sábado, febrero 1, 2025
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Los convenios eternos y el hombre natural

Los convenios asemejan a las almas del cielo que hacen nidos en sus ramas

Los convenios eternos con nuestro Padre son extensos porque sus beneficios son sin fin. Impacientarse con los resultados no va a cambiar sus tiempos que son semejantes a los del Señor de la viña. Siendo las estaciones parecidas a las edades del hombre, a menudo hace falta media vida para ver el brote de su flor. Así, injertados en el olivo cultivado de Israel, iniciamos en la paciencia el aprendizaje de sus tiempos.

Entrar en el pacto de Abraham y recibir sus promesas, requiere altura de miras y no mirar, con impaciencia, la hora a cada momento. Cuando Abraham hizo convenio con Dios, su bendición no aparecía en el horizonte, pero no regateó sus condiciones, cosa que sí hizo con Sodoma, sino que se determinó a seguir el convenio de Jehová por lo tanto…

Guarda silencio ante Jehová, y espera con paciencia en él.
(Sal. 37:7)

Ya anciano, cuando la promesa se retrasaba hasta lo imposible, no abandonó su integridad. Su esperanza no era fruto de un cálculo natural, pues Abraham, que no sabía contar estrellas, sin embargo contaba ovejas, vacas, camellos…y años.
El cálculo que resultaba de los años restantes y su promesa, grande como el cielo nocturno, daba un cociente de esperanza centesimal que habría hecho desfallecer a cualquiera.

Las entrañables misericordias en el sueño de Lehi
Abraham e Isaac

Pero Abraham conocía los extraños tiempos del Señor.
De joven, mientras el sacerdote de Faraón [levantaba sus manos contra él para sacrificarlo y quitarle la vida] Abraham 1:15, pudo tener una conversación con Dios y lo libró. Igual que, de anciano, al bajar el cuchillo contra su hijo Isaac para sacrificarlo, converso con el Señor «No extiendas tu mano sobre el muchacho» Gen. 22:12
Acostumbrado a los tiempos naturales de sus animales y semillas, estaba predispuesto a aceptar los desconocidos de Dios.

Los convenios y sus tiempos

Los convenios eternos de Dios son curvos no planos. Por eso, en una vida mortal, como la nuestra, no podemos ver sus extremos, por tanto, su arco iris nos obliga a asombrarnos de su geometría, de lo contrario desfallecemos.
Para meter el camello por el ojo de la aguja debemos acudir al ingenio del Señor porque, con nuestra geometría plana, es tan difícil como que un soberbio entre en el reino de los cielos. No podemos meter sus convenios eternos por el ojo de nuestra percepción del tiempo.

En el mundo líquido, donde vivimos, no se puede edificar ni aun en la arena. Los plazos de nuestros deseos se acortan cada vez más, esperar en un click más de cuatro segundos, se hace insufrible por buena que sea la respuesta. El estudio de las escrituras no fluye a ese ritmo sino al del rocío del cielo. Así hoy, el alma es errante en sus afectos, aunque seamos de cuerpos sedentarios.

La roca

Establecer convenios eternos es la única roca que nos queda en un mundo erosionado donde no hay un lugar para edificar, así, igual que Abraham, necesitamos «…buscar otro lugar donde morar» Abraham 1:1
En la soledad creciente de nuestro presente, los convenios se perciben como ataduras, sí, para aquellos con una libertad intacta, que se oxida en ellos mismos. Unirnos a otra persona en convenio, incluso a Dios, provee a nuestra libertad de una morada y frente a ella de un campo listo para la siega de obras vivas.

«Porque es a causa de vuestras obras muertas que yo he hecho que se establezcan para mí este último convenio y esta iglesia, tal como en la antigüedad.» (DyC 22:3)

¿Por qué esa formalidad de los convenios en la tierra y en el cielo? ¿Por qué no basta un sí o no privado?

convenios eternos
En nuestro siglo hay una deconstrucción de los formalismos, una lenta degradación de los rituales, esa forma antigua de vestir la conducta. Lo observamos en la falta de pudor tanto en la vestimenta como en el lenguaje. Esa desnudez en los verbos y los gestos, a semejanza de los del gran edificio, sugiere un desgarro en la túnica de pieles que recibimos en el principio, esa vestimenta común de la humanidad que esta tejida con la luz de Cristo.

