sábado, febrero 1, 2025
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El agradable tribunal del gran Jehová

El agradable tribunal del gran Jehová.
Antes de establecerse el estado de alarma en España por el Covid-19, mi hijo comenzó a reformar su vivienda frente a la Ciudad de la Justicia de Almería. El edificio judicial es nuevo y de estilo moderno, da a su entorno cierta distinción. Su aspecto circunspecto y severo, sus líneas rectas y afiladas anuncia su indiferencia ante nuestras debilidades u olvidos. Solo considerar el acudir a  una cita en sus dependencias, me hace pensar en otra cosa. Yo hubiese preferido una vivienda junto a un colegio, una iglesia o un parque; lugares donde hay más margen de error.

El agradable tribunal del gran Jehová
Ciudad de la Justicia, Almería

Sin embargo para la paz y el orden la  justicia es su matemática. Solo cuando estamos en una de sus dos orillas, se convierte recobra visibilidad. Demandarla o recibirla nos sitúa en la pizarra de sus ecuaciones. Nos somete al cálculo del comportamiento, por eso es una ciencia. No hay reposo para el alma en sus procedimientos y la mayoría de nosotros prefiere un mal acuerdo a un buen pleito.
Sin embargo, el evangelio sitúa la fachada de nuestra vida frente al palacio de la justicia divina. Y por mucho que pidamos a su urbanismo, no nos sitúa ante doctrinas contemplativas o de conocimiento. Al final se trata de responder ante una corte celestial.

A orillas de la justicia

Imagino una ciudad sin palacios de justicia. Sin togas ni puñetas. Sin juzgados sin nadie que juzgue mi comportamiento. Una ciudad dirigida por la voluntad de sus habitantes. Donde el bien y el mal son opiniones personales. Así es la naturaleza, nadie la juzga y sin embargo es una inspiración por su armonía.
Si fuera con mi hijo a buscar una vivienda en esa ciudad ideal, su fachada no daría a un colegio, o a una iglesia ni a un parque. Simplemente porque no existirían.
Una vez probado el fruto del conocimiento del bien y del mal, nos situamos de forma inmediata en orillas de la justicia. De lo contrario, el jardín no se convierte en una ciudad del triste y solitario mundo sino en una ciénaga de sus arrabales

El agradable tribunal del gran Jehová
socialización de la responsabilidad

Cuando el mundo deriva hacia una psicología de la extinción del pecado, de la socialización de la responsabilidad. Ahora que se considera a nuestras acciones como un resultado aleatorio de circunstancias, donde nuestra voluntad es un factor más. Cuando la infancia es el reservorio de todas las pulsiones erradas del futuro…el evangelio trabaja en el mínimo común múltiplo de la responsabilidad, nos sitúa ante la culpa. Y esto es desagradable porque no nos permite vivir en el paisaje idílico de Edén, nos recuerda que no podemos volver.
Allá donde busques vivienda, la fachada dará a un palacio de justicia.

Puede parecer, estimado lector, que la justicia divina pasa por alto circunstancias y experiencias al proponernos sus leyes. Que no empatiza con nuestro pasado e inflexible, exige un comportamiento recto incluso a las encrespadas almas de aquellos perseguidos por el infortunio.
Sin embargo le propongo que meditemos en el evangelio, o el mensaje de Dios al hombre, y su naturaleza. Le invito a hacerlo…con un intencionado desorden.

Su justicia preexistente

«…según la misericordia, y la justicia, y la santidad que hay en Cristo, el cual existía desde antes del principio del mundo.» (3 Nefi 26:5)

El agradable tribunal del gran Jehová
la justicia será el ceñidor de sus lomos

Nefi muestra que la justicia existía antes que nosotros, no nació para regular nuestras ciudades ni a sus habitantes. Ya regia en reinos que desconocemos sobre seres que ni imaginamos. Su potestad crece en la misma medida que el albedrío. Ella reinaba en nuestro linaje desde el principio.

La palabra justicia tiene procede del latín iustitĭa, (lo justo). Los romanos la consideraban un regalo de los dioses. La jurisprudencia pues, es la ciencia del derecho, la concreción de la justicia en nuestra vida.
Por eso cuando a David, uno de los hijos de la familia celeste, se le falta en justicia, su corazón clama «Muévete y despierta para hacerme justicia, para mi causa, Dios mío y Señor mío.» (Salmos 35:23). Eso dice mucho de donde procedemos. Por eso Nefi repite las palabras de Isaías «la justicia será el ceñidor de sus lomos, y la fidelidad el cinturón de sus riñones.»  (2 Nefi 21:5) buscamos esas mismas prendas de nuestra familia.

