sábado, febrero 1, 2025
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La salvación de Cristo y el pensamiento indignado

Por eso el hombre natural opta por erradicar sin comprender, por condenar sin instruir su juicio y considera la salvación de Cristo el consuelo de los pobres de espíritu

Cuando leemos las bienaventuranzas en Mateo 5, estamos ante la carta magna de la salvación de Cristo. Para nosotros es familiar, aunque no seamos creyentes, porque el sistema de bienestar en nuestra cultura, se basa en esas bienaventuranzas.

Pondré un ejemplo. La epidemia de peste del año 165, se le llamó la peste Antonina, coincidiendo con el reinado de Marco Aurelio. Esta epidemia acabó con 1/4 de la población de Roma. El comportamiento abnegado de los cristianos hacia los enfermos, a costa de su propia seguridad, contrastaba con el de los paganos, que abandonaban a sus enfermos y familiares. De hecho Galeno, el famoso médico de la antigüedad, abandono Roma y se refugio en su casa de campo. La sociedad romana no tenía la más mínima dificultad en ignorar y orillar a los débiles o desfavorecidos.
salvacion de CristoEsto se repitió en todas las epidemias siguientes. El emperador Juliano (330-363) comentaba lo paradójico de la situación

«Creo que cuando los sacerdotes descuidaron y pasaron por alto a los pobres, los impíos galileos se percataron de ello y se entregaron a la caridad. Los impíos galileos no solo sustentan a sus pobres, sino también a los nuestros. Todos pueden ver que nuestra gente carece de ayuda nuestra.» (biteproject)

Este embrión cristiano de la sociedad del bienestar no se inicia en Roma sino en un monte de Galilea. El sermón del monte es el germen de valores como la solidaridad intergeneracional, la atención a los más desfavorecidos o la igualdad entre los seres humanos. Sin embargo, la mayoría de los países de origen judeo-cristiano ha olvidado que la genealogía de nuestro bienestar procede de Jesucristo. Aun cuando su reino no es de este mundo Él es

«…la luz que brilla, que [nos] alumbra, viene por medio de aquel que ilumina [nuestros] ojos, y es la misma luz que vivifica [nuestro] entendimiento» (DyC 88:11)

Al igual que aquellos leprosos limpiados, pocos agradecen la salvación que Cristo da.

El placer de la indignación

Nuestro mundo, que busca el bienestar anhelosamente, destierra el dolor y la muerte como anomalías de la existencia. Por eso, el hombre natural, no busca un plan de salvación sino uno de erradicación. En su empeño por empujar esa pesada roca, tal como Sísifo, no se da cuenta que el problema es la pendiente en su contra, no la roca. Por eso nunca termina de calmar su sed «como un sediento que sueña; y he aquí, bebe, pero cuando despierta, está desfallecido» (2 Nefi 27:3)El dolor y la muerte son parte del tejido de la realidad tal como lo es la gravedad o el tiempo. No podemos erradicarlos de nuestra vida.

El Salvador

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Salvar es «librar de un riesgo o peligroponer en seguro» (RAE) y erradicar es «arrancar de raíz» (RAE) es decir eliminar o suprimir una cosa de manera completa.
Para los muy optimistas, como yo, creemos que en el futuro podremos viajar en el espacio perforándolo o curvándolo. Sin embargo, no podremos erradicarlo porque su pendiente o naturaleza «no ha sido creada ni hecha ni lo puede ser» (DyC 93:29) por eso podremos salvar sus distancias pero no erradicarlas.

Por tanto las voces indignadas hacia Dios por no erradicar la injusticia, son un torpe descalabro del pensamiento que empuja las palabras en contra de la pendiente de la vida. Por eso resistirse a la realidad es como hacerlo ante una ecuación. Acusar a Dios por la muerte y el dolor en la vida es como culpar a las matemáticas por la suma de injusticias en el mundo o la de nuestros años hacia la vejez.
El dramaturgo David Mamet observa en una entrevista esa actitud

«Nadie se siente más poderoso y seguro de sí mismo que cuando está en pleno ataque de rabia indignada»

Cierto que la indignación acompaña a menudo al que reclama en justicia. Pero no es prueba de su razón ni de lo adecuado de su demanda. Por eso hoy día, expresar indignación hacia las condiciones del plan de Dios, se considera probatorio de su inexistencia o de su ineficacia. No hace falta instruir esa causa de razones, basta con las emociones.