Un convenio es la compactación de la vida cuando antes «estaba desordenada y vacía» Gen.1:2 y después que Él separa cada cosa por su naturaleza, podemos «llamar a lo seco Tierra» Moisés 2:10 donde el alma puede plantar su pie y no hundirse.
Los convenios asemejan a [las almas del cielo que hacen nidos en sus ramas] Mt. 13:32

Abandono de los convenios

El abandono de los convenios en la tierra, desgarra la túnica de pieles, resultando en un aumento del desorden. Por eso, la familia, asegura la correcta transmisión de la herencia, siendo su convenio la extensión del orden del sacerdocio para el DNA, eje director de las llaves de Elias. Por tanto es instituida por Dios desde su microscópico giro. Su desgarro en nuestro siglo acerca al mundo a «ser herido con una maldición» DyC 110:15

convenios eternos

El abandono del convenio con los cielos recorta las alas del alma impidiéndole llegar a la plenitud de su naturaleza. Los convenios urbanizan nuestras vidas y su comportamiento para un entorno celestial, al igual que el urbanismo organiza la convivencia  en una ciudad para una paz civil.
Ambos entornos, salvando distancias, constituyen grados de gloria que no todos pueden soportar, por eso algunas personas «[deberán] soportar un reino que no es de gloria» (DyC 88:24)

Esa libertad artrítica del hombre desarraigado, tiene poco recorrido. Fiando su futuro a la ausencia de cualquier compromiso, se sostiene y prospera en el sustrato de los convenios que otros obedecen. Ignorando, que su dicha presente es fruto de la rectitud pasada, la adjudica a su propia habilidad, sumándose así a aquellos que atribuían a su ingenio el vivir en una tierra de promisión

«…por tanto, todo hombre prosperaba según su genio, todo hombre conquistaba según su fuerza…» (Alma 30:17)

La curvatura de su plan

La oración y el estudio es el clik de los cielos, en ellos aprendemos que sus tiempos son semejantes al de los planetas y estrellas que…

«…se dan luz unos a otros en sus tiempos y estaciones, en sus minutos, en sus horas, sus días, sus semanas, sus meses y sus años.» (DyC 88:44)

Abraham recibe junto al convenio la cosmología del Señor. En ella se le muestra que el tiempo no es el mismo para cualquier observador de sus obras. Para nosotros es difícil sincronizar nuestro reloj con el suyo. Estamos en sistemas inerciales y de existencia distintos, pero Él no cambia su computo porque «a esto aspiramos» (Art 13.).

«Y te es dado a conocer el tiempo fijo de todas las estrellas que han sido puestas para dar luz, hasta acercarte al trono de Dios.» (Abraham 3:10)

El aprendizaje de sus convenios eternos

Así como hemos de elevarnos para ver la curvatura de la Tierra, hace falta el paso de siete dispensaciones para percibir la curvatura de su giro eterno en el plan de salvación.
En el templo aprendemos a ver el tiempo del Señor. Allí vemos el giro del Cordero desde Adán hasta el Gólgota, mostrándose esto en nuestro propio cuerpo, siendo éste la tabla donde se escriben sus ordenanzas.

convenios eternos
Por eso al entrar en el sagrado recinto, renunciamos a pasar sus enseñanzas por el ojo de nuestra aguja y desechamos nuestro cómputo para acogernos al suyo pues

«…Dios ha fijado su mano y sello para mudar los tiempos y las estaciones…» (DyC 121:12)

Para [que no se ofusquen nuestras mentes para que entendamos sus obras maravillosas]
Aun cuando hay horarios, en el templo nos acogemos a su calendario y con paciencia hilamos nuestra túnica de conocimiento para que

» así, todos [recibamos] la luz del semblante de [nuestro] señor, cada hombre en su hora, en su tiempo y en su sazón» (DyC 88:58)

No hay mejor lugar para el aprendizaje de sus convenios eternos que en el templo donde visiblemente «la doctrina del sacerdocio [destila] sobre tu alma como rocío del cielo.» (DyC 121:45) siendo esa paciencia del que sirve en sus estancias la opuesta al que reclama un conocimiento inmediato.

«Si me muestras una señal para que me convenza de que hay un Dios, sí, muéstrame que tiene poder…» (43)

Todos tenemos un susurro como este, esperando una grieta en nuestra fe.

Atesorar y reposar

El hombre de este siglo, buscando alargar su tiempo en la tierra, acorta el del alma en la labranza de su salvación. El abandono de los tiempos agrícolas que son los del alma, por los digitales, nos dificulta para tratar con el tiempo de sus convenios que son a veces cósmicos como en el templo y a veces agrícolas como en la vida cotidiana.