Además de creador y rey de los cielos, él es juez. Asume todos los poderes, que en nuestras sociedades occidentales, están separados buscando el equilibrio. El Señor buscó también esa separación de poderes en Israel con el gobierno de jueces, siendo él rey de los cielos y de Israel, pero el pueblo quiso un rey como las demás naciones. En la nación nefita tuvo gran éxito el proyecto MosíahI-Benjamín-Mosíah II.
El sistema legal de los cielos no es medieval, porque «¿…supones tú que la misericordia puede robar a la justicia? Te digo que no, ni un ápice. Si fuera así, Dios dejaría de ser Dios.»(Alma 42:25) Vemos a un Padre  buscar al mejor abogado para la causa de sus hijos. Lo vemos pagar el mayor precio.

La necesidad de su justicia

Lehi enseña a Jacob principios de mucha profundidad en 2 Nefi 2:13

«Y si decís que no hay ley, decís también que no hay pecado.»

El agradable tribunal del gran Jehová
todo se habría desvanecido

Hoy se tiende a desconectar las leyes civiles de su parentesco con el cristianismo. Es difícil considerar nuestras leyes y negar la influencia de Cristo en ellas. Hace falta un empecinamiento prolongado para no ver la luz de Cristo brillar en nuestra jurisprudencia. No obstante la tendencia es esta:

 «Y si decís que no hay pecado, decís también que no hay ley»

Hemos invertido los términos de la oración, y el significado es aun más grave que el que enseñó Lehi. Al abandonar toda consideración moral, o a relativizarla por falta de fe, dejamos de percibir el pecado lo vemos como una convención social y no un fundamento moral de la conducta. Al abandonar la ley de Dios, el comportamiento no se inspira en nuestro discernimiento, como nos pide Moroni,  sino en los tribunales. De ahí la tendencia, cada vez mayor, a dirimir asuntos triviales en ellos.

«Si decís que no hay pecado, decís también que no hay rectitud…Y si estas cosas no existen, Dios no existe. Y si no hay Dios, nosotros no existimos…todo se habría desvanecido.»

Al invertir los términos de la enseñanza de Lehi, quitamos el fundamento original de nuestras leyes, lo justo. Sin justicia nuestras ciudades serían selvas llenas de predadores. Sin la justicia divina la situación sería aun peor.

La culpa

mensajera de malas noticias

Si miran en google, hay muchos enlaces con ideas para escapar de ella o para acallarla. A la culpa se la trata como un artefacto del pasado, su rechazo genera frases tan mediáticas como «no me arrepiento de nada». Estando el colofón del poder expresivo en la palabra nada. Se expulsa esta palabra a la audiencia, subiendo la lengua al alvéolo dental de forma ostentosa, queriendo enfatizar una completa convicción de lo que se dice.
No es extraño, por tanto, que la vocación de terapeuta o psicólogo tenga tanto futuro en nuestra sociedad. Piensan algunos que erradicar la culpa o sublimarla en artes diversas, la hace desaparecer. Pero ésta, lejos de hacerlo, se transforma en otras dolorosas energías .

La culpa siempre es mensajera de malas noticias, viene a decir «has hecho mal» y nunca cambia su mensaje. Nos centramos en el dolor que inflige su lenguaje en el alma, pero pocas veces escuchamos sus palabras. Algunos nos ayudan a mitigar el dolor, y no están errados en esto, hay que tratar la culpa. Pero antes hay que escucharla en ese murmullo palpitante.

David enfrentó su culpa como guerrero, de frente y sin evasión. «Porque yo reconozco mis transgresiones, y mi pecado está siempre delante de mí.» (Sal. 51:3Mirarla de frente nos deja ante un solo aliado, el Salvador «conforme a la multitud de tus tiernas misericordias, borra mis transgresiones.» (1) pero a menudo en vez de afrontarla, la delegamos.

