usted esta antigua leyenda estimado lector?
Preparar la mente, para recibir la palabra por tanto, requiere estar dispuestos a curvarnos. A estar en el mundo y no ser del mundo. A ser habitual visitante de la fe y la razón. Y en esa línea, adquirir la tensión necesaria para buscar un reino que no es de este mundo.
Escudriñando el mundo
Los santos de los últimos días, estando en el mundo, debemos esforzarnos en mirarlo correctamente.
Debemos a Kant, la lucidez de su pensamiento cuando nos dice
«Dos cosas llenan el ánimo de admiración y respeto, siempre nuevos y crecientes… el cielo estrellado que está sobre mí y la ley moral que hay en mí» (Crítica de la razón práctica). Y dando testimonio nos dice «Así como una cara es bella porque revela el alma, así el mundo es bello porque a través de él se ve un Dios».
Debemos recordar las palabras de Alma:
«…¿qué evidencia tienes de que no hay Dios, o de que Cristo no va a venir? Te digo que no tienes ninguna salvo tu propia palabra únicamente.» (Alma 30:40)
Entender el mundo y la avanzada geometría del plan de salvación, requiere intrepidez. La que tuvo Alma ante los potentes razonamientos de Korihor. Cuando éste demanda una señal, Alma le contesta
«…todas las cosas indican que hay un Dios, sí, aun la tierra y todo cuanto hay sobre ella, sí, y su movimiento, sí, y también todos los planetas que se mueven en su orden regular testifican que hay un Creador Supremo.» (44)
Así como Eratóstenes, Alma ve en las sombras, la luz de misterios escondidos. Esta dispensación se desenvuelve en un mundo plano, donde el pensamiento se vuelve cada vez más uniforme. Los mismos mitos que hubo en el pasado vuelven ahora con otros ropajes.
La geometría del evangelio eleva a los santos de esa perspectiva. Nos enseña a curvar nuestra mente para entender la avanzada geometría del que camina recto en un giro eterno.
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