Para todos los que vivimos en esta tierra llegará un día en que partamos de ella. Algunos creen que hacia la nada y otros hacia una vida después de la muerte. En ambos casos es mejor llegar presentables, con nuestros vestidos limpios de la sangre de este mundo, dejando un lugar mejor del que recibimos.
Cuando tenia unos doce años, viviendo en Sevilla, un día caminando deprisa por la calle, al doblar una esquina tropecé con una chica de mi edad a quien miraba frecuentemente. En el encontronazo se desparramó en el suelo compras que llevaba a casa y llegué a besarla de forma involuntaria. Ella se apartó dolida y ofendida reprochándome lo que suponía que era algo premeditado. Debió ver mi cara consternada y mis balbuceos disculpándome mientras le ayudaba, entonces ocurrió algo que no olvidaré.
Me miró unos segundos, sonrió y siguió su camino. Yo seguí el mío y nunca más nos cruzamos, pero nunca olvidé esa escena.
Mis vestidos estaban limpios de provocar intencionadamente ese encuentro violento y casual, aunque reconozco que, no había otra manera de que algo parecido ocurriese.
Vivir en este mundo incluye dar y recibir golpes, manchar nuestras ropas es el resultado natural del gran mercado de la probación.
Nuestros vestidos
La vestimenta que usamos a diario es lo primero que contacta con el mundo que nos rodea. Ella da testimonio de nuestro empleo, nuestro clima, nuestro cuidado personal, la jornada y las compañías, nuestros accidentes y heridas. He llegado a casa con la ropa rota por caídas y manchada de sangre. Aun recuerdo cuando fumar no estaba prohibido en mi trabajo, como el olor a tabaco lo llevaba a casa.
En las escrituras se menciona a menudo la limpieza de los vestidos.
«…os he hecho congregar para que pueda limpiar mis vestidos de vuestra sangre, en este período de tiempo en que estoy a punto de descender a mi sepultura…» Mosíah 2:28
Llevar hasta nuestro descanso nocturno, al final de nuestra jornada, todo el bagaje que ensucia nuestro aspecto, no es ni elegante ni apropiado sean cuales sean nuestros hábitos de sueño o nuestras creencias sobre la muerte.
En la escritura anterior, el rey Benjamín, quiere asegurarse de esto en su ministerio, de haber hecho lo posible para que los errores de su pueblo no manchen sus vestiduras como gobernante, su honor y su honra en su última jornada. Y de esta forma participar en la presencia pura y sin mancha del Padre.
Vestidos de boda
«Y entró el rey para ver a los convidados y vio allí a un hombre que no estaba vestido de boda
y le dijo: Amigo, ¿Cómo entraste aquí sin estar vestido de boda? Mas él enmudeció.» Mt. 22:11
No entrar vestido de boda o sucio, es mostrar que no sabemos dónde estamos, o peor, saberlo y no corresponder a lo celebrado. En este caso la boda se celebra al final de nuestra vida, estar vestido de bodas es presentarnos limpios de toda mancha y no desordenados o sucios.
Salvo que busquemos las apariencias, cuando asistimos honestamente a bodas, aportamos el orden de nuestro aspecto como imagen de nuestra vida. En esa fiesta realizamos una pausa, todos nos miramos y reconocemos ese momento, nos vemos limpios y arreglados, decididos y satisfechos. Con nuestra asistencia engalanamos el entorno de los novios y su familia, mostrando respeto y testificando con nuestra presencia la acertada decisión de los esponsales.
Los vestidos de Benjamín son los nuestros. Aquellos que nos acompañan cada día de nuestra vida. La sangre de este mundo nos mancha en nuestra neutralidad ante el mal, nuestra inacción ante un mundo sin fe, nuestro silencio por miedo o nuestra voz de contienda.
En los cielos, junto a nuestro cuerpo, se nos proveyó de la túnica básica de la Casa de Israel. Al engalanar nuestros pensamientos nos vestimos con las ropas del sacerdocio y no con la ropa elaborada y fina del edificio grande y espacioso.
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La sangre de este mundo
Es inevitable ensuciar la ropa cuando trabajas en el jardín (yo le llamo jardín otros patio) Suelo tener una para ese trabajo, pero a veces me enredo en sus labores sin cambiarme y entonces…me ensucio.
Para vivir no nos cambiamos de ropa, es inevitable que nos manchemos con la sangre de este mundo y con la nuestra. En el gran mercado de la probación todos aportamos nuestras mercancías. El albedrío como motor, genera la circulación de nuestras acciones en ese libre mercado no intervenido. El resultado es la fricción de nuestra voluntad con miles de situaciones, unas veces para ganar otras para perder, para herir o ser heridos, pero nadie sale indemne.
