Hace unos días hablaba con el primer consejero de mi estaca, Julio Corrado. Ambos llegamos a la conclusión de que la influencia del Espíritu Santo, la mayoría de las veces, es tan suave que no lo notamos.
Estuve pensando en esto durante un tiempo y me vino a la mente la imagen de un rio, una corriente en el mar o en la atmósfera superior. A veces entramos en ellas sin darnos cuenta.
«…nos hicimos a la mar; y fuimos impelidos por el viento hacia la tierra prometida.» 1 Nefi 18:8
Son esas corrientes en quienes confiamos, las que nos llevan a nuestros destinos prometidos.
El Espíritu Santo testifica del Padre y del Hijo, pero también sopla en el mundo, mueve sus aguas y propone a nuestra vida su influencia mediante rutas que no vemos en nuestra toma de decisiones.
Mientras seguía la sugerencia del Pte. Nelson de estudiar las referencias en las escrituras sobre Cristo que hay en la guía temática, encontré una escritura. Es muy conocida por todos, pero hoy nos detendremos, en Teáncum, a notar sus oscilaciones, sí, el flujo de sus palabras en nuestra mente. Tal como lo notamos cuando sumergimos nuestras manos en el mar, entre nuestros dedos fluye la fuerza invisible que existe bajo sus olas.
El nacimiento de Jesús.
Los dos evangelios que sitúan su nacimiento en Belén son el de Mateo y Lucas. Hay una posible incongruencia en el de Lucas, ya que sitúa el censo con el gobernador Publio Sulpicio Quirinio o Cirenio como le llama Lucas. Este censo fue efectuado en el año 6 DC. mateo sitúa el nacimiento de Cristo con Herodes el grande, que murió en el año 4 AC, esto lo sitúa 9 años antes del censo.
Sin embargo en la lápida de Quirinio, menciona que fue Legatus dos veces, por lo que es posible que hubiese una estima de la población realizada antes.
En el desarrollo de este artículo daré por buena la versión de Lucas.
Uso en este artículo algunos planteamientos de Sean Carrol en su libro «Desde la eternidad hasta hoy» donde estudia la naturaleza del tiempo.
El viaje
A fin de ser empadronados, viajan hasta Belén, que es la ciudad de David. José era descendiente del rey David. Confluyen en ese momento situaciones dispares como una orden de empadronamiento, ir a Belén, el estado avanzado de María, la decisión de que ella lo acompañara. Además detalles que no conocemos, quizás tener propiedades en Belén o beneficios fiscales de empadronarse como familia.
José y María anduvieron aproximadamente 120 Km desde Nazaret hasta Belén. Ningún evangelista habló de una mula o un pollino para María, pero es de esperar. Jesús nació en Belén, no en una población anterior o en el páramo.
Todos estos detalles desembocan en un establo, donde nace Jesús, en la ciudad de David en cumplimiento de las profecías
«Mas tú, Belén Efrata, pequeña para estar entre los millares de Judá, de ti me saldrá el que será gobernante en Israel; y sus orígenes son desde tiempos antiguos, desde los días de la eternidad….
Y él se levantará y apacentará con el poder de Jehová, con la grandeza del nombre de Jehová su Dios; y permanecerán, porque entonces él será engrandecido»
Miqueas 5:2,4
La «fotografía» del nacimiento del Salvador, para los participantes, surgió por efecto del azar. Sin embargo, es una composición inteligente, la reunión de hechos aislados que juntos componen una escena profetizada. No me imagino a José pidiendo a María que no dé a luz hasta llegar a Belén porque hay que cumplir una profecía. Ellos tenían sus velas desplegadas en la corriente del Espíritu Santo y no sabían que empadronarse en Belén era una de las etapas.
A diferencia, las fotografías que tenemos de nuestro pasado, no son fruto del azar, sino de la intención premeditada de conservar un recuerdo construido de forma intencionada.