El hombre natural

Por eso el hombre natural opta por erradicar sin comprender, por condenar sin instruir su juicio y considera la salvación de Cristo el consuelo de los pobres de espíritu. Indignado, con voz campanuda y puño cerrado mira al cielo y reclama la justicia que no pagó, el rescate que no ejecutó y… más interés por los de aquí abajo. Sí, con reproche, ante aquel que sangró por cada poro, pago hasta el último cuadrante y descabalgó de su montura diciendo al mesonero «Cuídamelo; y todo lo que gastes de más, yo te lo pagaré cuando vuelva.» (Lucas 10:35)

Así que, el hombre natural solo lee y habla en mayúsculas, por eso si se le pregunta «¿Comprendes la condescendencia de Dios?» (1 Nefi 11:16) no dejará de gesticular como los del edificio grande y espacioso donde abunda el estrépito y las risotadas, más bien «prorrumpe en palabras muy altaneras» (Alma 30:31) y fácilmente pedirá

«Si me muestras una señal para que me convenza de que hay un Dios, sí, muéstrame que tiene poder…» (43)

Siempre tras el poder y una señal, nunca le interesa la inteligencia del plan divino. Ante eso solo podemos decir

«¡Mira, y ve la condescendencia de Dios!» (26)

Las demandas de la justicia.

Las afinadas palabras de las escrituras requieren que afinemos nuestro oído, porque aunque se leen, en realidad se escuchan. La tensión de sus cuerdas, al tocarlas con el arco de nuestro entendimiento, emiten notas, a veces inaudibles.

«…la misericordia tiene compasión de la misericordia y reclama lo suyo; la justicia sigue su curso y reclama lo suyo; el juicio va ante la faz de aquel que se sienta sobre el trono y gobierna y ejecuta todas las cosas.» (DyC 88:40)

Este versículo se mueve con fineza en dos trayectorias arqueadas y paralelas sobre nosotros, una junto a otra. Muestra claramente una distinción entre instancias de poderes. Vemos que la justicia, en su curso de demanda, y a la misericordia, en la persona de Jesús, hacer lo propio. La justicia de los cielos, demandante, es externa a Dios y ésta reclamó lo suyo en Getsemaní, donde el Padre no era interviniente. Pero el juicio para nosotros y su procedimiento, es construido por el Padre y pactado entre Él y los demandantes de justicia o toros de Basán. No es nada fácil haber sacado agua de esa peña como hizo el Padre Celestial a través de Jesus, el Moisés que golpeo la peña increada y la quebró sacando misericordia de lo completamente seco.

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Pues bien, muchos reclaman a Dios que demuestre «un poco de humanidad» y que lo haga prevaricando al dar o quitar lo que no es por ley.
Hablando a José Smith, el Señor le dice:

«¿Y te señalaré algo, dice el Señor, que no sea por ley, tal como yo y mi Padre decretamos para ti, antes de que el mundo fuese?» (DyC 132:11)

No entienden que el poder divino es una construcción sobre su honra, un delicado equilibrio entre su voluntad y los poderes increados.

Hay dos espíritus, y uno es más inteligente que el otro; habrá otro más inteligente que ellos; yo soy el Señor tu Dios, soy más inteligente que todos ellos. (Abraham 3:19)

No leemos más poderoso que el otro, sino más inteligente. Sin embargo el mundo juzga a Dios como a una potencia sin controles, no como una inteligencia superior. Todo el andamiaje para salvar al hombre de la muerte y el pecado, obedece a una estrategia legal inteligente no a un poderoso golpe contra la legalidad

Si todo fuese cuestión de poder no habría sido necesario la estrategia legal que vertebra el plan de salvación. Si mis hijos estuviesen cautivos en algún país sin garantías, donde no hubiese leyes justas y si yo tuviese el poder absoluto de salvarlos sin tener que rendir cuentas a nadie, no me entretendría en tejer una defensa legal que no encajaría en un lugar rudimentario y sin ordenamiento jurídico, donde incluso requiriese la muerte de mi primogénito. ¿Para qué dar esos rodeos? iría al grano.