Nefi se dio cuenta.
«Me veo circundado a causa de las tentaciones y pecados que tan fácilmente me asedian.
Y cuando deseo regocijarme, mi corazón gime a causa de mis pecados; no obstante, sé en quién he confiado.» 2 Nefi 4:18
Nefi define la sensación de estar inmerso en esa sustancia espesa de la probación, como circundado o rodeado. Para el efecto que produce en él, usa la palabra asedio. En un asedio se impide cualquier salida o movimiento de los asediados hacia fuera. El alma gime a causa de esa incapacidad de liberarse de las tentaciones y pecados cuya intención es ahogarla.
Si participamos en esa escena mediante la lucha, nos convertimos en asediadores de otros. La trampa está en hacernos creer que entrando en contienda conseguiremos vencer. Por eso Nefi dice «no obstante sé en quien he confiado»
Conocí hace años a una fiel hermana de nuestra estaca que me habló de esa lucha. Me dijo algo que no olvidaré «tengo la meta de en tres meses tener caridad por los demás»
Sin darse cuenta estaba enfrentando el asedio aceptando la estrategia del adversario, y esta consiste en admitir sus términos, en aprestarnos para la batalla.
Nuestro hombre natural es un hombre de guerra, gusta de las sensaciones fuertes. Su proceder envía al alma emociones fascinantes e intensas. Prefiere vencer a convencer, derrotar a acordar, despojar a tejer, la gloria de la victoria al silencio de la paz. Prefiere llevar la razón a compartir el conocimiento. Le exaspera aquellos que esperan el rocío del cielo cuando él puede zambullirse en el mar.
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La caridad es un brote no un injerto, no podemos introducirla en nuestra alma en tres meses ni en treinta años, porque eso requiere un planteamiento de contienda, de vencer y para eso se necesitan herramientas de guerra.
Sé en quién he confiado
Nefi no acepta los términos de ese asedio porque sabe que si lo hace, se derramaría su propia sangre.
«¡Oh Señor, envuélveme con el manto de tu justicia! ¡Prepara, oh Señor, un camino para que escape delante de mis enemigos!» 33
Por qué no pide: «prepara un camino para derrotar a mis enemigos» porque sabe que su verdadero enemigo está cosido a su alma, sus tentaciones y pecados y no puede luchar contra sí mismo. Eso sería conseguir caridad en tres meses, contra nosotros mismos, derramando nuestra sangre en nuestros vestidos.
Nefi sabe que sólo puede librarlo su Salvador, no su brazo. Eso le aleja de aquellos, que como Korihor, piensan:
«en esta vida a cada uno le toca de acuerdo con su habilidad; por tanto, todo hombre prospera según su genio, todo hombre conquista según su fuerza» Alma 30:17
Pueden sustituir «en esta vida» por «en esta iglesia» y quizás nos veamos a nosotros mismos, en algún periodo de nuestro discipulado. He observado esta misma idea plasmada a veces en nuestros deseos de perfeccionarnos, de conservarnos limpios del mundo. Deseos nobles y justos de los santos, como el descrito al principio, pero con estrategias equivocadas.
«Mas, ¿Quién de vosotros podrá, afanándose, añadir a su estatura un codo?» Mt. 6:27
Podríamos decir, quién de nosotros afanándose podrá adquirir caridad o liberarse del asedio que sufrimos todos junto a Nefi o mantener sus vestidos limpios de toda mancha.
Quizás parezca negativo, pero pensar así, no nos lleva a la inacción ni al fatalismo. En esa oscuridad aparente a los sentidos, accedemos a un idea más profunda de nuestra vida y discipulado.
Limpiar nuestros vestidos
Al ofrecer nuestra causa al Señor, al confiar en Él, mientras escuchamos el rugido de guerra a nuestras espaldas, realizamos un sutil ejercicio de desdoblamiento.
En Israel, quien presentaba con sinceridad su ofrenda ante el altar del tabernáculo, podía proyectar su vida en el holocausto, algo semejante a salir y observarnos en tercera persona. Realizaba así una lectura desapasionada de sus actos, consiguiendo un mayor conocimiento sobre las condiciones y posibilidades del asedio de su alma. Reconociendo que nada podía hacer él por sí mismo ya que dependía del altar.
«ninguno de ellos podrá, en manera alguna, redimir al hermano ni pagar a Dios su rescate porque la redención de su alma es de tan alto precio no se hará jamás» Sal. 49;7
Hay que preservar nuestros vestidos de las batallas inútiles y una de ellas es el afán en conseguir la perfección o resultados parecidos, entrar en batalla para conseguir la victoria sobre tal o cual cosa respecto al alma. Y aclaro esto que digo porque suena a extravío.