Extrañamente queremos vivir más años pero nuestros deseos se mueven con el frenesí de quien no llega a tiempo a nada. Frenar en el día de reposo esa agitación se hace a veces difícil, pero es el día donde «[Damos] las gracias al Señor [nuestro] Dios en todas las cosas» (DyC 59:7) Lo que requiere detenernos y contemplar el arco de nuestra pequeña eternidad donde se realiza la misteriosa obra del alma.

«He aquí, soy Jesucristo, el Salvador del mundo. Atesorad estas cosas en vuestro corazón, y reposen en vuestra mente las solemnidades de la eternidad.» (DyC 43:34)

convenios eternosAtesorar en el corazón y reposar en la mente lo solemne de sus convenios eternos requiere apartarse del bullicio a una colina cercana como hacia el Salvador a menudo. Las palabras de este versículo, muestran un ciclo lento de crecimiento y contrario a la realidad líquida del mundo arena.
Enós, en un momento crítico de su vida, tomó tiempo y espacio apartándose de ella. Al igual que Alma, Enós acude a su memoria, que es el atesoramiento del presente y reposó en palabras solemnes.

«…las palabras que frecuentemente había oído a mi padre hablar, en cuanto a la vida eterna y el gozo de los santos, penetraron mi corazón profundamente.» (Enós 1:3)

En este caso Enós no tenso su arco para cazar sino que arqueo su vida para encontrar en sus extremos las palabras de su padre, reposando en ellas y tal como Enoc «se ensanchó su corazón como la anchura de la eternidad» Moisés 7:41

Los convenios eternos y el hombre natural

Nuestros dolores y pruebas son recogidos dentro de las condiciones de un convenio eterno, estos no son incumplimientos de parte.
En el temor de Jehova, nuestra persistencia da al acuerdo consistencia, en un mundo donde las promesas son agitadas por el que zarandea las almas como al tamo.
Pero para el que espera en Jehová, poco a poco, las promesas de su convenio, soplan sus trompetas de esperanza y como preludio escuchamos cómo

«…la doctrina del sacerdocio destila sobre nuestra alma como rocío del cielo.» (121:45)

Esa embajada adelantada del esposo, que alegre tamborilea en el corazón, nos anuncia el cumplimiento de las promesas hechas. Para aquel que persevera en contra de todo artificio del mundo llegará el día que que sea

«…tu cetro, un cetro inmutable de justicia y de verdad; y tu dominio será un dominio eterno, y sin ser compelido fluirá hacia ti para siempre jamás.» (45)

Por eso, evaluar los resultados de nuestro albedrío en los convenios eternos, requiere tal como Abraham, cambiar el dividendo temporal de nuestros años, asumir que quizás aquí no veamos la promesa, pero sí recibir el consuelo.

La dolorosa extensión

Hacer convenios con alguien eterno nos invita a pensar en unos plazos que trascienden esta vida. Por eso, al estar ante el velo, ese detalle de sus clausulas, son reveladores de nuestra condición eterna como socios y no de un amaño para sacar ventaja.

convenios eternos

Extender nuestra esperanza más allá de esta vida, es doloroso para las articulaciones de un hombre natural que nos recuerda  lo molesto que es esa fútil esperanza para su constitución.
Nuestro hombre natural limita nuestros movimientos a lo alcanzable con el brazo carnal. Sin embargo los convenios eternos le hablan, no a él que es temporal y enemigo de Dios, sino a quien está detrás cuya naturaleza esta opacada.
Moisés aprendió a distinguir esas dos visiones y se aprovecho de su naturaleza.

«Pero yo puedo verte a ti según el hombre natural. ¿No es verdad esto?» (Moisés 1:14)

Aferrarse, por tanto a la barra, quizás limite nuestra velocidad en un mundo que corre en pos de sus deseos, pero nos asegura no desviarnos de la senda angosta y recta de sus convenios. De estos, no podremos calcular sus beneficios ni en setenta veces siete años.

convenios eternosLa humedad de cada lágrima y los filamentos de cada prueba en ese trayecto, provienen y se extienden antes y después de esta vida. Por eso juzgar cada segundo de ese ahora, incluido en una eternidad, es como contar estrellas. Sin embargo la práctica de perdonar y amar, entregar la capa o recorrer una segunda milla, ejercita el alma en el aprendizaje del tiempo del que hace brillar su sol sobre todos.