La culpa sin esperanza

En este mundo la culpa sin esperanza es un infierno. En épocas pasadas el cilicio y el azote, intentaban expurgarla del alma. Sin embargo el evangelio lo es de esperanza y gozo. No es útil caer en la autoflagelación en cuanto a nuestra culpa sino en la terapia del arrepentimiento. Me pregunto ¿cuantas personas estamos cautivas por nuestros fantasmas pasados? ¿Cuántas veces revivimos aquello en lo que hicimos daño o evitamos el bien? solo para sufrir bajo ese azote, pensando que el dolor de la culpa es el mensaje, sin embargo solo son sus palabras.
La corrección de la culpa es para vida no para muerte. Esta amiga nos sitúa al nivel cero de la gracia, una de sus agujas nos señala los espacios vacíos del alma. La otra los parajes fértiles del arrepentimiento. Sin ella estaríamos perdidos en un desierto oscuro y lúgubre.
David lo expresa desde el horno de su probación «¿Quién puede discernir sus propios errores? Líbrame de los que me son ocultos.» (Sal. 19:12) Este reflexión tan sabia es la esperanza del que se sabe incapaz de discernir su propio corazón. «Acércate a mi alma y redímela»

La fachada de la justicia

No podemos evitar en nosotros el efecto  de las leyes divinas y su justicia

«…y he aquí, todas estas cosas se hacen para que descienda un justo juicio sobre los hijos de los hombres.» (Mosíah 3:10)

el borde de su manto

Si no existiera justicia, seríamos echados al mundo oscuro. Sujetos a reyezuelos, matones, mafiosos, explotadores y engañadores. En un mundo sin justicia prevalece la fuerza, la violencia. Esas serían nuestras tinieblas de fuera. En esas circunstancias, echaríamos en falta las leyes, sus tribunales y jueces. Desearíamos un justo juicio sobre los hijos de los hombres. En la paz no se percibe el trabajo invisible de la ley.

De la misma forma, si no existiera la justicia de los cielos, al morir estaríamos sujetos a las fuerzas de ahí afuera. Reyezuelos, matones, engañadores. Aquellos que buscaron subvertir el reino celestial y sus leyes mediante la rebelión. En esa incivilización espiritual, lejos de su justicia, reina Satanás con el derecho que da la fuerza y la edad. Al no existir la luz de la verdad, no hay derecho ni jurisprudencia. Es la Germanía de las tribus en los bosques.

Vagando por sus hondonadas recordaríamos con nostalgia las leyes familiares, las que tuvimos para protegernos. Recordaríamos sus mandatos como el borde suave del manto de su justicia. Lamentaríamos haber gastado nuestro albedrío en una provincia lejana, el anillo familiar vendido por nada.
En esas laderas solitarias de las tinieblas de fuera, el recuerdo de aquel abogado al que despreciamos, «crucificándolo para [nosotros] mismos y exponiéndolo a vituperio.» (DyC 76:35) creará en nuestro pecho «un tormento como un lago de fuego y azufre, cuyas llamas son inextinguibles» (Mosíah 3:27)

El agradable tribunal del gran Jehová

El frío cálculo de la inteligencia

El Padre Celestial no es nuestro demandante. El instruye el caso ante la justicia de los cielos, la luz y la verdad que no ha sido creada ni lo puede ser. El juicio de nuestra alma ya sería justo sin la intervención del Padre y del Hijo. Esto es muerte física y espiritual, eso sería lo justo. Si después de la caída no hubiese un plan, seríamos pasto de la justicia de las tribus caídas y del frío exterior.
Jacob la describe como «las garras de este terrible monstruo; sí, ese monstruo, muerte e infierno, que llamo la muerte del cuerpo, y también la muerte del espíritu! (2 Nefi 9:10)
Pero el padre construyó poco a poco desde su juventud, el agradable tribunal del gran Jehová. Lo hizo en el vacío inhóspito, cuando empezó a construir su reino. En su sabiduría fue capaz de congregar a sus fríos y poderosos aliados, a las inteligencias y sus naciones a un tribunal. Por eso es el más grande, porque lleva la luz y la civilización a la inmensidad del espacio.

El construye la justicia de los cielos y su jurisprudencia a partir del frío cálculo de la inteligencia y la materia, donde 1-1 siempre es 0. En ese rudo y perfecto mecanismo que mantiene al Universo inmisericorde en perfecto funcionamiento, nuestro destino es 1-1=0 es decir muerte e infierno.
Pero el Padre Celestial instruye la causa del hombre, se presenta al hombre impredecible e imperfecto en una causa cuyos demandantes son exactos y perfectos y lo consigue «por bondad y por conocimiento puro, lo cual engrandece en gran manera [su] alma sin hipocresía y sin malicia» ante los asombrados ojos de «todas las estrellas del alba» (Job 38:7) El nos libra del juicio de las estrellas.