«…sí, purificad vuestro corazón y limpiad vuestras manos y vuestros pies ante mí, para que yo os haga limpios;
a fin de que yo testifique a vuestro Padre, y vuestro Dios y mi Dios, que sois limpios de la sangre de esta perversa generación» DyC 88:74
No hablo de luchar para terminar una carrera o sacar a flote un negocio que flaquea.
Para llegar al final, como el rey Benjamín, conservando nuestras vestiduras limpias dependemos del Salvador, por mucho que limpiemos nuestras manos y pies es él quien nos hace limpios.
La fuente
Como santos de los últimos días, creo que coincidirán conmigo en esto, «Nos vemos circundados a causa de las tentaciones y pecados que tan fácilmente nos asedian.» no necesariamente piensen en actos graves, pero sí en la constante erosión que el asedio de este mundo nos produce.
También creo que coincidirán conmigo que a veces «cuando deseamos regocijarnos, nuestro corazón gime a causa de nuestros pecados» Si no es su caso, lo felicito, estimado lector, pues es a usted a quien deberíamos de leer y no a Nefi.
La liberación de ese asedio, no está en nuestra victoria sobre el pecado, sino en su remisión. La victoria no nos pertenece a nosotros sino a aquel que venció el asedio en Getsemaní
«Y hablamos de Cristo, nos regocijamos en Cristo, predicamos de Cristo, profetizamos de Cristo y escribimos según nuestras profecías, para que nuestros hijos sepan a qué fuente han de acudir para la remisión de sus pecados.» 2 Nefi 25:26
Temo que hace tiempo, tanto en mi llamamiento, discursos o comentarios en clase, que hablo del arrepentimiento con fe en Jesucristo y la oración con demasiada frecuencia.
Por eso intento contenerme, no hacer de esto un caballo de batalla, eso sería incorrecto e irreverente. Pero reconozco haber sido impresionado tardíamente con esta doctrina.
En el pasado, mi mente demasiado fogosa e inquieta, no reparaba en esos delicados contornos del evangelio. Sin embargo esconden una llave de conocimiento que no se puede enseñar, solo se puede aprender. Podemos llamar al arrepentimiento pero no mostrarlo, es un descubrimiento uno por vez.
La remisión
La fuente de la remisión de la que habla Nefi, es el origen, el misterio, el lugar que nunca falla, donde está la respuesta incontaminada. Antes de ella no hay vida, después florece en sus orillas.
La palabra remisión es reveladora. El prefijo re significa volver hacia atrás y misión viene de mittere enviar. La remisión es enviar hacia el origen algo que fluye sin remedio hacia el futuro.
La remisión de nuestros pecados es opuesta a la flecha del tiempo del Universo que siempre se mueve hacia el futuro. Nosotros nos movemos con nuestros pecados hacia el futuro sin poder evitarlo. Pero gracias a Cristo, la remisión recupera el orden perdido en nuestros actos errados, reduciendo el desorden de nuestras vidas, volviendo hacia el que perdimos. La remisión es imposible para el hombre, pues si rompemos un vaso nunca conseguiremos recuperar el orden anterior. Pero para Dios todo es posible.
«…aunque vuestros pecados sean como la grana, como la nieve serán emblanquecidos; aunque sean rojos como el carmesí, vendrán a ser como blanca lana.» Isa. 1:18
Por lo tanto, la única victoria verdadera que existe en este mundo, es la remisión de nuestros pecados para que así nuestros vestidos estén limpios en las bodas del rey. Para eso es necesario ir a la fuente, no basta con vivir en la orilla sin hacernos preguntas.
Lo fundamental
Cuando leía sobre el arrepentimiento en las escrituras, antes de mi caída del caballo, me impacientaba. Igual me ocurría al llegar a Isaias en el Libro de Mormon, pasaba de la página 94 a la 115 directamente, cada vez, por sistema. Y lo peor, no me sentía mal por eso, era un salto atlético en mi estudio de las escrituras.
He saltado demasiadas veces sobre ese profundo océano que es el arrepentimiento con fe en Jesucristo. Quizás algunos como yo, hemos necesitado nacer en esta época para vivir más allá de los cincuenta o sesenta y tener más tiempo para aprender.