Al orar por los enemigos y bendecir a los que nos maldicen, computamos de otra forma los segundos y minutos de nuestra alma ofendida. De modo que seguir al Salvador, nos acerca más al cómputo exacto para medir los afanes del alma, así veremos distantes las antiguas revoluciones de ansias pasadas. Entonces comprenderemos qué quiere decir «el día de mañana traerá su propio afán.»

El fracaso y el dolor

En los seres eternos, que se esfuerzan en vivir, la densidad del fracaso o del éxito no está en el cociente entre los hechos y el tiempo de su vida. El alma tiene un clima imposible de predecir, no hay quien pueda manejar todas sus variables. Por eso

«Yo, el Señor, perdonaré a quien sea mi voluntad perdonar, mas a vosotros os es requerido perdonar a todos los hombres.»
(DyC 64:10)

El perdón es una renuncia a conservar nuestros juicios como armas y la elección de un camino mejor, sin bolsa ni alforja donde guardar las ofensas.

El ser moderados en nuestras demandas de felicidad a esta vida, no es ser tibios sino prudentes. Puede que montemos en globo alguna vez, pero si no es así, no importa porque no estamos aquí para eso. En esa especie de carrera por tenerlo todo y experimentarlo todo, perdemos las proporciones de lo que es fundamental por lo accesorio.

Sin condiciones

Fiar nuestra felicidad a la cercanía o alejamiento de su espíritu, ciertamente nos dará gozo o tristeza, porque no siempre lo tendremos. Pero de seguro no nos perderemos en senderos extraños.
Seguir a Cristo sin condiciones, nos libera de la pesada contabilidad del hombre natural, que constantemente nos recuerda cuánto hemos gastado y qué se nos debe. Si lo aceptamos como socio, tendremos la pesada carga de la queja y el reproche constante. La senda del discipulado se convertirá en un desierto oscuro y lúgubre y los convenios eternos en un yugo de hierro.

Si observamos nuestro juramento con temor y temblor ante su juicio que es el verdadero resultado todo será cumplido. Asombrados de su misericordia, veremos que nuestros cálculos errados, son sobrepasados por…

«medida buena, apretada, remecida y rebosante se [nos] dará en vuestro regazo» (Lc. 6:38)

Por eso perseverar hasta el fin, nos sugiere hacerlo sin fin y en contra de toda expectativa. Por eso en el vivero se compran más plantas que semillas, porque plantar una semilla requiere fe, esperanza y paciencia en su crecimiento, eso es tiempo.
Perseverar en nuestros convenios eternos es la paciencia del que ve el brote y la flor antes que el ojo natural lo perciba.

Nuestros dolores como cabellos.

El que cuenta nuestros cabellos, tiene la autentica proporción de nuestros errores y el recurso de una expiación infinita.

Él nos invita a extender nuestro cálculo de esperanza y pesares a un volumen mayor, lo que dará una densidad menor de ansiedad en el afán microscópico del hombre natural.
Ese equilibrio en la moneda de César, donde el Salvador descubrió la segunda cara, nos alienta a ser ecuánimes con los tiempos del César y de Dios, dando a cada uno la atención  debida. De esa forma, alentados por por su ejemplo, podemos estar en el mundo sin ser del mundo.

Perseverar

Perseverar en sus convenios eternos y las pruebas aparejadas, requieren paciencia más bien que cirugía y cuidados más que analgésicos. Por eso el Salvador no fue salvado de su dolor en Getsemaní sino fortalecido hasta consumirlo, dando así cumplimiento a la esperanza de incontables nacidos y por nacer.

Nuestro hombre natural, que señala como injusticias nuestras pruebas, que nos apura en acumular lo que se corrompe, abomina el vacío aparente de la fe y apremia a dirigirnos por el tacto de los sentidos.
Escandalizado por los términos de nuestros convenios eternos, nos recuerda que somos mortales y que perdemos en unos pactos contrarios a su naturaleza. Entonces «grita en alta voz y brama sobre la tierra» Moisés 1:19 y sin palabras nos dice «adórame a mí » 19 y repite

«…esto no es sino el efecto de una mente desvariada; y este trastorno mental resulta de las tradiciones de vuestros padres…» (Alma 30:16)

Pero así como el espacio abomina el vacío y no lo habita, la conciencia abomina la muerte y no la consiente. Por eso no existe ni el vacío ni la muerte porque somos gnolaum o eternos. De ahí que el que estaba en el seno del Padre nos muestra otra forma de contar sin ansia el tiempo en los convenios eternos del Padre.

«Así que, no os afanéis por el día de mañana, porque el día de mañana traerá su propio afán. Basta al día su propio mal.» (Mt. 6:34)

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