Su honra.

cosmología del evangelio
Ganar esa honra

El prestigio del Redentor, avalado por sus resultados, es capaz de persuadir y tornear desde el vibrante camino de los átomos hasta el lento periplo de las galaxias. A que consideren al Hijo primogénito como el gran portador de la luz y la verdad. Toda la creación admira con reverencia como ese hijo suyo es tan obediente como ellos. Desde el principio el unigénito gana su honra apoyado en la del Padre. Él es el verbo, es el creador de mundos, todos los aliados del Padre admirados de su talento le obedecen como si fuera el Padre mismo, a quien conocen desde el principio. Todos se miran y se dicen admirados ¿lo has visto?

Ganar esta honra era necesario, porque llegado el momento, dejaría su posición y pasaría a ser abogado por la causa perdida de los hombres ante el tribunal creado por el Padre. Una causa molesta y exasperante para todos los aliados y príncipes de la creación. Una causa en la que se alega misericordia como atenuante. Cosa imposible porque 1-1=0.

Pero cuando ven a Jehová investido como abogado de nuestra causa, ¿quién podía oponérsele? A dónde llevaría todo esto. Pero el Padre ya constituyó las bases legales para este paso, todo fue tejido hilo a hilo durante la eternidad. Su nombre fue aceptado como magistrado por nuestra causa. Solo su nombre, nadie más.

Su sangre

Su sangre fue la prueba pericial. La sangre derramada testifica con su color y su persistencia. La sangre habla claramente de quien la posee, no es agua. Cuando el Salvador la derramó, mostró el amor del Padre y del suyo por nosotros antes nuestros acreedores. Pero había que pagar hasta la última moneda.
La derramada en Getsemaní no fue por mano, «la sangre le [brotó] de cada poro, tan grande [era] su angustia por la iniquidad y abominaciones de su pueblo.» (Mosíah 3:7)

ni un pajarillo cae a tierra

Así como para el Padre ni un pajarillo cae a tierra sin que el lo sepa, para los demandantes de justicia ni una sola transgresión queda sin efectos «por lo que constituyen un paralelo, lo uno por un lado y lo otro por el otro,» (2 Nefi 26:5)
La defensa aspiraba a la salvación total, no se perdería ni un solo pajarillo. Por lo tanto la compensación exigía la creación más difícil que enfrentaría Jehová, el alumbramiento completo del dolor humano.

Así como el oro necesita la energía de una supernova para crearse, el agradable tribunal de Jehova requirió la transformación total de dolor humano en ofrenda…

«a fin de que Jehová «[ascendiera] a lo alto, como también [descendiera] debajo de todo, [para que comprendiera] todas las cosas,» …

¿Con qué fin debería el Salvador comprender en su alma y comprender la geografía de todas las cosas?

«a fin de que estuviese en todas las cosas y a través de todas las cosas, la luz de la verdad» (DyC 88:6)

El pago

Esa era la compensación requerida de la justicia, para tornear la madera milenaria de los demandantes y aceptar a esos hijos de la familia celestial caídos e imperfectos. De modo que el Salvador en Getsemaní, se encuentra «…rodeado [por] muchos toros; fuertes toros de Basán [lo] han cercado»(12) sus cuernos son las punzantes demandas que «abrieron sobre [él] su boca, como león rapaz y rugiente.» (13)
 En el Gólgota «cuadrilla de malignos; horadaron [sus] manos y [sus] pies.» (16).
La luz de la verdad debía llegar e iluminar hasta los profundos abismos cavados por la maldad humana. Y portando su llama, él «la cual verdad brilla. Esta es la luz de Cristo» (7)
Este es nuestro abogado, ante el agradable tribunal del gran Jehová. Él es quien «no menospreció ni aborreció la aflicción del desvalido, ni de él escondió su rostro, sino que cuando clamó a él, le oyó.» (24)

Como un fondo de radiación débil y lejano, nos llega la culpa. Dando testimonio de la gran explosión de su justicia que llena todo el espacio. En el agradable tribunal de Jehová, encontramos la dirección que marca nuestra culpa, esa vocecilla que nos lleva al abogado ante el Padre.

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