Encontrando la aguja en el pajar
Una vez situados en Belén, con Jesús empadronado en el censo como descendiente de David, podemos interpretar esa escena de muchas formas. Otros niños nacieron esa noche en esa ciudad descendientes de David y no necesariamente eran el mesías.
Sin embargo encontramos el sentido de un suceso cuando lo encadenamos desde el pasado a lo que ocurre en el futuro.
En la imagen superior, extraída del libro de Carrol por cortesía de Jason Torchinsky, vemos que el estado actual de esa noche en Belén o macroestado actual, podría interpretarse de muchas formas, pero solo hay una que lo conecte con la profecía de Miqueas y es reconocer a Jesús como el Mesías.
Pero esa explicación, es temprana y todavía está por confirmar. A medida que pasa el tiempo las siguientes imágenes de Jesús sanando a enfermos, resucitando a muertos, clavado en la cruz o resucitando al tercer día, confirman la trayectoria escogida en Belén.
Cada hecho por sí solo no reconstruye al Mesías, pero la elección de nuestra parte de reconocerlo como tal, saca la aguja del pajar, del mar de hechos dando a todo un sentido claro.
La vida del Salvador no es una conjura de los hechos para forzar una explicación que cumpla una profecía. La urdimbre de su vida se teje con naturalidad porque el Salvador pertenece a los nacidos del Espíritu.
Caifás
Si Caifás, esa noche, hubiese tenido un acto de lucidez y hubiese liberado a Cristo de la muerte, toda la cadena estaría rota y quizás Jesús habría seguido en el pajar de la historia solo como algo interesante que ocurrió en Judea.
Sin embargo Caifás, sin saberlo, formaba parte de una corriente de hechos invisibles al ojo. Cuando Jesús resucitó a Lázaro, saltaron todas las alarmas en el sanedrín. Había que hacer algo con ese galileo, pero no sabían qué. Caifás toma la iniciativa.
«Entonces Caifás, uno de ellos, sumo sacerdote aquel año, les dijo: Vosotros no sabéis nada,
ni pensáis que nos conviene que un hombre muera por el pueblo, y no que toda la nación perezca.»
Juan 11:49
Es la misma respuesta que recibió Nefi al negarse a matar a Labán.
«Es mejor que muera un hombre a dejar que una nación degenere y perezca en la incredulidad.»
1 Nefi 4:13
Una misma respuesta para dos situaciones opuestas. Juan toma las palabras de Caifás por profecía y no por un comentario acalorado.
«Mas esto no lo dijo de sí mismo, sino que, como era el sumo sacerdote aquel año, profetizó que Jesús había de morir por la nación;
y no solamente por esa nación, sino también para reunir en uno a los hijos de Dios que estaban dispersos.»
Juan 11:51
La corriente del Espíritu Santo, que cruza la historia, succiona hasta aquellos que bracean contra ella. Caifás, como sumo sacerdote, profetiza horas antes de que el velo del templo se rasgue y antes de que termine su llamamiento como sumo sacerdote. Sus palabras se cumplen aunque en un sentido distinto a su intención.
La línea que une a Miqueas, Belén, Jesús, Caifás y cientos de hechos más, va componiendo una imagen clara y nítida desde el pasado hasta la vida de cada uno de nosotros, porque somos un punto más de la escena de su salvación.
Los filamentos de las profecías llegan hasta un hombre con un cántaro que les llevó a un aposento alto para la última cena Marc. 14:13. A los dueños de un pollino que esperaban una frase Mat. 21:3. A un pez con un estatero en su interior Mat.17:27. Una mujer impelida por ese viento, que no sabes de dónde viene y a dónde va, derrama una frasco de nardo puro sobre Jesús Mat. 26:7.
Hasta nosotros, estimado lector, somos parte de una corriente universal del Espíritu Santo que abarca toda la Tierra.
Las corrientes oceánicas y atmosféricas
Una de las corrientes marinas más famosas es la corriente del golfo. Se origina en el golfo de México y transporta aguas cálidas hacia el Noroeste. Llega a Groenlandia y se hunde para volver a latitudes ecuatoriales. Es un ciclo de movimiento continuo que transporta calor al Norte y recoge aguas frías hacia el Sur.