Bien, pues eso es lo que el mundo demanda a Dios, si existe que vaya al grano. Pero ir al grano tanto en el cielo como en la tierra, en esta cuestión, es destruir los mecanismos y procedimientos que componen la justicia. Si eso sucediera, lo hiciera quien lo hiciera, pasaría lo siguiente:

«La luz y la verdad desechan a aquel inicuo.» (DyC 93:37)

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El Padre es omnipotente por su inteligencia y compasión no por su logística ya que ésta «no fue creada ni hecha, ni tampoco lo puede ser.» (DyC 93:29) le honran y obedecen porque usa su poder «conforme a los principios de la rectitud» (121:36) de ahí que es el más inteligente (19) Pero este razonamiento es despreciable para el hombre natural, quien solo confía en la potencia de fuego.
El mundo le exige justicia a Dios como el que pide más potencia a un motor. Esa falta de oído musical nos priva de la delicada sinfonía de los acordes de sus dedos, aquellos que pulsan las cuerdas del Cosmos.
Esa falta de oído nos oculta nuestra verdadera situación, que no somos demandantes de justicia sino los acusados. Por lo tanto aquellos que braman indignados…

«¡Quién diera que callarais del todo, pues eso os sería contado por sabiduría!» (Job 13:5)

El origen de la justicia arcaica

En nuestro siglo es común tener una visión pixelada de la realidad. Eso nos hace perder la visión de conjunto. Como aquellos que señalaban con un dedo lo que abarca más que el horizonte.

Tal como el Universo se expandió a partir de un punto, la justicia de los cielos, anterior a todo, era singularmente simple. Regulaba comportamientos simples y con «sentencias» de 1 y 0. Por ejemplo, en el interior de una estrella, ocurre esta reacción.

4He + 4He ↔ 8Be
(Dos núcleos de Helio4 o partículas se fusionan y forman uno de Berilio8
8Be + 4He ↔ 12C + γ + 7,367 MeV
El Beriliose fusiona con otro de Helio4 dando lugar al Carbono12 y radiación Gamma(γ) con una energía de 7,367MeV

En Abraham leemos

«Y los Dioses vigilaron aquellas cosas que habían ordenado hasta que obedecieron.» (Abraham 4:18)

Esa vigilancia sobre lo ordenado no se refiere al anterior proceso triple alfa que como resultado da el Carbono12 del que estamos hechos usted y yo, estimado lector. Esa vigilancia se aplica a la creación de entidades más complejas que van albergando una vida cada vez más inteligente.

La jurisdicción que regula la mayor parte del Cosmos está en la justicia de los cielos y su curso. Exacta, automática, sin tolerancia e impersonal. Forma parte de las fuerzas y entidades eternas que así como la inteligencia, «o sea, la luz de verdad, no fue creada ni hecha, ni tampoco lo puede ser» (DyC 93:29)
El proceso triple Alfa que detallamos arriba, es un comportamiento regulado por esa justicia arcaica, que no ha sido decretada sino que existió siempre. Como humanos la percibimos en el comportamiento de la materia, nada que ver con el evangelio, sin embargo todo está en la misma caja.

No fue necesario la vigencia del evangelio cuando «la tierra estaba sin forma, y vacía» (Moisés 2:2) Todo el evangelio estaba replegado en la justicia de los cielos. La tierra, después de su conversión a la vida, «obedece la ley de un reino celestial, porque cumple la medida de su creación y no traspasa la ley;» (DyC 88:25)

Igual que el Universo se expandió, el plan de salvación se desplegó a partir de la justicia de los cielos,. En la medida que se requirió, fue manifestándose en las fuerzas que constituían su interior. Por eso a medida que avanzan las dispensaciones del evangelio se enriquece de contenido y conocimiento. De igual forma que el Universo en su expansión, alberga cada vez más variedad de elementos y objetos.

La caída

Nuestra caída en Edén fue como echar arena en un reloj. La solución es sacarla del mecanismo y arrojarla «a las tinieblas de afuera» (DyC 133:73) Así como, si quieres Carbono12 tienes que cumplir el procedimiento con una exactitud infinitesimal. Si quieres formar parte del reno de Dios tu comportamiento debe ser tan exacto como el atómico. Porque el Reino de Dios es la cúspide del Cosmos, lo más alto. Y el Cosmos tiene extrañas naciones que obedecen al Padre y le honran, pero no son esclavos sino aliados.