Tener nuestras ropas limpias de la sangre en este mundo requiere un asombroso milagro. Al acercarnos a Cristo, lo hacemos a la fuente de la remisión de pecados. El arrepentimiento va contra la corriente del tiempo y la lógica; si no puede cambiar el pasado para qué sirve. No basta con disculparse y sentir remordimiento por nuestros hechos, es necesario anular las ondas que producen nuestras transgresiones.
Si tira una piedra a un lago, podrá arrepentirse de haberlo hecho ya que por error no fue una piedra sino el móvil lo que arrojó. Con esfuerzo, podrá incluso recuperarlo, pero el lago no podrá recuperar su calma, la huella de su error se transmitirá en las ondas del agua hasta las orillas y luego volverá, no podemos evitarlo.
El milagro de la remisión de pecados es anular por cancelación el efecto de nuestras transgresiones. Para eso es necesario un dolor expiatorio de la misma amplitud y duración que los efectos de nuestras faltas. Si sumamos los de toda la humanidad, la expiación debe ser de magnitud infinita de acuerdo con los contornos del Universo donde hemos sido lanzados. Sí, infinita porque no estamos en un lago.
Todos lanzamos piedras
Sin la remisión de pecados, gracias a nuestro Salvador, seríamos una constante perturbación en la creación, no solo durante nuestra vida sino para siempre ya que somos Gnolaum o eternos. Nuestros vestidos serían una copia exacta de nuestra vida y por más que procuremos evitarlo, todos lanzamos piedras al lago. Una sola de ellas nos haría culpables de perturbar el orden y la justicia de los demandantes de justicia.
Por lo tanto
«…aún le sois deudores; y lo sois y lo seréis para siempre jamás; así pues, ¿de qué tenéis que jactaros?» Mosíah 2:24
Pensar que podemos añadir a nuestra alma caridad, fe, misericordia o amor mediante nuestra voluntad, nuestros afanes y su planificación, es como intentar medir la amistad, la inteligencia o la espiritualidad. Es una especie de jactancia que nos alienta a combatir el asedio de nuestra alma por nuestra cuenta.
El arrepentimiento nos conduce a una comprensión más profunda de la realidad, es la auténtica doctrina profunda del evangelio, esa que muchos hemos buscado en nuestra etapa de doctores de la ley.
La fe y arrepentimiento en nombre de Cristo, doctrina subestimada por algunos constructores de misterios, no obstante, es la piedra del conocimiento, proporciona afinamiento a nuestro intelecto y nos lleva a la fuente que es Cristo.
La remisión en acción
El profeta Éter tenía un conocimiento claro de sus defectos al escribir «a causa
de la torpeza de nuestras manos» 24
«…cuando escribimos, vemos nuestra debilidad, y tropezamos por la manera de colocar nuestras palabras; y temo que los gentiles se burlen de nuestras palabras.» Éter 12:25
Éter no describe una transgresión pero sí un defecto en su labor que se transmitirá al futuro y provocara «que los gentiles se burlen de nuestras palabras» 25
Los efectos de esa piedra tirada al lago, escapan de su control y le preocupa en su presente y perturba su futuro. Es tan consciente de esto que le pide al Señor lo siguiente para que los gentiles no rechacen sus palabras.
«Y sucedió que le implore al Señor que diera gracia a los gentiles, para que tuvieran caridad.» 36
Este conocimiento perfecto de su condición, es propio de la persona que ejerce el arrepentimiento. El brillo de sus palabras grabadas en oro no le ciega de ver sus defectos y a sí mismo con claridad. La respuesta del Señor es reveladora.
«Si no tienen caridad, es cosa que nada tiene que ver contigo; tú has sido fiel; por tanto, tus vestidos estarán limpios» Éter 12:37
En este caso, no limpios de su pecado sino de su torpeza y de su tropiezo. Las consecuencias de esto las cancela el Señor, con su poder no solo para la remisión de pecados sino de errores y torpezas. La prueba es el poder en la sencillez del Libro de Mormón y el testimonio del Espíritu para aquellos que consiguen la gracia por la que rogaba Éter.
La remisión de la debilidad y el tropiezo de Éter es una imagen exacta de la remisión de nuestros pecados
«… para recibir sus recompensas, cada uno de acuerdo con sus obras, y reciben ropas limpias y blancas para vestirse en la presencia de Dios». Alma 40:26
Hola, David. hace unos días, en el Templo, veía a gente tan distinta vestida de blanco: jóvenes, ancianas postradas, gente de mediana edad. Todos unidos hermosamente en el propósito sagrado de «limpiar las vestiduras». Gracias por tus reflexiones. Saludos desde Chile.
Hola Corina siempre agradable saber de tí. Hermoso país Chile. disfruta de él y del templo, la embajada de los cielos