El origen de esta y otras corrientes oceánicas es variado pero principalmente la luz solar y la rotación de la Tierra.
De la misma formas hay corrientes del espíritu que conectan a la humanidad en el mar del tiempo. Son fruto de la interacción del plan divino con la rotación de la humanidad en sus edades y siglos. [La luz que parte de su presencia hasta llenar la inmensidad del espacio] DyC 88:12, se arremolina entre nosotros creando grandes corrientes de conocimiento, de inspiración. En ella somos impelidos hacia una tierra prometida.
«No te maravilles de que te dije: Os es necesario nacer de nuevo.
El viento sopla por donde quiere, y oyes su sonido; pero no sabes de dónde viene ni a dónde va; así es todo aquel que es nacido del Espíritu.» Juan 3:8
Las obras de Dios soplan en la historia a través del tiempo, oímos su sonido pero perdemos el hilo de su origen y destino. Los que aceptan su corriente, se embarcan en el movimiento misterioso de sus obras. Sólo podemos encontrar su rumbo poco a poco a medida que estudiamos y meditamos. Por eso los nacidos del Espíritu, se mueve en los modos y tiempos de sus corrientes. Para el mundo son locura, no obedecen a los caminos que buscan los beneficios inmediatos de este mundo.
Aquellos que viesen el caminar de José y María hacia Belén, solo percibirían el movimiento de población que activó la orden de empadronamiento de César. Sin embargo, había una corriente más profunda que venía del pasado y pocos sabían de dónde venía y a dónde iba.
El Espíritu Santo tiene su propia atmósfera y sus corrientes que comunican la voluntad de Dios a través del tiempo y continentes.
Mi yugo es fácil y ligera mi carga
El judaísmo en la época de Cristo era semejante a una barca de remos. Había que esforzarse reciamente para avanzar. Digamos que su rumbo iba contra la propia vida. Por eso el Salvador dijo:
«El día de reposo fue hecho por causa del hombre, y no el hombre por causa del día de reposo.»
Marcos 2:27
Es como estar en la corriente del Golfo ascendente y empeñarse en remar hacia el Sur.
Sin embargo el Salvador enseñaba:
«Porque mi yugo es fácil y ligera mi carga.» Mat. 11:30
Y esto es así porque el evangelio es la corriente natural de la existencia. Tal como la del golfo o el Niño o la de Alaska o la de Antillas. La doctrina de Cristo requiere más bien que remos y fuerza, un timón. Por eso Nefi solo necesitaba el viento y una brújula.
José y María iban hacia Belén en la corriente profética donde eligieron vivir. No tuvieron que debatirse en grandes cuestiones, simplemente su forma de vida y su fidelidad, orientaron sus decisiones en la dirección correcta.
En cierta forma nos adelantamos al experimentar esa corriente que nos impele hacia
«…un dominio eterno, y sin ser compelido fluye hacia nosotros para siempre jamás.» DyC 121:46
La influencia del Espíritu Santo
Si al final de nuestra vida, al llegar a esa ciudad que se vislumbra al fondo, pudiésemos repasar todo el viaje, veríamos algo que podría resumirse así.
«Y sabemos que para los que aman a Dios, todas las cosas obrarán juntamente para su bien, para los que conforme a su propósito son llamados.» Rom. 8:28
Aquellos que deciden encauzar su vida conforme al evangelio, entran en la gran corriente del Espíritu Santo. A menudo deseamos experiencias especiales, y a veces las recibimos. Pero el viaje suele ser casi imperceptible, a menudo simplemente no notamos nuestro movimiento en la senda del espíritu.
«…así como los lamanitas fueron bautizados con fuego y con el Espíritu Santo al tiempo de su conversión, por motivo de su fe en mí, y no lo supieron.»