Nuestro comportamiento no es atómico sino humano. Infringimos leyes cada día. Cada vez desafinamos más en la sinfonía del Universo y acumulamos una causa creciente contra la justicia de los cielos, esa que sigue su curso, con total indiferencia hacia nosotros, buscando lo suyo. Por lo tanto la parte demandante solicita: Fuera esta arena de la maquinaria.
Pero esa arena son los hijos de Dios.

¿O qué mujer que tiene diez dracmas, si pierde una dracma, no enciende una lámpara, y barre la casa y busca con diligencia hasta hallarla?
Y cuando la encuentra, reúne a las amigas y a las vecinas, diciendo: Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido.
(Lc. 15:4)

Cuando leamos esto, ascendamos. Traspasemos lo cotidiano y veamos que las escrituras son fracciones de verdades más grandes.
El Padre Celestial tiene muchos hijos de salvación de otras creaciones (9 dracmas). La dracma perdida somos nosotros, estamos perdidos. El Padre enciende la lámpara que es su Hijo, que brilla en las tinieblas y no descansa hasta encontrarnos. Llegará el día en que diga en su reino a sus ángeles y naciones » Alegraos conmigo, porque he hallado la dracma que había perdido»
Y a Él lo acusan de indiferencia hacia nosotros ¿Pueden creerlo?

El gran tropiezo

Es necesario desentramar la arquitectura de sus palabras. Observar que todas sus bóvedas convergen en Cristo, la piedra angular de todo buen propósito en este mundo porque  «todas las cosas que son buenas vienen de Cristo; de lo contrario, los hombres se [hallan] caídos, y ninguna cosa buena [puede] llegar a ellos.» (Moroni 7:24) y esto es así antes que existiera el ser humano sobre la tierra, porque también alumbraba cuando «…la tierra estaba desordenada y vacía» (Gen 1:2)

El primer tropiezo para no apreciar la salvación de Cristo, es no percibir nuestros cargos y nuestra situación legal ante la justicia de los cielos, esa que «sigue su curso y reclama lo suyo». Esa legislación básica no ha sido creada y carece de atenuantes. De no creer en su existencia, estimado lector, puede comprobar que morimos y sufrimos y eso es cruel e injusto para seres con conciencia de sí y que  tienen constancia de lo eterno. Ambas cosas atormentan el alma que procede de entornos más acordes con su naturaleza.

También puede encontrar este tropiezo, escondido en los lamentos de muchos por lo injusto de la vida o lo injusto de Dios, por permitir el dolor en los inocentes, sin embargo no se vuelven a Cristo. Como digo, esa caridad indignada y disconforme, revela el curso de una justicia deseada, que sigue su curso, pero no desciende a sentenciar al que reclama lo suyo, a ese hombre abandonado.
Aunque sea una queja, a veces irreflexiva, se ve añoranza en ese vacío que expresa el alma por algo que existe pero no tiene. Y ese vacío es revelador si escudriñamos lo que se ve y lo que no se ve.

Treinta radios convergen en el centro de una rueda,
pero es su vacío lo que hace útil al carro.
Se moldea la arcilla para hacer la vasija,
pero de su vacío depende el uso de la vasija.
Se abren puertas y ventanas en los muros de una casa,
y es el vacío lo que permite habitaría.
En el ser centramos nuestro interés,
pero del no-ser depende la utilidad.
(Tao Te King   11 – 20 XI)

El testimonio en negativo de la salvación de Cristo que expresa el mundo, refleja la utilidad de asomarnos a lo terrible, a la duda y la incertidumbre en nuestra propia alma. Porque de ese vacío nace la fe y la esperanza. Se necesita cierto vacío en el alma, un no saber para hacer hueco y sembrar la semilla de la fe. Esta no se hincha ni brota si estamos ahítos de saber, por eso el velo nos protege del conocimiento y en ese vacío aflora la utilidad de la fe. Por eso, la incertidumbre ante el velo es una clase de conocimiento poco apreciado por aquellos del edificio.

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Bienaventurados

La palabra «bienaventurado» tiene un matiz distinto de «afortunado». Fortuna es (suerte) que viene hacia ti (ad). Bienaventurado es bene, (bien) ventura (las cosas que han de venir) anza (acción o agente) Entendemos así que la salvación de Cristo no es una suerte súbita sino algo que ha de venir hacia tí, quizás poco a poco, como rocío del cielo.