3 Nefi 9:20
No obstante, un cuidada observación de lo que nos rodea, nos mostrará la apacible guía del Espíritu Santo.Muchas turbulencias han sido dejadas atrás sin nuestro conocimiento. Muchos peligros y amenazas desactivados a veces ante nuestra vista. Muchas alegrías han sido fruto de su corriente espiritual pero no lo supimos. Tribulaciones superadas milagrosamente y sentimientos de gratitud que afloran por sorpresa arrastrando palabras de alabanza. En un mar turbulento a veces olvidamos el valor de la tranquila paz del hogar.
Una vez que estás en la corriente del Espíritu Santo, pierdes sensación de movimiento, te parece todo natural. Pero si perdiéramos de golpe su influencia, su sostén, notaríamos el cambio de rumbo y la necesidad de remar fuertemente para perseguir la felicidad o la paz.
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Una brisa desde Jericó
Siguiendo la invitación del Pte. Nelson de leer las referencia de Jesucristo en la guía temática, me encontré con el relato de los dos ciegos.
«Entonces, saliendo ellos de Jericó, le seguía una gran multitud.
Y he aquí dos ciegos estaban sentados junto al camino, y cuando oyeron que Jesús pasaba, clamaron, diciendo: ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!»
Mat. 20:29
Estaban juntos y los imaginé de niños jugando a ser pescadores. Hacían barquitos de madera y los echaban a los arroyos. Crecieron y construyeron una balsa de troncos para ir al mar muerto, querían practicar allí. Su ilusión era trasladarse a Tiberiades y tener su propio barco de pesca.
Querían impresionar a Carmen y a Catalina, sus amores secretos. Presentarse ante ellas como propietarios de su negocio y no simples jornaleros.
Corrían al campo cuando había tormentas para aclimatarse a las tempestades repentinas de aquel lago. Su padres los miraban con pena y movían la cabeza…sueños de niños.
Pero a los catorce años ambos contrajeron tracoma. En pocas semanas estaban ciegos.
Todo se acabó para ellos, eran una carga. Les dijeron que su ceguera era fruto de sus pecados o los de sus padres. Nada tenían que ofrecer a Carmen y Catalina. Ni siquiera llegaron a hablar con ellas. No podían comprar ni un pichón para sacrificio en el templo.
Cuando ese día oyeron ruido de gentes y supieron que era Jesús, comprendieron que era su única esperanza. Gritaron ¡Señor, Hijo de David, ten misericordia de nosotros!» pero el gentío apagaba sus gritos. Les recriminaron gritar con esas voces tan estridentes, peros nacían de la desesperación, salían de sus bocas con palabras trastabilladlas, del que con prisas tropieza al andar.
Pero ellos conocían la sequedad del mundo, sabían que no había esperanza para ellos. Estaban sentados en el camino y eran menos que el polvo levantado al paso. Solo Jesús podía tener misericordia de ellos.
La comitiva había pasado ya de largo y ellos se esforzaron más, se perdía para siempre la oportunidad de vivir.
Pero en la oscuridad lo oyeron
«Y, deteniéndose Jesús, los llamó y les dijo: ¿Qué queréis que haga por vosotros?
Ellos le dijeron: Señor, que sean abiertos nuestros ojos.
Entonces Jesús, teniendo misericordia de ellos, les tocó los ojos…»
Mt. 20:32
En ese momento el milagro ya se produjo. La misericordia es el primer milagro, siempre precede nuestra petición. En ese momento vemos que Jesús conocía a Carmen a Catalina, sus padres, la balsa de troncos, las escapadas a las tormentas, las ilusiones infantiles y la pérdida de la esperanza. La soledad y la miseria.
Su poder nunca salió sin antes conmoverse sus entrañas.
Todos nosotros, sentados en la orilla del camino, todos somos ciegos. Todos necesitamos su misericordia.
Sentado en el patio, en una mesa de jardín emulando al Pte. Nelson, subrayé este versículo y lo di por leído.
«…y al instante mis ojos recibieron la vista…»
Hermoso como escribe
Gracias por compartir su gran talento
Bendiciones
Gracias Violeta, sin lectores no hay nada, solo silencio