Aquellos que sufren esta orfandad de respuestas, que notan que el mundo es injusto. Aquellos que tienen hambre no solo de pan, estos son los mencionados en aquel monte.

«Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.
Bienaventurados los que lloran, porque ellos recibirán consolación. 
Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la tierra como heredad.» (Mt. 5:3)

Ellos son las minúsculas del mundo y el evangelio de Cristo, su salvación, ellos recibirán. Sin embargo el hombre natural intenta taponar todos los huecos del alma para evitar hemorragias de esperanza pero con la argamasa de la ira y la indignación gratuita.

Y les refirió una parábola, diciendo: Las tierras de un hombre rico habían producido mucho;
y él pensaba dentro de sí, diciendo: ¿Qué haré, porque no tengo dónde guardar mis frutos? Y dijo: Esto haré: derribaré mis alfolíes y los edificaré mayores, y allí guardaré todos mis frutos y mis bienes;
y diré a mi alma: Alma, muchos bienes tienes almacenados para muchos años; descansa, come, bebe, diviértete.
Pero le dijo Dios: Necio, esta noche van a pedir tu alma; y lo que has guardado, ¿de quién será?
(Luc. 12:16

La inconsciencia de ese hombre rico, que calmaba el hambre su alma con aquello que puede guardarse en un granero, es la mayor ignorancia en esta vida. El evangelio de Cristo y la restauración con su plenitud es la mejor asesoría para el hombre condenado a padecer la caída en este mundo.

La pendiente hacia la muerte y al dolor en la vida no va a desaparecer, porque no se puede erradicar sino solo salvar.

«Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido.» (Mt. 18:11)

¿Qué es lo que se había perdido? nosotros, el dracma. ¿De dónde se perdió? se perdió de la casa del Padre. ¿Cómo lo salvó? con «la luz y la vida del mundo; una luz que brilla en las tinieblas» (DyC 39:2)
Miles de millones han nacido vivido y muerto en esta tierra sin conocer a Cristo. Sin escuchar su evangelio.

La salvación de Cristo

Ficción que seguro debió ocurrir

Hace tres mil años, un artesano del barro llamado Selim, nació y vivió en un taller familiar de cerámica. Crio a su familia y enseñó a sus hijos en su oficio. Pero la guerra arrasó la paz y prosperidad de su familia, le quitó a todos ellos. El y su mujer Aisha se hicieron de una cabra y subsistieron a duras penas en la aflicción, fueron jornaleros hasta su muerte.
¿Qué valor tiene su vida? ¿Mereció la pena venir? ¿Fue significativa? ¿Encontraron sentido a su existencia?
Sus huellas desparecieron de este mundo a la semana siguiente de que ambos perecieran de una epidemia de cólera. Ni siquiera fueron sepultados por manos amigas sino arrojados a una fosa común. Aquella comunidad subterránea eran los olvidados, los perdidos del mundo.

«Porque el Hijo del Hombre ha venido para salvar lo que se había perdido.» (Mt. 18:11)

Ellos y sus hijos perdidos en la arena del tiempo, sus nombres mudos de los labios humanos. Sus rostros olvidados y disueltos en los espacios donde reían, cantaban y dormían. Sus nombres no han vuelto a pronunciarse.
Sin embargo creo escuchar.

«Me llamo Selim y mi mujer Aisha, nacimos de buenos padres. Vivimos en esta tierra y fui un buen artesano. Mis hijos los llevó la guerra. Fuimos felices y cantábamos en las fiestas y celebraciones. Tuve nietos, familia y amigos. Yo estuve aquí y lo hice bien. Tenéis que mirarme, me llamo Selim y mi esposa Aisha.»

«¿No se venden dos pajarillos por un cuarto? Con todo, ni uno de ellos cae a tierra sin saberlo vuestro Padre.
Pues aun vuestros cabellos están todos contados.
Así que no temáis; más valéis vosotros que muchos pajarillos.»
(Mt. 10:29)

Nadie quiere la muerte aunque peor es la desmemoria. Agradecidos que nos busquen como aquel dracma, de lo contrario sería peor que morir.

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